Solteros y arrogantes

1. Mala racha

El hombre tenía las manos sobre el escritorio. Sus dedos largos se movían una y otra vez, enseñando la impaciencia que sentía cada vez que veía a la incompetente de su asistente caminar de lado a lado sin conseguir lo que él quería.

Y lo que él quería era simple.

—Señor Black… —murmuró la joven con temor y caminó con torpeza hacia él.

Los absurdos tacones que usaba para encajar con el resto de las empleadas le apretaban los pies y, con cada pisada, sentía que decenas de chinches se le enterraban en los dedos y los talones.

—¿Dónde está mi gratín de patatas? —preguntó él y le miró con un ceja en alto.

Ella odiaba esa mueca. Llevaba apenas cinco días trabajando para él y ya detestaba cada mueca grotesca que le regalaba cuando algo no le gustaba.

—Señor, son las diez de la mañana, ningún restaurante…

—¡No pregunté qué hora es! —gritó él.

La joven dio un respingo en su puesto en respuesta a su grito y, su amigo, el que llevaba soportando su genio por casi cinco años, le miró con preocupación.

—Señor, ningún restaurante sirve comida vegetariana en esta zona y mucho menos a esta hora, yo… —La joven mujer guardó silencio cuando vio las muecas de desencanto del hombre.

Agachó la cabeza y esperó a que él tomara la palabra y expusiera su sentencia.

Black miró su reloj de muñequera y regresó a clavar sus ojos en ella.

Por fuera, era perfecta. Tenía ese cabello dorado que adoraba, la piel blanca y limpia; escote perfecto, una cintura bien definida y, claramente, bajo esa falda escondía caderas deliciosas, pero para defender su puesto como asistente, era una verdadera inepta y a él no le gustaban las ineptas.

—Ve a la calle, búscame el gratín de patatas que quiero y no regreses hasta que lo encuentres —ordenó inflexible.

Ella miró con pavor al director creativo: Joshua Davis. Quería que la ayudara a salir de esa, pero él se levantó de su puesto y miró por la ventana, ignorando la embarazosa escena.

—Señor, en esta zona no existen restaurantes vegetarianos —refutó ella.

No quería caminar más. Estaba cansada y dolorida, además, de alguna forma, quería que él la entendiera, que humanizara con ella, pero era claro que él no era un humano.

Black sonrió.

—Entonces no te molestes en regresar.

Finiquitó el hombre y se puso de pie para continuar trabajando.

La asistente de turno miró a todos lados con incredulidad y no supo qué decir o hacer. Se quedó allí un rato, acorde Black ignoró su presencia y actuó como si no existiese.

La muchacha entendió que era hora de ir a casa cuando Alex levantó el teléfono para ponerse en contacto con su secretaria y, a través de la línea le dijo:

—Por favor, Jimena, tráeme los registros de postulantes para el puesto de asistente.

La mujer agarró sus cosas, las organizó a toda prisa tragándose las lágrimas. Quería llorar por la impotencia que sentía, pero, a su vez, no quería que ese hombre egoísta y sin sentimientos la viera derramar ni una sola lágrima.

Jimena no tardó en entrar por la puerta. Llevaba unos pocos documentos en las manos y una mueca de hastío terrible. 

Para ella, esa situación ya era habitual, se repetía semana a semana y ya ni siquiera se esforzaba por aprenderse el nombre de las nuevas asistentes.

—Lo que ordenó, Señor —dijo Jimena y puso los registros de las postulantes sobre su escritorio.

Black se apuró para sentarse y leer la información privada y laboral de las postulantes. Aún conservaba esperanzas de encontrar a la candidata perfecta, pero espantosa fue la sorpresa que se llevó cuando solo se encontró con tres registros.

Miró a Jimena con confusión y ella cambió su mueca de aburrimiento a una fingida y amplia sonrisa.

—¿Es una broma? —preguntó el hombre y le mostró los tres registros.

—Jamás me atrevería a bromear con usted —respondió Jimena tras elegir sus palabras de forma cuidadosa—. Es todo lo que hemos recibido en estas últimas semanas —añadió, refiriéndose a las postulantes para su asistente.

Black se volvió loco por apenas unos segundos. Se controló antes de que sus empelados vieran su verdadera desesperación.

Joshua se acercó para curiosear y levantó uno de los documentos para leerlo con atención.

—Ya retírate —ordenó Black con mal genio.

Joshua rodó los ojos.

—Gracias, Jimena, eres muy amable —agradeció Joshua cuando su amigo no lo hizo y agarró una silla para sentarse a su lado.

Le miró por largo rato.

Alex no dejó de trabajar y pareció inmune a su mirada crítica.

—Lo que tengas que decir, dilo —expresó Black sin dejar de teclear en su computadora—. Aunque te advierto, no tengo tiempo para tus reproches absurdos.

—No es un reproche, Bro… —respondió Joshua con calma. No quería pelear. Era muy temprano para eso—, pero es la tercera muchacha que despides este mes.




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