Solteros y arrogantes

23. Celos y a tu lado

Alexander se encargó de firmar los documentos del seguro y de realizar las mismas preguntas que había realizado en los últimos años. Esa no era la primera vez que su madre tenía una sobredosis y, esa tampoco era la primera vez que Alexander temía por su vida, por perderla para siempre.

Aunque Alex no lo exteriorizaba, puesto que no le habían enseñado a manifestar sus sentimientos ni emociones de la manera correcta, lo sentía en el fondo de su pecho, como un dolor agónico del que nunca se podía deshacer y que no lo dejaba respirar.

Se asfixiaba poco a poco y, cada vez que sufría, sentía que se consumía.

Desde el mesón en el que recibía la información sobre su madre, Alex vio a Micaela charlando con su hermano. A su lado, Mirtha le observaba con grandes ojos. La pobre mujer seguía impresionada por el color de piel de Micaela, su cabello ondulado y su humildad. Estaba segura de que Alex jamás había llevado a casa a una mujer tan natural como lo era ella y seguía preguntándose para sus adentros si todo se trataba de un buen sueño.

La morena se había ganado la confianza de Calvin con su buen humor en cuestión de minutos, también la de Mirtha, quien se moría de ganas por saber toda la historia de su vida, la de sus cinco hermanas y su camino para llegar con alguien como Alex.

Micaela se reía con las ideas ingeniosas de Calvin y, por primera vez, Alexander probó los celos y, claro, no se sintió para nada bien.

Las carcajadas de Micaela y Calvin ocupaban todo en el lugar. De pronto,  Alex se vio enceguecido por los celos arrebatados que surgieron desde el fondo de su estómago.

Firmó apurado, deseoso por interrumpir esa charla tan alegre de la que lo excluían. De reojo podía ver a Micaela —su Micaela— sentada junto a su hermano y, si bien, sabía que no era correcto meterse entre ellos, así como así, en ese momento nada le importó y se apuró para marcar su territorio.

Si, iba a marcarlo sin miedo, aun cuando no estaba seguro si el sentimiento que empezaba a florecer dentro de su corazón era mutuo, pero se iba a arriesgar, aun cuando detestaba ponerse en ridículo.

Cuando estampó su firma en el último documento pendiente, se apuró para rehuir de las explicaciones de la encargada del lugar y pisó con paso firme hasta reunirse con sus familiares.

Se plantó ante ellos con arrebato y los miró a los tres por igual.

Ellos sintieron su presencia y alzaron las mirada para detallarlo, para saber qué nuevas noticias tenía sobre el estado de salud de su madre, pero, lo único que a Alex le importaba en ese momento, era alejar a Micaela de su coqueto y alegre hermano menor.

—Puedes ir a tu departamento, yo pasaré la noche aquí. Tú ve a descansar. —Alex trató de enviarla a la casa.

Sabía que, si le permitía quedarse, las charlas infinitas con su hermano seguirían activas toda la noche y no estaba seguro si iba a poder tolera aquello. Los celos lo estaban mareando y, lo único que quería era que Micaela tuviera ojos para él.

Para nadie más que él.

Si hubiera sabido en ese momento que, así era, las cosas habrían sido muy diferentes.

—¿Quieres un café? —le interrumpió Micaela y se puso de pie para enfrentarse a él. No quería verlo triste, sentía que ya había atravesado por mucho para un solo día—. Puedo conseguir café para todos —unió alegre.

Alex se perdió en su bonita sonrisa. La más natural que había visto nunca.

—Ay, un café espumado me vendría muy bien ahora —suspiró Mirtha.

Micaela se alegró.

—En el primer piso vi una cafetería y pastelería francesa que atiende a toda hora —dijo y miró a Mirtha y Calvin para conseguir su apoyo—, por la vitrina vi unos maravillosos éclair que tenemos que probar —expresó alegre.

Alex quiso negarse, pero se quedó perdido en la forma en que ella había usado un acento especial para referirse a ese delicioso bollo fino francés. Coincidencia o no, esa era una de sus donas francesas favoritas.

Las comía a diario cuando iba de vacaciones a Francia con su madre, lejos de todo el tormento que su padre había creado. Los mejores recuerdos habían surgido allí, donde los miedos y preocupaciones dejaban de tener importancia.

—A Alex le fascinan los éclair. Giorgia aprendió a prepararlos para que siempre pudiera comerlos —dijo Mirtha con entusiasmo.

Micaela miró a Alex con los ojos brillantes y le regaló una bonita mueca de sorpresa cuando supo algo nuevo de su vida, algo que le resultó tan humano y adorable.

Él se ruborizó cuando sintió su niñez expuesta.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Calvin y se puso de pie para ir con ella hasta la pastelería francesa del primer piso.

—¡Me encantaría! —exclamó Mica.

—¡No! —interrumpió Alex y todos le miraron con preocupación. Se sintió tan expuesto que, empezó a titubear algunas incoherencias—. No, ella… —Se rascó la nuca—. Yo iré con ella, es importante que… que… —balbuceó—. Es importante que ustedes se queden aquí por si hay cambios y…

Mirtha se echó a reír y tomó la mano de Calvin para pedirle dulcemente que regresara a su lugar.




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