Cuando Alexander reaccionó otra vez y vio a su padre tumbado en el piso, con la cara llena de sangre y absolutamente inconsciente, retrocedió asustado, atiborrado de temor por lo que le había hecho a su progenitor.
Retrocedió despavorido, desconociéndose a sí mismo y, para su suerte, en la mitad de su camino de perdición, se encontró con Micaela. Ella le miró con los ojos llorosos y le regaló una pequeña sonrisa. Minúscula para muchos, pero para Alexander, su sonrisa fue el más grande gesto de amor que había recibido en mucho tiempo.
Era un monstruo y todos los presentes le miraban con espanto, no así ella, quien le observaba con dulzura, con esos ojos oscuros, pero atiborrados de afabilidad, la misma que le había mostrado cada día desde que ella había llegado a su vida.
—No quise hacerlo, yo… —Alex jadeó entre titubeos.
—Está bien, está bien —consoló ella y tomó sus manos llenas de sangre para tranquilizarlo.
A Micaela se le rompió el corazón cuando lo sintió temblar y se apuró para contenerlo y sacarlo de allí.
La exposición en la que se hallaba atrapado no les ayudaba en nada y la mujer se las ingenió para acompañarlo hasta uno de los tocadores al final del lugar.
No le importó que fuera el cuarto para caballeros y, tras ella, aseguró la puerta, para que nadie los incomodara en ese tenso momento.
—Me va a matar, yo no debí hacer eso… —jadeó Alex y se miró al espejo con rabia, también con miedo.
Micaela buscó toallas limpias para humedecerlas con agua fría y ponerlas sobre sus puños destrozados.
—Un poco de frio te ayudará —susurró ella y cuidó sus manos—. Calmará el dolor —murmuró y puso las toallas en sus manos con sangre.
Alex trató de mantenerse calmo, pero existían tantas emociones enfrentadas dentro de su pecho que, no podía dejar de resoplar. El corazón se le batía con descontrol y su tacto suave lo hacía todo peor.
—Mierda… —rugió él entre dientes y apretó los puños.
—Tranquilo —pidió ella y se apuró para abrir el grifo—. Ya pasará… —consoló—. Limpié muchas heridas y el frío siempre lo calma todo.
Recordó el pasado, cuando cuidaba a sus hermanas menores y les limpiaba las heridas que se causaban en los juegos o la escuela, sobre todo a Salomé, quien adoraba el futbol y siempre se rompía las rodillas.
De reojo, Alex le vio las marcas que su padre había dejado en su muñeca delicada con su apretón violento.
Su progenitor había hecho lo que él tanto había temido. La había lastimado y, todo cambió en ese momento, cuando vio sus cardenales y supo que ella era como él.
No existía distinción, ni por la piel, ni la clase social, ni su educación. Seguían siendo iguales. De carne y huesos. Formados por sentimientos, emociones y un alma.
Alex deslizó sus dedos temblorosos por su piel oscura. Recorrió sus dedos, nudillos y llegó a su muñeca, donde las marcas se acrecentaban y le causaban dolor.
Dos mundos opuestos se encontraron en ese momento, cuando sus pieles se rozaron con suavidad y los prejuicios de Alex quedaron atrás. Los dos suspiraron mientras se tocaron, pero no fueron conscientes de lo que se causaron, lo que sentían y el revuelo dentro de sus cuerpos.
Todo estaba allí, más latente que nunca.
—¿Te duele? —preguntó él, aunque no pudo atreverse a mirarla a los ojos.
La miró a través del reflejo del espejo que tenía en frente porque, prefería ser cobarde antes que enfrentarse a esa mirada profunda que le hacía temblar.
La vio sonreír y negar. Ella le miraba a la cara con grandes ojos y una mueca dulce.
A él le encantó como ella le miraba, como si fuera importante y , tal vez, esa fue la primera vez que se sintió valioso para alguien.
—Estaré bien —se rio tranquila y no le dio importancia—, además, ahora tenemos otros problemas —susurró—. Lauder sigue en su oficina, pero….
—Maldición —suspiró Alex y apretó los ojos al recordar la presencia del señor Lauder.
Micaela siguió mirándole. Se moría de ganas porque él la mirara también, pero para él, ocultarse siempre era más fácil.
—Puedo hablar con él y cerrar el trato, pero debe autorizarme —se arriesgó ella, aunque esperaba tener una respuesta negativa.
—Te autorizo a que cierres el trato con él —le dijo él con total seguridad y le miró brevemente a la cara.
Sus miradas opuestas se encontraron en esa brevedad mísera, pero fueron los mejores segundos que experimentaron nunca.
Ella se quedó boquiabierta cuando él le entregó esa contestación tan segura y no temió en hacerlo dudar.
—Pensé que no confiaba en mi —susurró ella, aunque con un tono muy festivo. Alex solo suspiró en réplica—. ¿Puedo saber por qué cambió de idea? —preguntó, aun cuando sabía que se arriesgaba a escuchar algo terrible.
Alex apoyó sus manos en el lavabo y bajó la cabeza.
Quería decirle tantas cosas, pero tenía miedo de sufrir el rechazo una vez más. Al final, eso era, un rechazado que había entregado su vida a un abusador por un poco de amor, tal vez admiración y respeto.
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Editado: 17.06.2022