Tuvieron que pasar un par de minutos antes de que Alex se atreviera a dar el gran paso.
Tenía miedo y no sabía exactamente cómo era el terreno que pisaba. Temía hundirse en esas tierras desconocidas y ahogarse en ellas, pero a lo que más le temía era a ese sentimiento del que muchos hablaban, el que muchos decían experimentar, pero el que jamás había probado.
El amor.
No tenía ni la más mínima idea de lo que era el amor, a qué sabía o cómo olía, así que se tomó su tiempo para reflexionar, para intentar entender y aceptar que, tal vez, lo que ella le provocaba era eso.
Micaela le dio su espacio y se mantuvo tranquila por fuera, simulando que todo estaba en orden con ella, pero, por dentro, se hallaba más ansiosa que nunca, a la espera de que Alex rompiera el silencio.
Desde su asiento, le miraba con grandes ojos y esperaba a que él también la mirara, pero el hombre parecía estar sumido entre sus pensamientos más recónditos.
Y la verdad era que, Alex estaba perdido en sus recuerdos más recientes, reviviendo cada día desde que Micaela había entrado en su vida. Si bien, todo había iniciado con una llamada telefónica y un trabajo que muchas aborrecían, Micaela se había desempeñado con soltura, mostrándole siempre que era capaz de mucho.
Aun recordaba los inicios. Su brusquedad para tratarla, sus llamadas durante la madrugada y sus susurros en cada amanecer.
Recordó cómo se hizo adicto a escuchar su voz cada mañana y en cada anochecer. Cuando el sol caía, buscaba excusas para llamarla, para dormir bien después de escucharla decir: “buenas noches, que descanse”.
Y claro que descansaba mientras la pensaba en la oscuridad de su habitación. Cuando cerraba los ojos, deseaba soñarla, pero el problema era que, la imaginaba muy diferente a lo que Micaela era en verdad.
Regresó a la realidad y alzó los ojos para mirarla, para recordarse una vez más que, las ilusiones que había creado en su cabeza eran eso, solo espejismos de una mujer que no existía.
La Micaela real, era mucho más hermosa de lo que él había creado en su cabeza.
Micaela le estaba esperando y, cuando sus miradas opuesta se enfrentaron, ella le regaló una simpática sonrisa.
Alexander se armó de valor para ser amable. Apretó los dientes y estrujó los puños, mientras buscó las palabras correctas para dedicarle. Descubrió entonces que era más difícil ser respetuoso y afable que, ese ogro egoísta y prejuicioso que lo representaba.
—No era necesario que viniera, señorita Torres —susurró Alex desde su puesto y trató de mirarla a la cara, pero se le hacía tan difícil que, miró a todos lados, enseñando nerviosismo y miedo.
Ella dibujó una bonita mueca con sus labios. Los pómulos se le levantaron y llenaron de color.
—Claro que sí —respondió ella y se puso tan nerviosa como él—. Les traje un poco de comida —susurró y le miró con agudeza. Alex se frotó las manos con inquietud—. Aunque usted no comió nada —agregó mostrando preocupación.
Alex se rio nervioso. Ella pudo percibir que se trataba de una risita forzada.
—No tenía apetito —confesó él y miró las bolsas con comida que reposaban en una silla junto a Micaela.
Ella vio su mirada y se apuró para hablar.
—¿Quiere comer ahora? —insistió Micaela y se puso de pie. Alex balbuceó cuando la vio ante él y notó que vestía su saco negro. Se quedó boquiabierto—. Puedo encontrar un lugar en el que calentar todo y podemos cenar… el pollo recalentado es el mejor —se rio emocionada.
Alex jamás había comido algo recalentado, pero no pudo negarse a tan tentadora oferta. Dejó esa arrogancia de lado y asintió con la cabeza, sin poder mirarla.
—Sí, me gustaría comer algo —unió luego y Micaela caminó apurada hacia el mesón de informaciones.
No le costó mucho conseguir un lugar en el que recalentar sus alimentos y fue acompañada en todo momento por un empleado de la clínica mientras preparó los platillos.
Mientras Micaela preparaba la cena, Alex recibió algunas noticias de su madre.
—Ya está estable y es probable que en las siguientes horas despierte —le dijo una de las enfermeras y lo guio hasta la habitación en la que su madre se recuperaba—. La doctora vendrá en la mañana, pero nos informó que ya podían verla —agregó.
Alex asintió.
La mujer abrió la puerta de la oscura habitación y dejó entrar a Alexander. Le explicó dónde estaba el cuarto de baño privado y le mostró el armario que componía cada dormitorio. Tenía batas, toallas limpias, mantas y productos de limpieza a su disposición.
Alex le agradeció y se quedó de pie en frente de su madre.
No se pudo acercar, por mucho que quería estrecharla en un gran abrazo y llenarla de besos, se sintió acobardado y prefirió observarla desde la distancia.
Recordó como todo había comenzado y, como siempre hacía, se culpó.
Algunos meses después del nacimiento de Calvin las agresiones de Marc en contra de sus hijos y su esposa habían empeorado. Gritarlos y humillarlos ya no era suficiente y, como castigo, el cruel hombre había decidido encerrar a su esposa e hijo menor en una habitación de la propiedad, para que así nadie tuviera que ver el bodrio de hijo que había traído al mundo.
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Editado: 17.06.2022