Solteros y arrogantes

19. Padre e hijo

Su padre le miró con fastidio desde el otro lado del cristal y se preparó para enfrentarlo y hacerle entrever que era un maldito cobarde por rendirse a las caricias de una mujer negra.

Se sentía nauseabundo y pensaba lanzarle todo su vómito verbal encima, al final, sabía que así tenía poder sobre él y no iba a dudar en controlarlo y pisarlo con su pie rígido.

Alex sabía lo que vendría. Podía incluso imaginar sus palabras ofensivas y fuera de lugar, así que se preparó para enfrentarlo. Apretó los puños y se armó de valor. No iba a huir, muy por el contrario, iba hacerle frente a eso que tanto miedo le provocaba.

—Hasta las putas tienen mejor olor que las negras —dijo el hombre cuando ingresó a la sala de reuniones en la que Alex y Mica se habían enfrentado.

Alex le miró con una ceja en alto.

—Me imagino que sabes mucho sobre el tema —susurró Alex sin titubear—. Siempre te han gustado las putas, sobre todo las callejeras… —Alex se rio y los dos se miraron con acometividad.

Su padre lo estudió desde su puesto y no dijo palabra respecto a su provocadora contestación. Se quedó paralizado, pero no dejó que eso le sobresaltara.

—Me mentiste —le dijo Marc y lo rodeó con pisadas lentas—. No me gustan las mentiras.

Alex se tensó en su puesto.

Su padre lo miró de pies a cabeza en repetidas veces, analizando su postura.

Aunque quiso verlo temblar y orinarse del miedo, el joven de cabellos dorados se mantuvo firme ante él, como un soldado a punto de entrar en el campo de batalla.

»Me dijiste que usarías a la negra a favor de las acusaciones en tu contra, pero parece que estás cayendo en tus propias mentiras —dijo su padre y lo miró con un desprecio.

—No estoy cayendo en nada, lo tengo todo bajo control —se defendió Alex.

Aunque claro, no se oyó para nada convencido. Sabía bien que estaba totalmente hechizado y desde hacía mucho.

Su padre le miró otra vez y le entregó un desprecio antes de alejarse un par de pasos.

—Vas a despedirla —ordenó Marc—, vas a deshacerte de ella y de todos esos malditos negros atrevidos que realizaron las denuncias en tu contra —exigió y Alex abrió grandes ojos—. Vas a hacer las cosas como un hombre y dejarás de ser el marica inútil que eres —gruñó con los dientes apretados y lo miró amenazante.

Axel no dejó que sus palabras le afectaran y se mantuvo firme.

—No voy a despedir a Micaela ni voy a deshacerme de nadie —refutó Alexander y quiso continuar, pero su padre no se lo permitió.

Se acercó a él con fiereza y lo amenazó con sus dedos para recordarle que tenía un arma bajo su poder y que no dudaría en usarla. Puso sus dedos sobre su abdomen y presionó fuerte, simulando que le clavaba el cañón de su pistola, un juego que había repetido muchas veces durante su adolescencia y todo para enfundarle miedo.

—Eres un cobarde —susurró Marc—. Siempre lo has sido —agregó—. Vas a dejar que un par de amenazas te controlen, te llenen de miedo… —Le miró con un desprecio.

—Tal vez —respondió Alex con desinterés—. Tal vez me lo merezco, por ser un maldito desgraciado como tú.

Su padre se echó a reír burlesco y le clavó más fuerte los dedos en el abdomen, pero Alex apretó cada músculo de su cuerpo y apenas pudo sentir dolor.

—No te compares. Tu solo eres un pedazo de mierda que no me llega ni a los talones —le dijo Marc despectivo.

Que fuera su propio padre quien le decía aquello, solo consumió más cada fibra destrozada de su corazón.

»Si fueras como yo, esas denuncias jamás habrían llegado. ¡Si fueras como yo tendrías éxito! —gritó Marc descontrolado—... pero mírate… —Lo miró de pies a cabeza—… eres una porquería, como la inútil que te parió…

Alex jadeó cuando lo escuchó hablar de su madre de esa forma tan hiriente y empezó a jadear producto de la rabia.

—No hables de ella —rugió Alex entre dientes—. ¡No tienes derecho a hablar de ella así! —gritó.

De fondo, Jimena y algunas de las empleadas presenciaban la tensa discusión. No lograban entender mucho de lo que allí estaba sucediendo, solo oían los gritos de Marc Le Mayer en contra de su propio hijo y sintieron tanto miedo por ver a Alexander atrapado allí que, no supieron qué hacer para ayudarlo.

Jimena no vaciló cuando intuyó que las cosas no terminarían bien y fue corriendo a buscar a Micaela.

—¿De quién? —preguntó Marc—. ¿De la desgraciada de tu madre? —insistió cruel—. Esa maldita drogadicta —escupió agresivo.

—Todo es tu culpa, tú la arrastraste allí… —dijo Alex con un amargo nudo en la garganta. Era la primera vez que le decía algo así—. La abandonaste… ¡Nos abandonaste! y quisiste deshacerte de Calvin —le sacó en cara.

Recordó vivaz esos momentos de su niñez, cuando había escuchado a su propio padre decir que, lo correcto para su familia perfectamente imperfecta era deshacerse de su propio hijo.

Su hermanito.

Su padre le miró con esa cara que Alexander tanto abominaba y luego se rio, como si sus palabras desconsoladas le hicieran gracia.




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