Sólo Somos Vecinos

Capítulo 1

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A la pobre Aby le costó una semana y casi todos sus ahorros lograr mudarse de la casa de su madre. El enfrentamiento final fue emocionalmente desgastador para ella, quien tuvo que soportar el llanto y los intentos de manipulación y chantaje emocional que le hizo Basilia. Pero Aby se mantuvo firme y, dándole un beso en la mejilla, tomó sus cosas, se subió a un taxi y partió dejando a su mamá desgarrada en llanto. 

Se consideró afortunada de poder conseguir un pequeñísimo “departamento amueblado”, si es que se le podía llamar así a esa ratonera. Sentada ante la mesa de plástico, miró a su alrededor. El lugar consistía en una sola pieza como de veinte metros cuadrados, con un pequeño baño. Originalmente, había sido la cochera del dueño de la casa de junto: Un simpático hombre mayor que se mostró bastante amable con ella. Incluso aceptó arrendarle a pesar de la Aby no poseía referencias. Soltó un suspiro al pasar la vista por el lugar: Las paredes estaban recién pintadas de color blanco; un tono muy aburrido, en opinión de la joven, así que hizo nota mental de comprar un bote de pintura más alegre, en cuanto tuviera unos centavos de sobra. En un rincón estaba una cama individual y ni siquiera había un ropero o armario, sólo un tubo metálico puesto en la pared que le sirvió para colgar sus vestidos, a un lado un pequeño sofá bastante gastado y una mesita de café que parecía algo inestable. Ella estaba al otro extremo, ante una mesa de plástico con tres sencillas sillas del mismo material que se suponía que formaban el comedor. Junto había un fregadero minúsculo de latón, una estufa de dos quemadores sobre una desvencijada mesita de madera, un pequeño refrigerador y una repisa de cemento en la parte alta de esa pared que servía como alacena. Era absolutamente espartano, pero se adecuaba magníficamente a su escaso presupuesto. Incluso le había alcanzado para comprar un horno de microondas, una licuadora, una pequeña cafetera eléctrica y una plancha en un local de artículos de segunda mano. También se hizo de una vajilla barata, pero linda, y una práctica y económica batería de cocina en una tienda de ofertas.  

Suspiró con algo de melancolía al ver su nuevo hogar. Era absolutamente miserable, si se comparaba con la casa de su mamá que estaba profusamente decorada; pero aquí había paz, había silencio, había libertad y ella podía trabajar a gusto. Así que, agradeciendo que el internet se lo hubieran conectado prácticamente el mismo día que lo contrató, se puso a trabajar intentando ponerse al corriente en todo el trabajo atrasado, gracias a la impertinente de su madre.  

No bien había avanzado apenas medio capítulo cuando su celular empezó a sonar. Lanzando un suspiro de frustración, vio la palabra “mamá” en la pantalla por enésima vez en lo que iba de la mañana y, sin responder, al igual que en las ocasiones anteriores, silenció el aparato para seguir trabajando. 

 

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Daniel iba llegando a su casa luego de una mañana bastante cansada. Había estado dando clases desde temprano. Aplicó tres exámenes y tuvo que atender a dos padres de familia. Cuando por fin quedó libre, corrió a la guardería a recoger a su hija Casandra y se llevó un buen regaño y la amenaza de una sanción por llegar después de hora por tercera vez en el mes. Encima tuvo que pasar al supermercado porque la despensa estaba casi vacía, así que, tanto él como Cassie, estaban más que famélicos y de muy mal humor.  

Se bajó del taxi y, mientras sacaba los víveres de la cajuela, miró de reojo que del departamentito que rentaba don Guille, salía una joven mujer bastante guapa. 

― Así que el viejo ya encontró inquilina. ― Pensó para sus adentros, sin dejar de admirar, disimuladamente, el cuerpo de curvas generosas y tentadoras de su nueva vecina. 

Esta, giró la cabeza a un lado y hacia otro de la calle, con el ceño fruncido y luego puso la vista en él dedicándole una sonrisa. 

Daniel frunció el ceño. ¿Lo habría descubierto mirándola? Se apresuró a colocar todas las bolsas sobre la acera y empezaba a sacar su billetera cuando la mujer se acercó. 

― ¡Hola vecino! ― Dijo con voz cantarina mientras él pagaba al taxista. ―Me puedes decir, por favor, ¿dónde hay una tienda por aquí cerca? 

― Da vuelta en aquella esquina, a la izquierda, y avanza media cuadra. ― Respondió él con sequedad. Sin mirarla siquiera. 

Tomó la mayor cantidad de bolsas que pudo y se acercó a su puerta. 

Cassie tomó una bosa y también la acercó. 

― Dejen los ayudo. ― Dijo la joven tomando otras bolsas. 

― Deja, no es necesario. ― Demandó Daniel con algo de brusquedad, prácticamente arrebatándole las bolsas. 

La mujer lo miró con los ojos muy abiertos. Asintió en silencio, soltó los paquetes y empezó a caminar alejándose. 

― Gracias por lo de la tienda. ― Dijo sin mirar atrás. 

― ¿Quién es ella? ― Preguntó Casandra con curiosidad. 

― Supongo que la nueva vecina. ― Respondió él algo apenado, en el fondo, por la manera tan ruda que la había tratado pero... ¡Diablos! ¡Era guapísima! No podía permitir que ella notara que lo había afectado tanto, incluso físicamente; así que prácticamente corrió adentro de su casa. ― Anda Cassie, vamos a apurarnos para que pueda darte de comer. 




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