Le Mayer azotó la puerta de las escaleras y sus pisadas duras dejaron de oírse cerca. Cuando todo acabó, Micaela soltó un gran suspiro colmado de dolor y, aunque Joshua quiso retenerla, la jovencita poseía fuerza importante y se deshizo de sus brazos con un rápido movimiento.
Se dio la media vuelta para disimular. Tenía los ojos llenos de lágrimas y un nudo amargo en la garganta. Ni hablar de todas esas sensaciones extrañas que tenía en el fondo de su barriga.
Podría haber huido en ese momento y haber regresado a casa antes de que su madre sospechara sobre sus pasos, pero se sentía tan mareada y fatigada que, se tuvo que tomar unos segundos para recuperarse y tranquilizarse.
Estaba tiritando de pies a cabeza y se hallaba tan angustiada que no sabía si iba a poder continuar soportando el llanto.
Por otro lado, Joshua sabía que esa era su oportunidad para jugar en contra de Le Mayer y no vaciló en atacar.
—Señorita Torres —le habló dulce, con esa voz de chico bueno que hipnotizaba a muchas y puso su mano en su hombro—. Lamento mucho lo que ha ocurrido, y me disculpo por la actitud de mi compañero, él…
—¿Disculparse? —le preguntó ella y volteó para enfrentarlo—. Una disculpa no hará que me sienta mejor, Señor.
—Sí, lo sé —respondió el elegante hombre—, pero al menos déjeme compensarla y…
Ella se rio y dejó caer su bolso al piso para cubrirse su rostro con las dos manos. Se hundió la punta de los dedos en los ojos y trató de controlarse. No iba a enseñar debilidad, menos frente a esos ignorantes que no tenían ni la más mínima idea de quién era ella y de lo que era capaz.
»Lo lamento mucho —susurró Joshua—. A veces el señor Le Mayer pierde la compostura y no ha sido una semana buena para él… para nadie —excusó con mentiras.
Micaela le miró con desconfianza y se secó las puntas de sus mejillas sonrosadas. Tenía pequeñas gotitas que hacían brillar su piel tostada.
—Creo que lo mejor será que me retire y…
—¡No! —exclamó el hombre y se apuró para coger su bolso. No iba a dejar que se fuera así como así—. Usted es la mejor asistente que hemos tenido y sería una lástima perderla por una discrepancia tan pequeña.
—¿Pequeña? —preguntó ella, claramente ofendida—. Me ha llamado negra y en mi propia cara.
Joshua suspiró.
Eso no era pequeño. Era grave y él lo sabía, pero quería usarlo a su favor.
—Es grave, lo sé —afirmó Joshua y ella le miró con seriedad—. Pero, créame, señorita Torres, no queremos perderla, es una de las trabajadoras más eficientes que he conocido en mucho tiempo —le dijo calmo—, y eso que llevo largos años aquí —unió alegre. Micaela sintió un poco de confianza con su voz suave y su risa amable—. Por favor, déjeme hablar con él y arreglar la situación.
Micaela arrugó el ceño y pensó brevemente.
Su orgullo estaba en juego. Ella no quería regresar a casa con las manos vacías, volver a ser la hermana fracasada, que había terminado la secundaria con las peores calificaciones por falta de tiempo y sin estudios superiores por falta de dinero.
No quería ser la hija que se quedaría para siempre en casa, cuidando a sus hermanas menores y, tal vez, a sus futuros sobrinos.
Ella no quería limitarse.
Ella quería vivir.
—¿Y cómo cree que podríamos arreglarlo? —preguntó Micaela, muy inquieta.
Tenía muchas interrogantes, pero sabía que ya tendría un momento para realizarlas todas.
Joshua se emocionó cuando la vio ceder y le regaló una amplia sonrisa.
—Voy a hablar con él y lo haré recapacitar —dijo firme, tan seguro que Micaela se sintió convencida—. Y si no funciona, lo voy a obligar a que recapacite —afirmó y golpeó su puño contra su palma, mostrándole a ella que, tal vez, usuaria la fuerza.
A Micaela le causó gracia su gesto violento y agachó la cabeza para disimular la risita natural que le nacía en los labios.
Joshua llevó a Micaela hasta una sala para reuniones y le pidió que se pusiera cómoda, mientras él se tomaría unos minutos para hablar con su colega y amigo.
A Micaela le pareció que todo estaba bien y se acomodó en una silla para descansar, también para hacerle saber a su hermana que había llegado bien y que todo estaba en orden, aunque eso no era del todo cierto.
Joshua caminó furioso por la oficina e ingresó a la privacidad de Le Mayer con agresividad.
Le Mayer trabajaba tranquilo detrás de su computadora, pero prontamente tuvo a su amigo encima, gritándole descontrolado y lleno de furia.
—¡¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer?! —le gritó con rabia y Le Mayer le miró con los ojos oscuros. Su mueca de desinterés le dijo mucho—. La llamaste negra, maldición —susurró con horror—. ¡Después de todo lo que hemos pasado! —le reprochó.
—¿Hemos pasado? —preguntó Alexander y se puso de pie para enfrentarlo—. Eso me suena a plural —le dijo y le miró a los ojos con fastidio—. Te recuerdo que no es tu nombre el que va en las denuncias.
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Editado: 17.06.2022