En la habitación, la luz se filtraba por la ventana, y las cortinas se movían levemente por la brisa. En la cama grande, Madison estaba abrazada a un costado de Dante, mientras Ian lo hacía en el otro. Los tres compartían un abrazo, mientras que, en una de las camas, Marcus dormía. Alex y Evan, en el balcón, miraban hacia la calle; el humo del cigarro de ambos se desvanecía en el aire mientras se apoyaban en la baranda.
—¿Sabes que estamos saliendo, ¿verdad?—preguntó Evan con una sonrisa, exhalando el humo mientras miraba a su amigo.
—Lo sé, desde el primer día me di cuenta de que esa pelea en el patio no fue del todo una pelea —comentó Alex—. Pero, si soy honesto, aún quiero golpearte por hacerlo enojar.
Ambos rieron suavemente mientras miraban de reojo a los tres chicos dormidos en la cama.
—¿Sabes que tendrás que confrontarlos a todos? Aunque él esté de acuerdo, no merece ser el secreto de nadie.
Las palabras de Alex resonaron en el interior de Evan durante unos segundos antes de responder. Miró en dirección a Dante, que tenía la mano de Ian sobre su cara, mientras este recostaba su cabeza en la de Madison.
—Al final, no nos queda más que ser valientes, ¿no es cierto, Alex? Sé que va a ser difícil, pero, por lo menos, sé que tengo apoyo. Si te soy honesto, el solo pensarlo me llena de miedo. Pero verlo así… nunca imaginé que había pasado por cosas tan difíciles, y aun así siempre sonríe.
Evan se dio la vuelta, observando fijamente a Dante.
—Tengo que ser aún más valiente para él.
Alex lo miró, inmerso en sus propios pensamientos.
—Él no lo recuerda… No recuerda que fui yo quien lo defendió ese día en la cafetería. Lo he visto con mi suerte algunas veces.
—¿Hablas de Ian? ¿Fue por quien te peleaste y te suspendieron dos días?
—Sí, lo perdí de vista varias semanas después. Se mudaron del pueblo por dos años. Cuando lo volví a ver, era diferente; ya no parecía el mismo niño asustadizo que conocí. Luego, lo vi acercándose a Madison. —Evan sonrió.
—¿Qué piensas hacer ahora que lo tienes cerca? Te pasaste más de dos años lamentándote por no haber sido valiente y hablarle… Ahora va a tu casa con frecuencia y pasa mucho tiempo con ellos dos.
—No lo sé, tal vez aún no sea el momento. Necesito ser honesto conmigo mismo… necesito aclarar mi mente.
Evan lo comprendía perfectamente; gracias al apoyo de su madre, Myrtle, tomó la decisión de ser honesto con Dante.
—No lo pienses demasiado.
Evan y Alex apagaron los cigarrillos, sintiendo cómo el aire fresco reemplazaba el humo que se disipaba lentamente entre ellos. Aquella charla parecía regresarle a la infancia, a cuando todo parecía más simple, antes de que las cargas y secretos los cambiaran. Habían sido amigos desde pequeños, pero el tiempo había trazado una distancia entre ellos. Alex se había enfocado en sus estudios, alejándose poco a poco del grupo de bromistas del que Evan era parte. Aun así, una amistad como la suya resistía silenciosa en los recuerdos, y cuando Alex encontró a Evan tirado en un callejón cerca de Molly’s, supo que las cosas no volverían a ser iguales.
Evan había cambiado desde aquellos días felices. Alex lo sabía, pero el alcance de todo lo que su amigo había enfrentado llegó a él en ese callejón. Evan había pasado por un infierno cuando su padre biológico, tras años de no formar parte de su vida, decidió demandar a sus madres por no permitirle acercarse. Aunque el hombre había sido un donador, Evan, a los doce años, había querido conocerlo, tal vez para entender algo de sí mismo. Sin embargo, el encuentro solo dejó un vacío en su familia y una cicatriz en su espalda, un recuerdo físico y profundo de la violencia que soportó antes de escapar.
Los dos se volvieron a mirar, ahora con el peso de secretos compartidos y heridas aún abiertas. Alex recordó el día en que Evan confió en él y cómo se volvió parte de su vida de un modo distinto cuando Evan, tembloroso y vulnerable, le confesó lo que había sufrido. Alex también había sido honesto. Aunque nunca lo había expresado abiertamente, había guardado sentimientos profundos por alguien que siempre parecía fuera de su alcance, un niño rubio de ojos llorosos que era el blanco fácil de las bromas. Entre risas y lágrimas, Evan y Alex se prometieron guardar los secretos del otro, y fue esa frágil sinceridad la que los hizo más cercanos.
La risa de Dante y Madison desde la habitación los sacó de sus pensamientos. Aun en su distancia, aquel ruido los anclaba de vuelta al presente, a una nueva etapa en la que Evan se enfrentaba al dilema de ser abierto sobre su relación con Dante, mientras Alex seguía procesando sus propios sentimientos.
—¡Madison, apúrate! Necesito usar el baño también —Dante golpeaba la puerta, haciendo muecas mientras cruzaba las piernas. Ian, a su lado, imitaba sus gestos, ambos riéndose y luchando por no orinarse.
—¡Ya casi termino! —respondió Madison desde adentro, divertida ante la desesperación de los chicos.
Dante rodó los ojos y suspiró, mirando a Ian con resignación. Los dos se apoyaron en la pared, esperando mientras bromeaban en voz baja sobre quién aguantaría más. En ese momento, Alex y Evan entraron de nuevo desde el balcón, notando la escena.
—¿Están bien, o ya perdieron la batalla? —preguntó Evan, riendo mientras cruzaba los brazos.
—Podrían ir afuera, ¿saben? —sugirió Alex con un tono sarcástico—. Aunque con lo distraídos que están, seguro terminarían en la planta de la señora de recepción, o algo así…
Dante fingió indignación y señaló la puerta del baño.
—Es culpa de Madison. Ha estado ahí como si fuera su salón de belleza privado —se quejó, aunque en su voz se notaba la broma.
Madison finalmente salió del baño, mirando a ambos con una sonrisa victoriosa.
—Adelante, señores, es todo suyo.
Dante e Ian se apresuraron a entrar, y las risas del grupo llenaron la habitación. Ian y Dante no se detuvieron a esperar y decidir quién iba primero; ambos se pararon frente al inodoro a hacer sus necesidades. Mientras ellos seguían peleando, Evan se volvió hacia Alex, bajando un poco la voz.