Capítulo 2
Kurt
La boda de Blake es para todos un motivo de alegría. Hay festejo, risas y felicitaciones en cada rincón del salón de fiesta del hotel de los nuevos suegros de mi hermana. Los chicos de la tienda, Adam, Willow y Julio, Mary, la esposa de Julio, y Cara, la prima de Adam y última aventura de Alex, están que no les entra la alegría en el cuerpo, tanto por Blake como por haber podido venir a una boda de gente rica en un hotel de lujo.
Ha sido todo muy hermoso, Jordan y la mamá de Cam hicieron un excelente trabajo. Sin embargo, no estoy precisamente feliz por no haber podido costear los gastos de la boda de mi hermana. Como el hombre de la casa, tenía que haber sido yo quien pagara, como mínimo, la mitad de los gastos. Lo único que fui capaz de pagar fue el vestido y Blake peleó conmigo durante una hora para que la dejara pagar la mitad. No logró convencerme.
Ahora, en medio de la celebración, mientras me tomo una copa de champán caro, me pegunto: ¿Por qué yo, el hermano de la novia, el que la entregó en el altar, no estoy tan feliz como debería?
La respuesta es clara: mi compañera, mi mejor amiga, una de las tres personas que me conoce mejor en el mundo, la chiquilla que he tenido a mi cargo desde que papá se fue, se va. Ya no será mía para cuidar porque ahora hay otra persona a la que ella se puso en sus manos.
¿Estoy queriendo decir con esto que Cam no me agrada, que no me alegra que mi hermanita haya encontrado el amor? No, no es lo que estoy tratando de transmitir. Que Blake se case y sea feliz me hace sentir orgulloso e, incluso, contrariando mis anteriores palabras, estoy feliz. Solo que no lo estoy completamente porque siento que un pedazo de mí me está siendo arrancado.
Creo que me he tomado muy enserio la promesa que le hice a mi padre el último día que lo vi. Eso de “Ahora eres el hombre de la casa, debes cuidar de Blake y mamá” ha sido el móvil de mi vida, el propósito. Sé que con mamá sigo ejerciendo mi promesa y que Blake no se irá muy lejos, pero me es imposible evitar sentirme de esta manera. Y es tonto, mantener una promesa a alguien que no cumplió las suyas, pero eso fue lo que me ayudó a despejar mi mente del rencor hacia mi padre.
Un destello de movimiento de color lila llama mi atención –como lo ha hecho toda la noche– y miro hacia el lugar, captando la salida de Jordan del salón de fiesta.
Jordan, pienso en un suspiro.
¿Algún lograré convertirme en el hombre que ella merece?
Quiero creer que sí, pero el camino hacia esa meta es escabroso y lleno de obstáculos.
Vacío el resto de mi bebida, dejo la copa sobre la mesa y corro detrás de ella.
Jordan y yo tenemos una conversación pendiente.
Salgo del salón y me encamino hacia el vestíbulo, donde la veo entrar al ascensor. Corro más rápido y meto el pie entre las puertas justo cuando están por cerrarse.
Ahí está ella, hermosa como siempre. Sus ojos verdes parpadean con sorpresa hacia mí, sus mejillas se tiñen de un ligero color rosa y su cabello rojo brilla bajo las luces del ascensor, contrastando con el lila del vestido.
Y el vestido, ¡oh, el vestido!
Su cuerpo enfundado en ese vestido es digno de que se le escriban poemas y canciones en su nombre, que se le hagan pinturas en óleo y se exhiban en un museo. Sé que sueno cursi o tonto, pero es imposible no pensar ese tipo de cosas cuando se tiene semejante belleza en frente.
Un mechón de su pelo reposa en la cúspide de su pecho, llevando a mis ojos a ese punto. El cuerpo de Jordan no es exuberante ni demasiado provocativo, no al estilo Kardashian–Jenner. Es, más bien, un cuerpo de simetrías justas. Pechos no demasiado grandes ni muy pequeños, caderas tan anchas como sus hombros, trasero bien proporcionado y ejercitado, cintura estrecha y piernas torneadas.
Sí, me he pasado mucho tiempo viéndola, lo sé. Pero, ¿quién no la observaría?
Pese a mis pensamientos sobre escribir poemas, canciones y demás sobre su vestido, mis intenciones son más carnales. Quitárselo, por ejemplo.
Soy un verdadero idiota, lo admito, pero no puedo no pensar en desnudarla, mucho menos cuando pregunto si va a su habitación y me mira como si fuese una insinuación. En parte, sí lo es, pero no es eso lo que quiero hablar con ella.
No aún.
No vamos a su habitación, lamentablemente. Jordan, al salir del ascensor, gira a la derecha y abre la puerta de las escaleras.
—¿Me estás llevando a la azotea para lanzarme desde la cima del edificio? —bromeo.
Ella mira sobre su hombro y me da una media sonrisa.
—No me des ideas.
Como el caballero que soy, permanezco detrás de ella por si se dobla el pie y cae. No se vaya a tener una idea errónea en la que crean que solo le estoy viendo el culo, por supuesto que no.
Al llegar al final de las escaleras, abre de un empujón la puerta que da a la terraza y la deja abierta para mí.
—Gracias, bella dama.
—No me des las gracias y toma el ladrillo de concreto que está detrás de la puerta —ordena.