“solo Soy Adam Hoffmann”.

Nuevos tratos.

Capítulo 14.


 

Adam.


 

Estuve a nada de no volver a mis tan amadas instalaciones, fue muy tráumente el hecho de que esta vez el oxígeno me hubiera durado menos, supongo que cuando estaba a punto de llegar a la cima toda la emoción que estaba reteniendo salió a flote, el mareo y las taquicardias se hicieron presentes, pero finalmente cuando me puse a observar un poco la cima todo se fue controlando.
 

Volver a las rutinas es algo que me encanta demasiado y en verdad disfruto.

El fin de semana se fue muy rápido y por suerte ya es lunes,  cuando llego a las instalaciones todos se ponen al corriente con los demás compañeros de su agrado sobre cómo fue su fin de semana, no les presto atención ya cometí un error de mezclarme con alguien de mi trabajo y eso es algo que me prohíbo volver a repetir. Por el rabillo del ojo observo cómo Gladys llega con su habitual traje sastre color azul marino, sigo avanzando, paso de ser mi todo a mi nada.

 

—Buenos días señor. —me dice la mujer que juega de mi asistente.

Le hago saludo con la cabeza.

—Un café sin azúcar y el trabajo que Bruno pueda tener rezagado. —entró a mi oficina. ¿Maleducado? Sí, pero no me gusta hablar mucho…

Apenas me siento cuando la puerta se vuelve a abrir y entra la mujer de colores fuertes.

Me pongo mis gafas, me acomodo las mangas de la camisa y enciendo el computador y tomo la plumilla de la tablet.

—Buenos días… —titubea, —Me alegro que hayas vuelto. Me tenías preocupada.

Ni me inmuto en lo que dice mientras me pongo a ver unos diseños.

—Me lo esperaba, pero es más feo vivirlo, —la miro fugazmente, estaba dispuesto a todo por ella… —Bien, dejemos lo personal y enfoquémonos en lo laboral.

Asiento.

—Me pediste que buscara un Arquitecto, pues busque y encontré muchos y muy buenos, cuatro son Ingleses—dejo de lado la tableta y presto atención a los diseños y Curriculums que pone sobre mi escritorio de cristal. Les echo un ojo a cada diseño y los que no me gustan los echo a la trituradora de papel. Veo cómo se acomoda incómoda.—Estos tres son alemanes, —de esos solo tiro uno, —Por último son dos Uno es estadounidense y otro tiene un revoltijo de nacionalidades pero es Mexicano.

Curiosamente no tiro ninguno de los dos. Así que ahora observo los cuatro que han quedado…

—Los ingleses que tiraste son muy buenos en lo que hacen.

—No busco buenos, busco a personas excepcionales en lo que hacen. —Miro los diseños, las estructuras… busco el currículum de dos y los comienzo a leer. —Contáctame con estos dos lo más pronto que se pueda, no quiero esperar más para el proyecto de Londres.

Observa los dos curriculums, es de un alemán y por irreal que parezca el del mexicano.

—¿estas comparando más de veinte años de trayectoria con los que tiraste a un muchacho que tiene un año de egresado?

Asiento.

—¡Eres increíble, O sea, Ad, ¿cómo vas a siquiera pensar en darle un proyecto tan importante a un niño?! —Levanta el tono de voz, que hasta la secretaria que me trae el café se hace a un lado.

—¿Qué hacías tú cuando te di un puesto de jefa en esta empresa? —la miro mal.

—Es diferente…

—No discutiré, contáctame a ambos. —habló bajo y firme.

Hace sus gestos de puchero, aquellos gestos que me convencieron tantas veces a decir si.

—El proyecto deberías de dárselo a mi hermano. —hace esos gestos tan caprichosos, que algo dentro de mi quisiera decirle sí. Me gustaba consentirla, pero también me encanta ser el insensible que tanto se empeñaron en crear.

—Ya dije algo, así que hazlo. —le digo con voz severa. —¡Porque odio repetir las cosas!

Traga saliva y asiente.

—Cambiaste mucho…

Asiento.

Se da la media vuelta y ¿que esperaban que siguiera siendo el mismo pendejo? Al que todos pretenden verme la cara, están mal.


 

Como puedo sigo en lo mío. Dos horas después salgo a comer algo, cuando llego al restaurante la mujer que atiende en recepción me mira con coquetería y esa voz fingida que hacen cuando un hombre les atrae.

—Señor Hoffmann, un placer tenerlo esta tarde. —Asiento. —Su reservación está dispuesta, mesa para uno en un área privada.

Asiento y me encamina al lugar. Observo la terraza donde comeré un rico platillo.

—¿Serás mi mesera también? —le digo cuando veo que no se marcha.

—Al cliente lo que pida, señor.

Me rio entre dientes.

—Permítame decirle que le admiro demasiado, ha hecho lo sencillo algo extraordinario, su tecnología y mente son exquisitas.


Si hay algo que me gusta más que mi profesión es mi inteligencia y el cómo la gente disfruta de mis aparatos.

 

—Entiendo. —un hombrecillo me trae la carta y pido con rapidez.

—¿hay alguna área de servicio por aquí? —pregunto, ya que odio no lavarme las manos antes de ingerir algo.

—sígame.

Y así lo hago, la sigo el baño es reservado y lujoso. Por detrás del espejo de cristal veo a la mujer y le indico con la cabeza de que entre. Trae falda, eso facilita muchas cosas.

Saco el preservativo de mi billetera y ella se acomoda en la barra del lavamanos.

Me lavo cuidadosamente las manos y procedo a lo que vine, con esta mujer he tenido varios encuentros, es atractiva y tiene un cuerpo magnífico. No precisamente vengo aquí por la comida.

Cuando termino ella se acomoda la falda y el cabello, sale en silencio y me quedo yo frente al espejo acomodándome el traje. La respiración descontrolada y el sudor corriéndome por la frente. Me limpio y me lavo la cara antes de salir.

salgo y tomo asiento en la mesa, la música instrumental suena de fondo y como con total tranquilidad, con tiempo. 

Comienzo a creer que efectivamente soy una basura de persona ya que al salir ni determinó a la mujer, subo al auto y el chofer arranca.
 

Cuando llego de vuelta a la oficina, la cara de Gladys me aparece al frente, me observa y puedo ver la furia de sus ojos.




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