Solteros y arrogantes

14. La raíz del miedo y secretos

Alexander podía entrever las intenciones de Micaela y sabía bien que ninguna era mala, muy por el contrario, la joven mujer estaba colmada de una energía sinigual, algo que él jamás había probado y no quería que esa luz se apagara, mucho menos por culpa de quién lo había apagado a él.

Su padre.

Y, no obstante, en su mente estuvo dispuesto a dar una pelea limpia, se acobardó rápido, cuando vio la mirada de odio de su progenitor y, lo que más sintió en ese momento, fue miedo.

Nunca se había enfrentado a su padre, de ninguna manera, ni siquiera cuando él se había marchado, abandonándolos y culpando a su hermano de todas sus desgracias.

Se había arrepentido por años, pero allí estaba, siendo el cobarde que era.

Todo lo que su progenitor dictaminaba era ley y él había sido —por muchos años— su más fiel seguidor, aunque, poco a poco, empezaba a darse cuenta de que su palabra no era ley, sino, ponzoña.

—Papá… —tartamudeó Alex. Mica miró al hombre que los había sorprendido con grandes ojos—. Ella es mi nueva asistente —dijo Alex con firmeza cuando terminó de actuar como un idiota.

Micaela rompió el vínculo que habían creado para acercarse al padre de su jefe y presentarse. Solo allí notó que él la estaba tocando y deseó regresar el tiempo atrás para sentirlo otra vez, pero ya era tarde.

—Mucho gusto, Señor —le saludó ella con una gran sonrisa—. Soy Micaela Torres, la nueva asistente del Señor Le Mayer —dijo emocionada.

Quiso estirar su mano para darle una bienvenida, pero, por la forma en que el hombre la detalló, como si se tratase de la inmundicia más fétida del lugar, se contuvo y solo le sonrió fingidamente.

Micaela pudo sentir su rechazo, así que caminó junto a él con paso seguro y se acercó a la puerta. Cuando logró quitarse de encima la mirada del padre de su jefe, lo miró a él.

Alexander parecía que estaba atrapado, pero ella no sabía qué hacer para rescatarlo.

»Estaré afuera para lo que necesite, Señor —dijo ella y miró a Alex con una mueca dulce.

Él asintió y como no quería que se acercara a esa oficina mientras su padre estaba de visita, le dijo:

—Acompaña a Jimena a la entrevista con H&W, por favor. —Su mirada celeste parecía que le imploraba.

Ella le miró con el ceño apretado y trató de entenderlo entremedio de ese ambiente tenso que se había creado de la nada.

—Sí, yo…

—¡Ya márchate, ¿quieres?! —la interrumpió el padre de Alex y ella se espantó al escuchar su dura voz.

Parecía un general del ejército gritándole a uno de sus soldados.

Micaela soltó un suspiro y dejó la oficina a toda prisa, todo bajo la apesadumbrada mirada de Alex, quien no habría querido que las cosas comenzaran tan mal en su segundo día de trabajo.

Cuando Micaela cerró la puerta tras ella, Alex se preparó para saludar y luego enfrentar a su padre, puesto que creía conocer los verdaderos motivos de su visita.

Se acercó a él para darle la bienvenida. Hacía largas semanas que no lo veía y se moría de ganas por darle un abrazo, pero su padre se separó de él con muecas henchidas de aversión.

—No te me acerques —le señaló su padre con tono frío y se alejó de él con esa misma mirada con la que había detallado a Micaela—. Te vi con ella, acaramelado y, como siempre, pensando con la cabeza de abajo —le dijo agresivo—…  de seguro apestas a mierda —reclamó y se apuró para abrir la ventana.

—Papá… —Alex quiso decirle algo a favor de Micaela.

—Te he dicho que no me digas “papá” aquí… —le regañó y le miró aprensivo—. ¿Por qué contrataste a esa negra? —quiso saber.

Alex tiritó entero cuando supo que el momento de aceptar la verdad había llegado. Todo había sido un error, pero como no podía exponerse ante su padre como el inútil que era, mucho menos en frente de quien lo hacía sentir más inútil, le mintió.

—Por las acusaciones —dijo Alex con seguridad, aunque por dentro se caía a pedazos—. Con Joshua buscamos demostrarle al mundo y a nuestros clientes, que aquí sí existe diversidad.

Su padre se carcajeó.

—Diversidad en mis pelotas —rugió su padre y le miró con rabia. Alex contuvo la respiración—. ¿Cuánto tiempo piensas tenerla aquí? —insistió—. Destiñe y arruina toda nuestra imagen —reclamó rabioso. A Alex se le escapó una risita—. ¿De qué te ríes, miserable inservible? —le preguntó desafiante y se acercó igual.

—Nuestra imagen ya está arruinada, papá —respondió Alexander y le miró de la misma forma—. Tenemos que corregir esto o nos vamos a hundir.

Su padre le regaló un gesto divertido y se acercó para hablarle de cerca, para continuar intimidándolo.

—¿Crees que soy estúpido? —preguntó el hombre—. No nos vamos a hundir porque aquí no existe diversidad, sino, porque eres un marica, un bueno para nada y estás dejando que esa basura te afecte —le dijo y se alejó nauseabundo—. Eres como tu madre… —le dijo despectivo. Su hijo escondió la mirada—. Un marica débil. —Los dos se quedaron callados un rato—. Me equivoqué poniéndote a cargo, fue el peor error que pude cometer junto con dejar que tu hermano naciera —escupió violento.




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