Por más que apuró sus pisadas, Alexander no pudo alcanzar a Micaela y, cuando llegó al primer piso del edificio, no halló ni rastro de ella.
Se quedó paralizado junto a las puertas de las agencias Black y trató de entender qué había ocurrido.
No quería ni podía seguir siendo ciego por más tiempo.
Empezaba a sentir que ya no quería seguir viviendo así, en esa oscuridad que lo consumía día a día, así que se armó de valor y se atrevió a aceptar que había visto a su padre acorralando a su asistente en compañía de Joshua.
No solo eso, algo la había asustado tanto que, la pobre había salido corriendo por el miedo que su progenitor le había causado.
Pero ¿qué? —se preguntó Alexander pensativo bajo el sol matutino y trató de entender qué había entre su padre y su mejor amigo.
Escarbó en su saco y buscó su BlackBerry. Trató de comunicarse con Micaela, puesto que necesitaba respuestas, pero ella ignoró todas sus llamadas y, tras insistir unas cuantas veces, la línea no estuvo disponible.
Como las raíces de las debilidades que lo convertían en ese hombre miserable y abusivo se hallaban en su oficina, prefirió marcharse y no miró atrás.
Caminó desorientado por las calles de su cuidad por un largo rato.
Siempre que su padre aparecía, Alexander perdía el norte y se desestabilizaba tanto que, no sabía quién era en verdad.
Si bien, se sintió tentado en visitar Focus y ahogar sus conflictos emocionales con un poco de comida, sabía que su padre lo buscaría allí, así que, como siempre hacía, buscó refugio en ese único lugar que lo hacía sentir un poquito mejor: su madre.
Por otro lado, Micaela cogió el coche que Alexander había dejado en su departamento y viajó hasta las dependencias de Steel Lauder, dispuesta a una sola cosa: recuperar la cuenta.
Se había comunicado con la mano derecha del Señor Lauder y tenía fe, como nunca la había tenido antes.
Sentía que, los movimientos que Joshua había realizado con la cuenta de Lauder tenían una segunda intención y ella se encargaría de averiguarlas, y él no podría hacer nada para detenerla, puesto que, tenía a su favor que había escuchado su conversación privada.
Cuando la joven aparcó en las afueras del edificio, se quedó pasmada un largo rato, detallando la hermosura de la arquitectura, pero reaccionó rápido y se forzó a entrar en ese papel de chica atrevida.
Le gustaba ese papel, la hacía sentir más segura y más ella.
Se estiró el vestido y se miró las trenzas perfectamente alineadas en una amarra firme que la hacía lucir pulcra y limpia.
Cogió la información que había encontrado en la Agencia y se dirigió hacia la entrada. Tras presentarse y confirmar que tenía una cita con el asistente del Señor Lauder, pudo acceder a las elegantes dependencias.
Eran amplias y de muros y muebles tan blancos que, sintió que toda ella contrarrestaba con ese flamante lugar.
—Micaela Torres, ¡que gusto conocerla al fin! —exclamó el asistente del señor Lauder y le besó en las mejillas con finura—. El Señor Le Mayer me ha hablado maravillas de ti —le confesó.
Ella se quedó boquiabierta tras escuchar aquello y le costó poner los pies en la tierra para responder a su saludo.
—¿De verdad? —quiso saber Mica y las mejillas se le pusieron rojas—. ¿Él…Él hablaba…? —carraspeó cuando vio la mirada del hombre que tenía ante ella.
El hombre le sonreía de oreja a oreja. Claramente había visto lo que a la joven le ocurría con Alexander Le Mayer y, no obstante, Micaela quiso disimularlo, su cuerpo la traicionó y es que la verdad era que, no podía pensar en Alexander sin ponerse nerviosa y ruborizarse.
—Sí, en cada fiesta en la que nos hemos encontrado, me ha hablado de su famosa y misteriosa Micaela —reveló el hombre mirándola divertido.
Pero no le dio tiempo para pensar ni responder, la tomó por el brazo y caminó a su lado ondeando las caderas. Era un rubio de baja estatura que vestía ropa de diseñador. Llevaba las uñas arregladas y joyas de oro blanco.
Ella trató de seguir su ritmo con sus tacones y se adecuó fácil a él, quien simulaba que flotaba sobre una pasarela imaginaria.
La llevó hasta una oficina en el exterior. Parecía una terraza y a ella le gustó ese diseño innovador.
—Bueno, sé que estás aquí para hablar sobre la interrupción del contrato con las agencias Black, pero te quiero dar un consejo, de asistente a asistente —susurró el hombre y se sentó frente a ella con elegancia.
—¿Un consejo? —preguntó ella y se rio nerviosa.
Estaba descolocada. Ella sabía que no estaba allí para recibir consejos de desconocidos, pero debía aceptar aquello, puesto que quería demostrarles a todos de lo que era capaz.
El rubio asintió y le sirvió agua.
—Vi tu cara allá atrás… —le dijo—, vi tus ojos llenarse de brillo cuando te dije que Alexander me habló de ti —le expresó y ella se tensó en su silla.
Frunció los labios y trató de mantenerse calma.
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Editado: 17.06.2022