El ambiente era animado; las conversaciones suaves de otros clientes se mezclaban con el sonido del vapor que salía de la máquina de espresso. Dante observó a su padre con disimulo. Alessandro no lo miraba directamente, pero había algo en su postura que delataba una intención clara.
—Puf... Hay demasiada tensión —comentó Alessandro con una sonrisa, rompiendo el hielo. Su voz resonó lo suficiente para llamar la atención de Dante. Luego giró un poco hacia las otras mesas y añadió: —¿Ellas son Frances y Myrtle?
—¿Las conoces? —preguntó Dante, sorprendido, sin poder evitar que sus cejas se alzaran.
—Podría decir que sí. Pero nunca lo habría imaginado. Me alegro por ellas. —Alessandro se detuvo un momento, como si estuviera considerando algo más. Luego continuó: "¿Quieres que los invitemos a cenar?" Todavía es temprano, y parece una buena oportunidad. ¿Qué dices?
Dante sintió un nudo en el estómago. Su mente trabajaba rápidamente, pensando en las implicaciones de esa invitación. ¿Cómo reaccionaría Evan si no lo presentaba? ¿Y si lo hacía? Estaba atrapado. Con un leve asentimiento, aceptó. No tenía muchas opciones.
Ambos se levantaron de la mesa, y Dante sintió el peso de cada paso mientras cruzaban el local hacia la mesa donde estaba la familia de Evan. Sus madres, Frances y Myrtle, conversaban animadamente con Madison. Evan, sentado junto a ellas, parecía distraído, aunque su mirada se iluminó al reconocer a Dante.
—¡Dante! —lo llamó Madison, levantando la mano para saludarlo.
Sus madres también se volvieron hacia él, ofreciéndole sonrisas cálidas que contrastaban con el aire contenido de Evan, quien apenas levantó una ceja. Dante trató de ignorar la punzada de culpa al recordar que había ignorado a Evan durante toda la tarde.
—Buenas noches —saludó Dante, esbozando una sonrisa forzada. Es un gusto volver a verlas. —Se inclinó ligeramente antes de hacer las presentaciones. Este es mi padre, Alessandro. Papá, ellas son Frances y Myrtle.
Alessandro mostró una expresión de sorpresa genuina al verlas.
—¡No lo puedo creer! —exclamó con entusiasmo. Frances, Myrtle… Es increíble verlas después de tantos años.
Frances rió con nostalgia.
—Sandro, la última vez que te vimos fue en tu boda. ¿Hace cuánto de eso? ¿Más de veinte años?
El rostro de Alessandro cambió al mencionar el pasado.
—Han pasado muchos años. Fue poco después de mudarnos a Italia. —Hizo una pausa, y luego añadió con un tono más apagado—: Mi Emma murió hace varios años en un accidente de tránsito.
Un silencio incómodo se instaló en la mesa. Frances y Myrtle intercambiaron miradas de sorpresa y pena. Incluso Evan y Madison se quedaron callados, observando atentamente.
—Lo sentimos mucho, Sandro —dijo Myrtle con sinceridad.
—Gracias. —Alessandro forzó una sonrisa antes de cambiar de tema con elegancia. Pero hablemos de cosas más alegres. ¿Ustedes dos? Nunca habría pensado que acabarían juntas.
Frances sonrió, algo traviesa. Mientras tomaba la mano de su esposa, quien también lo miraba con una sonrisa.
—Bueno, ya sabes lo que dicen: los que se pelean se aman. Y aquí estamos, con dos hijos maravillosos.
El hombre las miró con cierta gracia antes de pasar su brazo sobre los hombros de su hijo.
—Emma siempre decía que eso pasaría. Tenía razón.
Myrtle, curiosa, giró su atención hacia Dante.
—¿Y tú, jovencito? Nunca mencionaste que eras un Rinaldi.
—No pensé que fuera relevante. —Dante se encogió de hombros.
—Claro que lo es —respondió Myrtle, algo indignada. Frances y yo éramos grandes amigas de tus padres.
Decidieron cenar en un restaurante cercano, a solo una cuadra de Molly’s. Era un lugar pequeño pero acogedor, con mesas de madera pulida y luces tenues que colgaban de lámparas de hierro forjado. Desde las ventanas grandes se podía ver la calle adoquinada iluminada por faroles.
El grupo se sentó alrededor de una mesa grande en un rincón del lugar. Alessandro y las madres de Evan continuaban charlando animadamente sobre viejos tiempos mientras Madison intervenía ocasionalmente con comentarios ingeniosos.
Dante, sin embargo, estaba distraído. Sus pensamientos eran una maraña de ideas inconclusas que le pesaban más con cada minuto. Apenas escuchaba la conversación, con la mirada fija en su plato vacío.
Fue el roce de una mano lo que lo devolvió al presente. Evan, sentado a su lado, había deslizado la suya sobre la de Dante, acariciándola con suavidad.
—Estás muy callado —le susurró Evan con una leve sonrisa.
Dante lo miró, tratando de recuperar la compostura.
—Solo pensaba... —murmuró.
Evan arqueó una ceja, divertido.
—Bueno, deja de pensar tanto. Estoy aquí contigo.
Esa simple frase logró calmar un poco la mente de Dante, y con el calor de la mano de Evan aún sobre la suya, decidió que tal vez, por esa noche, podía permitirse bajar la guardia.
La noche había caído sobre el pequeño pueblo, y las calles estaban iluminadas por farolas antiguas, cuyos haces de luz se reflejaban en los adoquines mojados por la humedad de la tarde. La brisa fría acariciaba los rostros de quienes caminaban por el lugar, mientras que el murmullo de conversaciones lejanas y el ocasional motor de un coche rompían el silencio. El restaurante, cálido y acogedor, brillaba desde sus ventanas como un refugio en medio de la penumbra.
—¿Quieres tomar aire? —preguntó Evan, inclinándose un poco hacia Dante.
Este, aunque dudó por unos segundos, acepta levantarse de la mesa, donde estaba comiendo.
—Con permiso —dijeron ambos al unísono, levantándose de la mesa.
Cruzaron la puerta en silencio, deteniéndose a pocos pasos de la entrada. Dante parecía perdido en sus pensamientos, su mirada fija en algún punto indeterminado del suelo, mientras Evan lo observaba con atención, su preocupación evidente. Finalmente, Dante apoyó la cabeza en el hombro de Evan y dejó escapar un suspiro.