Solteros y arrogantes

26. Llamada de ayuda e ilusiones

Micaela escapó por las escaleras, porque sabía que, si usaba el elevador, no tendría tiempo de recuperarse y terminaría explotando en frente de todas esas rubias —y no tan rubias— que solo buscaban criticarla.

Ella estaba decidida a no enseñarles sus debilidades a nadie y, aunque las piernas le tiritaban tras el enfrentamiento con Joshua, Jimena y Marc, se armó de valor y caminó por las escaleras, pisando con lentitud, pero arrastrando toda esa firmeza que caracterizaba a cada integrante de la familia Torres.

Cuando llegó al primer piso, se tomó unos minutos de sosiego en ese silencioso lugar. Respiró profundo y trató de quitarse todas las malas sensaciones que tenía acentuadas en la garganta. Un nudo amargo le dificultaba la respiración.

Micaela entendía que, no solo iba a enfrentarse a las rubias que trabajaban en el primer piso, sino que también a la prensa, por lo que, tenía que salir tan atrevida como había ingresado. Con la cabeza en alto y una sonrisa en la cara.

Se arregló el cabello con las manos, se acomodó el bolso en el hombro y dibujó una gran sonrisa en sus labios. Se estiró la falda y el saco de Alex antes de salir y caminó triunfante por todo el primer piso.

Las rubias ya estaban más calmas y, cuando la vieron desfilar por el lugar, no alcanzaron a detenerla. Ella llegó a la puerta de salida y se enfrentó a un segundo batallón.

Los reporteros dispararon sobre su rostro con total descaro. Ella se cubrió con su mano y luchó para montarse a toda prisa en su coche. Los insistentes camarógrafos quisieron rodear el coche, pero ella encendió el motor y aceleró apurada para escapar de allí.

Cuando cruzó el primer semáforo cayó en cuenta de que, esas imágenes darían vuelta el país y no podía permitir que su madre las viera o los verdaderos problemas llegarían.

Buscó un lugar en el que aparcar. Tenía que llamar a Salomé de manera urgente para advertirle sobre lo ocurrido.

Para su suerte, ya era la hora del almuerzo y sabía bien que, su hermana, jamás se perdía un evento tan importante como ese.

Escarbó en su bolso y agarró la BlackBerry con apuro. Marcó su número y esperó intranquila a que Salomé recibiera su llamada.

—Estoy viendo las noticias en vivo y, madre mía… —dijo Salomé con la boca llena de comida—. ¡Te soltaste las trenzas!

—Salomé, escúchame… —Micaela quiso que se concentrara.

—¡Literal te soltaste las trenzas, hermanita! —gritó feliz, viendo su voluminosa cabellera en televisión abierta.

—¡Salomé, concéntrate, por favor! —gritó Micaela, al borde de una crisis. Salomé guardó silencio cuando la escuchó gritar—. La mamá no puede ver eso, no puede o me mata —advirtió y jadeó asustada—. La llamé en la mañana y le mentí descaradamente y, si ahora ve esas imágenes, dame por muerta —le dijo con la voz tiritona.

Salomé entendió que el asunto era grave y entró en su papel de hermana guardiana. Aunque para ella resultaba maravilloso ver a su hermana soltándose las trenzas y vistiendo elegante, sabía que no tenían tiempo para juegos.

—Voy a llamar a casa y le pediré a Lu o Pía que hagan algo… —le dijo—. Te llamo o te escribo en cuanto tenga noticias.

Micaela cerró los ojos y soltó un gran suspiro de alivio.

—Muchas gracias —le dijo Micaela con sinceridad y con los ojos llenos de lágrimas.

—Apuntaré esto en tu larga lista de favores pendientes —bromeó Salomé—. De nada, hermanita —añadió luego con tono serio—. Y me gusta tu nuevo estilo.

—A mí también me gusta —reconoció ella y sintió una extraña, pero deliciosa sensación dentro del pecho.

Tras eso, la llamada terminó y cada hermana continuó con su camino.

Micaela se recuperó rápidamente y condujo hasta un restaurante de comida rápida, donde compró unos cuantos menús para llevar hasta la clínica en donde la madre de Alex se encontraba internada.

Ella intuía que, allí encontraría a Alex y esperaba al menos mostrarle su apoyo llevándole comida que pudiera calmar un poco el dolor por el que todos atravesaban.

Por otro lado, Salomé llamó de inmediato a Pía y le explicó la situación que aquejaba a Micaela, quien se hallaba al otro lado del país.

La joven estudiante estuvo de acuerdo con participar en ese nuevo plan y corrió hasta la sala para esconder los cables de la televisión. Entendía que, si su madre no conseguía encender la televisión por un par de días, jamás se enterarían de lo que estaba ocurriendo con las agencias Black y Micaela.

Vislumbraba que su madre se pondría como loca, pero prefería correr ese riesgo antes de que todas tuvieran que confesar sus crímenes.

Pocos minutos después, Micaela recibió un mensaje por parte de Salomé. Su hermana le confirmaba que el trabajo estaba listo, así que la joven mujer se sintió más aliviada que nunca y condujo hasta la clínica en donde esperaba encontrarse con su jefe.

Aparcó con calma y se las ingenió para llevar su bolso de trabajo en el hombro y las bolsas con comida entre las manos.

Cuando apareció por el elevador y caminó por el pasillo, Calvin fue el primero en reconocerla y se echó a correr animoso, gritando su nombre y celebrando su llegada.




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