Micaela dejó el cuarto de baño para caballeros con paso firme.
Todas las rubias le miraron con grandes ojos, pero no se atrevieron a decir ni a preguntar nada. Todas se quedaron cabizbajas, asumiendo una vez más lo que había ocurrido entre Alexander y su padre.
La morena buscó a Jimena para pedirle su ayuda respecto a los contratos con Lauder, pero la encontró al teléfono.
La secretaria de Le Mayer sollozaba asustada y se oía afligida.
Como Micaela no quiso interrumpirla, se quedó de pie y en silencio junto a su escritorio, esperando a que la secretaria terminara su llamada.
—Lo lamento tanto, Giorgia —sollozó Jimena—. Todo fue horrible y no supe qué hacer. Todo se salió de control tan rápido —se lamentó.
La secretaria se quedó un rato en silencio y Micaela intuyó que la persona al otro lado de la línea era la que hablaba.
»Sí, yo sé, llamaré a los abogados ahora —dijo Jimena y se sorbió la nariz—. Sí, sí, yo le pediré a Alex que vaya a casa… —Otra pausa extraña. Micaela detalló todo con grandes ojos—. Gracias por tu ayuda, Giorgia. Y, otra vez, discúlpame por llamarte así… De verdad, no sabía qué hacer… —Jimena movió la cabeza un par de veces—. Cariños a Calvin.
Micaela abrió grandes ojos cuando oyó el nombre de “Calvin” y se acercó curiosa, anhelante por escuchar más, pero Jimena dejó el auricular del teléfono a un lado y la miró con espanto en cuanto volteó en su silla.
La secretaria se puso tan pálida que, ni siquiera todo el maquillaje que usaba pudo disimular el terror que Micaela vio en sus muecas.
—¿Quién es Calvin? —preguntó Micaela con el ceño apretado.
Jimena se tensó y carraspeó. Se puso de pie y se arregló el ajustado vestido que usaba, actuando como si no supiera de lo que hablaba.
—¿Cuánto escuchaste? —cuchicheó Jimena y, para Micaela, su actitud fue tan extraña que, no supo qué responder—. No puedo hablar de eso, lo siento… —Se disculpó y trató de marchar, pero Micaela la detuvo en la mitad de su huida.
La tomó por el brazo y se plantó ante ella, aun cuando la escultural mujer la sobrepasaba en altura. Las dos se miraron a los ojos con tenacidad, pero en la mirada de Micaela existía tanta inocencia que Jimena no se sintió para nada intimidada.
—Escuché a Marc Le Mayer preguntarle a Joshua por Calvin… —susurró y Jimena abrió grandes ojos.
—¿Y qué le dijo Joshua? —examinó Jimena—. ¿Cuándo lo escuchaste? ¿Dijo algo más? —atacó agresiva.
Micaela frunció los labios y el ceño. Estaba muy confundida.
—No, no dijo mucho, solo quería saber en dónde estaba o… —Micaela quiso explicarle, pero le surgió una duda más grande—: ¿Quién es Calvin?
Jimena bufó y apretó los ojos con rabia.
—No puedo hablarte de eso, ¿está bien? —preguntó agresiva y Micaela supo que se estaba metiendo en aguas oscuras, así que solo asintió de forma positiva—. Es un tema privado de la familia Le Mayer.
—Pero tú lo conoces, ¿no? —investigó Micaela, provocadora.
Jimena se rio.
—Querida, llevo aquí el tiempo suficiente para saberlo todo y tal vez más que eso —dijo y soltó un gran suspiro.
Tras eso, el peso de sus secretos la dominó y se tuvo que sostener el rostro con las dos manos. Micaela pudo sentir su pesar y solo le regaló dos palmaditas en la espalda, golpecitos que la hicieron sentir en confianza.
Micaela entendió que, por mucho que buscara la verdad, no la encontraría con Jimena y decidió que era hora de continuar.
—Tenemos que atender a Lauder y cerrar el trato —dijo Micaela.
Jimena le miró con grandes ojos y asintió. Le gustaba su determinación, además, ya era hora de que algo positivo le ocurriera a Black y recuperar la cuenta de Steel Lauder era el broche de oro para terminar ese día.
Micaela hizo lo que tenía que hacer y se armó de valor para enfrentarse al Señor Lauder. Ignoró el dolor en su brazo completo y firmó los nuevos contratos como si nada malo hubiese ocurrido.
Actuó firme y no vaciló ni una sola vez frente a ese director prestigioso que muchos admiraban.
La despedida fue genial. Lauder le agradeció por su hospitalidad y su maravilloso café helado y, no obstante, quería charlar un rato con Le Mayer sobre el desarrollo de su nueva campaña, Micaela y Jimena se encargaron de disuadirlo.
Jimena fue su apoyo. La mujer se encargó de que todas las escandalizadas empleadas regresaran a sus puestos de trabajo y ocultó a Marc Le Mayer, quien continuaba aturdido, detrás de todas las cortinas blancas que protegían la sala de reuniones.
Cuando Lauder se subió en el elevador y se marchó, las dos gritaron efusivas y brincaron felices; corrieron a revisar que Marc continuara en el lugar en el que lo habían dejado, para luego correr al cuarto de baño en el que Alexander se ocultaba y darle las buenas noticias.
—¡Firmó! —gritó Jimena y le mostró el contrato a su jefe—. ¡Recuperamos a Lauder!
Él sonrió apenas. Estaba muy avergonzado, dolido y destruido.
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Editado: 17.06.2022