Sólo Somos Vecinos

Capítulo 5

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Abigaíl y su mamá recorrían, muy entretenidas, los diversos puestos del mercadillo. La joven llevaba en manos un viejo florero de cerámica que pensaba pintar con colores más alegres. Se habían detenido a admirar una colcha tejida en ganchillo en uno de los puestos. 

― Está hermosa, ― Dijo su mamá. ― ¿Por qué no te la llevas? 

― Es bellísima. Pero no me sirve... ― Negó Aby soltando un suspiro de decepción. ― Mi cama es individual y esta colcha es matrimonial. 

― Tengo una colcha parecida, en tamaño individual. ― Dijo la vendedora. ― ¿Quiere que se las muestre?  

― Sí, por favor. ― Asintió la joven. 

― ¡Abyyyyyyyyy! ― Un grito la hizo girar y, de pronto, sintió unos bracitos alrededor de su pierna. 

― ¿Cassie? ― Preguntó sorprendida, inclinándose hacia la pequeña. 

Justo en ese momento, Daniel llegó corriendo a donde estaban ella. 

― ¡No vuelvas a hacer eso, Casandra! ― Dijo evidentemente molesto. ― ¡Nunca vuelvas a soltarte de mi mano para salir corriendo como loca! ¡Podría haberte perdido! 

― ¡Pero es Aby, papá! ― Contestó la pequeña, aún emocionada. ― ¡Yo quería saludarla! 

Abigaíl colocó sobre el suelo el florero que aún sostenía en las manos y tomó a la pequeña por los hombros. 

― Escúchame bien Cassie. ― Dijo mirándola con seriedad. ― Nunca, nunca, nuuuunca vuelvas a soltarte de la mano de tu papá en un lugar tan lleno de gente. ¿Y si alguien te hubiera robado? ¿Te imaginas qué cosa tan horrible que jamás volviéramos a saber de ti? 

― ¡Pero yo quería saludarte! ― Empezó a lloriquear la niña.  

― Pues, aunque quisieras saludar a la reina de Inglaterra. ― Insistió Abigaíl. ― NO vuelvas a soltarte de la mano de tu papá. ¿Me lo prometes? 

― Sí... ― Asintió la pequeña sin esconder las lágrimas. 

― Bien... ― Sonrió Aby. ― Ahora sí, dame mi beso. 

La pequeña soltó una alegre carcajada y, abrazándola, la besó sonoramente en la mejilla. 

Aby le devolvió el beso, tomó el florero y se puso de pie. 

― Gracias. ― Musitó Daniel, quien aún se veía algo alterado. 

― Ahora... dale la mano a tu papá y váyanse corriendo de aquí, ahora mismo. ― Le dijo Aby a Cassie. 

― ¿Por qué? ―  Preguntó la niña con curiosidad, mientras Daniel las miraba con desconcierto. 

― Porque mi mamá está parada justo a mi lado. ― Respondió Abigaíl, fingiendo un escalofrío y haciendo una mueca de temor. 

― ¡Huye Cassie! ― Exclamó Daniel tomando de la mano a su hija, para empezar a correr. 

― ¡Uy! ¡La abuela mala! ― Gritó la pequeña, corriendo junto a su papá. 

Aby soltó una pequeña carcajada mientras su mamá los miraba con el ceño fruncido. 

― ¡Espera! ― Exclamó Daniel a unos metros de distancia, deteniéndose de golpe. 

Para sorpresa de Aby, tomó a la niña en brazos y regresó a toda prisa a donde estaba ella y le plantó un sonoro beso en la mejilla, haciendo reír a Cassie. 

― Yo no te había saludado. ― Le dijo Daniel a Aby, con un guiño travieso, y luego volvió a alejarse a toda prisa con su hija perdiéndose entre la gente. 

Aby soltó otra carcajada y luego, sin añadir nada más, se giró hacia la vendedora, quien había estado observando todo en silencio, con la nueva colcha en la mano, mientras sonreía muy divertida. 

― Pudiste aprovechar para presentármelo. ― Dijo su mamá, con evidente mal humor. 

― Te dije que no quieren conocerte. ― Aby se encogió de hombros mientras revisaba la colcha. ― Ninguno de los dos, como te habrás dado cuenta. 

― Así que soy “La abuela mala”. ― Dijo la mujer frunciendo el ceño. 

― ¡Oh sí! ― Exclamó Aby soltando una pequeña risa. ― Y créeme que te va a costar muuuucho trabajo quitarte esa etiqueta. 

La mujer soltó un bufido de exasperación. 

― Bueno... Al menos, debo reconocer que tienes buen gusto. ― Dijo por lo bajo, haciendo reír aún más a su hija. ― Ese hombre es bastante guapo. 

 

 

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Abigaíl se encontraba terminando de arreglar su casita. Había comprado cajas de madera, de esas que se utilizan para empacar frutas y verduras y, luego de lavarlas y pintarlas, había hecho un pequeño guardarropa junto a la cama y un librero frente al sofá. La colorida colcha que había comprado lucía sobre la cama en todo su esplendor. También había comprado tela económica, pero linda, para hacer cojines para el sofá, cortinas y un mantel para la mesa; colocó unas flores dentro del jarrón que había comprado y, con satisfacción, miró a su alrededor. 

Se había pasado toda la tarde cosiendo, pintando y acomodando las cosas que había adquirido en el mercado, aprovechando que no tenía trabajo pendiente, decidida a convertir ese lugarcito en algo agradable a la vista y creía que lo había logrado. 




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