Solo tú

10. JinKook

La hora de la cena se está acercando y no sé cómo voy a salir de la casa sin que nadie se entere. 

Los seis están en el salón viendo una película en la televisión y yo me he escabullido hacia la cocina para hacer unas palomitas. 

“Piensa, Jinkook. No puedes dejarla plantada”, me apremio intento que se me ocurra alguna idea. 

Pongo las palomitas en un bol, me acerco al salón y miro hacia la película. El protagonista está haciendo ejercicio en su casa mientras la chica está aún dormida. 

Una bombilla se enciende encima de mi cabeza y dejo el bol encima de la mesita auxiliar delante del sofá. 

Me dirijo hacia mi habitación, me atavío con ropa de deporte, meto la ropa formal en el macuto y bajo las escaleras para informar de que voy a ir al gimnasio un rato. 

—¿No has tenido bastante esta mañana? —me pregunta Jan sin dejar de ver la tele y agarrando unas cuantas palomitas en su puño. 

—No. Aún me queda energía y voy a gastarla. No me esperéis despiertos. 

—Ten cuidado —me dice NamYoon, el líder de nuestro grupo que se comporta como nuestro padre.

Asiento con la cabeza mientras me pongo la mascarilla y la gorra, abro la puerta principal y salgo para encaminarme hacia mi coche. 

Arranco el motor, salgo de la urbanización y llego al restaurante unos minutos antes de la hora acordada con la chica. 

Después de confirmar mi asistencia a la señora del mostrador, me lleva a la sala VIP que he reservado y frunce el ceño al ver mi atuendo. Cierra la puerta negando con la cabeza y me pongo detrás de la tabla de madera para cambiarme. 

Me atavío con el traje que he seleccionado para la ocasión, me peino el pelo para adecentarlo y me siento en una silla, nervioso. 

***

Miro el reloj de mi muñeca y, después, a mi móvil, por enésima vez. Han pasado quince minutos de la hora acordada y la chica no ha aparecido ni ha enviado ningún mensaje de que no vendría. 

“¿Le habrá pasado algo?”, me pregunto preocupado. 

La camarera entra otra vez en la sala, le pido la cuenta de la copa de vino que me he bebido y salgo del restaurante dispuesto a tener una respuesta ante el plantón que acabo de sufrir. 

Me cercioro de que no se me reconoce, pongo el navegador en mi teléfono con la ubicación de la casa de la chica y me dirijo hacia allí.

Estaciono en el primer hueco que veo y llamo al timbre para que el conserje se asome y me abra la puerta acristalada. 

—Buenas noches, joven. ¿Qué desea? —me saluda el amable hombre desde una pequeña ventanita en la fachada, sin necesidad de abrir la puerta. 

—Buenas noches. Estoy buscando a la señorita Elenor Santana. Habíamos quedado esta noche para cenar y no se ha presentado. Estoy preocupado por ella. 

—¿La ha llamado? 

—No me contesta ni los mensajes tampoco. ¿Podría abrirme para echar un vistazo y confirmar que no le ha pasado nada? 

—Parece muy preocupado por ella. De acuerdo, entre. Le llevaré hasta el apartamento y la llamaremos. 

El hombre abre la puerta acristalada y lo sigo hasta el ascensor. Presiona el botón con un cinco en relieve y, al llegar a la planta, llama al timbre del piso. 

No obtenemos ninguna respuesta por parte de la chica y me impaciento por la preocupación. 

Mi dedo se queda fijo en el timbre hasta que el conserje lo aleja temiendo que lo queme por la insistencia. 

—¿No tiene usted la llave? —le inquiero con los nervios a flor de piel y la voz más  gruesa.

El hombre asiente, saca un manojo de llaves de su bolsillo y abre la puerta del apartamento dejando que entre como un tornado en él. 

—¡Elenor! —la llamo a voz en grito para que me escuche esté donde esté. 

Miro estancia por estancia, pero no está. Al llegar al dormitorio un sonido como de lluvia llega a mis oídos y lo sigo hasta el baño anexo a la habitación. 

Abro la puerta y mi alma se desprende de mi cuerpo cuando veo a la chica tirada en el suelo de la ducha. Corro hacia ella y me doy cuenta de que está temblando. Cierro el grifo para que el agua deje de caer, paso mis brazos por debajo de sus piernas y sus axilas, y la levanto, pegándola a mi pecho. 

—¡Señor! —llamo al conserje para que entre en el apartamento y me ayude—. Ponga una toalla encima de la sábana, por favor —le digo cuando aparece en el hueco de la puerta abierta. 

Obedece sin rechistar y dejo a la muchacha tumbada en su cama. La tapo con el edredón y pongo mi mano en su frente para comprobar que tiene fiebre. 

—¿Qué hacemos? —quiere saber el conserje, asustado por el estado de su vecina. 

—No se preocupe, yo me ocuparé de ella. Gracias por su ayuda.

Me dirijo hacia la cocina, mojo un paño en agua caliente y regreso al dormitorio para ponerlo en la frente de ella. Me tumbo a su lado, echando a un lado los mechones mojados de su pelo cobrizo e intento que retome conciencia de lo que está pasando a su alrededor. 



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En el texto hay: romance, amor

Editado: 12.05.2023

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