Alphonse.
La mañana está fresca, las ventanas están empañadas, pero la calefacción de mi recámara es acogedora. Enfoco la vista en un diploma que me mandaron alguna vez en el colegio, “Para el Mejor Padre”. Me pierdo en esas letras, y no evito el gruñido que sale de mi interior.
Tomo una ducha, me pongo mi traje y me voy a tomar el té de la mañana al jardín mientras veo como podan el pasto a lo lejos. El periódico reposa a mi lado y sobre los lentes observo la tinta del mismo. Corto un pedazo de pan y le unto mantequilla. La mano me falla un par de veces, estos temblores que me indican que ya no soy un jovenzuelo. Miro como los espasmos llegan a mis dedos, mientras sostengo el cubierto. Me enojo, pero trato de ser paciente y continuar con la actividad.
Miro como el jardinero poda con tanta precisión y lo odio por ello. Silba como si la vida solo tratara de silbar, como si el día fresco ameritara para hacerlo. Hace su trabajo con tanto esmero, como si valiera la maldita pena. Emito otro gruñido. Y me enfoco en la mordida certera que le doy a mi bocadillo. Desvió la mirada al diario del día de hoy. Un viejo placer que adquirí con mi padre, el leer los periódicos, fue un buen hombre, tal vez por ello aborrezco al jardinero, porque me recuerda a él, siempre tan conforme, tan maldita mente conforme, tratando de ver buenas cosas de la vida mediocre que nos dio a mi madre y a mí, a nivel económico, porque siempre fue bueno a la hora de hablarnos, de tratarnos, recuerdo la cantidad de golosinas que me daba, era un simple sargento, no vivíamos mal, pero siempre he sido de los lujos, mi madre una enfermera militar, hija de un doctor militar, gracias a ellos asistí a las escuelas militares, mi madre siempre tan tierna con los pacientes y conmigo, en cuanto a mi padre me gustaba ver como era tan severo y en casa siempre se ablandaba con mi Madre. Ambos influyeron en una gran paternidad, uno me enseñaba a empuñar un arma y la otra a inyectar naranjas. Una sonrisa sale de mí, recuerdo la vez que inyecté con agua soluble a la gallina que teníamos. Mi padre se reía a carcajadas, mientras mi madre me miraba con fingida molestia y sosteniendo los labios para no reírse.
Aún recuerdo el orgullo de ambos cuando me gradué de Médico, mi madre se volvió jefa de enfermeras, mientras mi padre se quedó siendo sargento, no quiso avanzar a más, por ello era débil. Pero siempre se mostró orgulloso de su hijo. ¿Y yo? Bueno, estoy orgulloso de lo que logré como profesional, lo demás es historia.
Miro la jarra del jugo y evitó pensar en cursilerías.
—Tan tranquilo como siempre. —dice la voz de mi mujer.
—¿por qué no debería estarlo?
—¿Por qué será? —se sienta frente de mí, su cabello corto rubio (evitando las canas) le brilla con la luz, sus ojos azules un poco distantes. La bata de seda que luce le hacen ver la piel más delicada, cuando llevas buena vida desde Niño siempre se nota, esta mujer parece que tiene una fórmula rejuvenecedora. Tal vez el continuar trabajando le ayude.
—Ha, ese tema inútil otra vez, todo salió como lo planeamos. Ya deja de taconear que me exasperas. —le digo, cuando repiquetea el tacón.
—Jamás te importó, y creo que llegamos muy lejos esta vez.
—Es lo mejor, tú misma lo dijiste.
—Alphonse, me preocupa y lo sabes.
—entonces cierra el pico y toma tu desayuno. Disfruta de la mañana, es tu día de descanso.
La veo sentarse y empezar a comer, no pierde ningún modal, mira con atención lo que nos rodea, y yo la miro a ella, jamás existió otra persona que me mirara como ella lo hacía y sigue haciendo, voy a decirle algo cuando la de la limpieza sale a molestar. La miro mal y retrocede, siempre tan inoportuna esta gente.
—¿Te mande llamar? —le pregunto.
—¿Entonces? El Doctor y yo estamos bien, retírate. —dice la mujer que ni siquiera le presta atención a la chica del uniforme.
—No señores, vengo a informar que el señor Hoffmann está aquí.
Veo cómo Evi palidece y la juventud que le veía hace unos minutos se le escapan. Y en seguida veo a Adam, quien ahora luce barba, y unas ojeras que jamás le había visto. El semblante serio y tranquilo, pero sé que nada está tranquilo. Mi paz matutina se escapa por la cañería.
—Hijo, que gusto. Mira Alphonse vino por su propio pie. —la madre lo adula mientras yo trato de leer el periódico. —¿Desayunas con nosotros?
Asiente.
La madre se encamina a pedir otro plato para él hombre que toma asiento a mi izquierda.
Mira su reloj y no tardan nada en traerle la comida.
—¿Qué te hizo venir desde Suiza? ¿Nos extrañaste a caso? Te ves muy diferente con barba.
—Parece un vagabundo. —suelto el comentario.
No me responde, solo bebe de su taza de café. Siempre tan brusco, por eso esta solo.
—Vine porque les voy a presentar a alguien. —ignora todo, siempre ha sido a sí, solo se enfoca en lo que le importa.
Su madre me mira.
—¿una mujer? ¿Quien es? ¿De buena familia? —Evi, siempre tan mordaz cuando del hijo se trata, no me interesa solo con que cuide la imagen de la familia me basta. —A tu padre le interesaría mucho que fuera Alemana. ¿Cierto Alphonse?
Este niega.
—Después del desayuno me acompañarán y no quiero un no por respuesta. —Habla como si le hablara a la bola de subordinados que tiene. Aunque se contiene a gritar. Hay que admitir que el muchacho es bueno para las órdenes, o yo ya estoy muy viejo para volarle un puñetazo.
—Já, ahora vienes a nuestra casa a mandar, menudo idiota. —murmuró. —¿Quien te crees?
No dice nada, se queda callado viendo no se que.
Terminamos el desayuno y en contra de mi voluntad me subo al auto con mi esposa, mientras él se va a parte. Mi día iba estupendo, ahora ya no tanto.
Cuando vemos a dónde llegamos Evi voltea a verme y empieza sudar. El chofer no se detiene hasta que él llega y es quien nos abre la puerta.
—¿Qué hacemos aquí Ad? Si es sobre donaciones sabes que no me involucró en eso… ya suficiente hago por esta sociedad…
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Editado: 18.11.2024