Micaela viajó sumida en tristeza hasta el departamento interior que Alex pagaba por ella y por sus servicios como asistente.
Añoraba llegar y ver a sus hermanas, hallar consuelo entre sus bromas infantiles y sus risas contagiosas, pero, al abrir la puerta, recordó su nueva realidad.
Estaba sola.
Sollozó más fuerte cuando no encontró contención que la hiciera sentir mejor y buscó el cuarto de baño para quitarse el bonito vestido que había elegido para impresionarlo. Se sintió estúpida mientras se quitó el maquillaje y se ordenó el cabello que le caía por encima de la cara.
Inhaló profundo y sin llorar cuando se miró al espejo con la cara totalmente lavada.
Los brazos le temblaron, pero se mantuvo firme cuando recordó que, esos mismos brazos débiles, eran capaces de amasar y formas deliciosos bollos o eso era lo que su padre le decía.
Lloró otra vez al recordar a su padre. En ese momento, le hubiera asentado de maravilla uno de sus consejos sabios y calmos, pero no podía llamarlo y dejarse en evidencia. No estaba lista para asumir que se había equivocado y, que, tal vez, jamás lograría nada bueno con su vida.
Se recompuso cuando se forzó a pensar que no iba a permitir que, un juego cruel la hiciera sentir más humillada de lo que ya se sentía y no iba a permitir que esa humillación la sacara del juego.
Si bien, ninguna humillación la había herido antes, no de ese modo tan inhumano, se forzó a mantenerse firme entremedio de ese juego de niños ricos ni mucho menos a mostrarles su debilidad.
Por un instante, se sintió tentada a renunciar, a dejar atrás a Alexander Le Mayer y su maldito encanto y regresar a casa con las manos vacías, pero no quería escuchar a su madre diciéndole una y otra vez: “te lo dije”.
Así que se preparó un té de lavanda y se sentó junto a sus coloridas plantas para pensar en lo sucedido.
También se sintió tentada de llamar a Salomé, pero se contuvo cuando supo que no podría hilar palabra sin soltar el llanto, así que se vio obligada a enfrentarlo todo en soledad.
Como la mujer madura que decía ser.
Casi a las ocho de la noche se atrevió a encender su BlackBerry y, si bien, creía que tendría decenas de llamadas provenientes de Alexander, lo primero que recibió fue un mensaje proveniente del asistente del señor Lauder.
“Gatita, ¿cuándo me invitas a beber lechita?”
Micaela se carcajeó cuando leyó su mensaje y supo que eso era lo que necesitaba para salir de ese agujero negro al que Alexander la había mandado.
No dudó en responderle y, tras intercambiar un par de mensajes, la reunión de asistentes fue pactada.
Micaela corrió al cuarto de baño para bañarse por segunda vez. De alguna manera, se sentía sucia y usada, así que se aseó minuciosamente.
Decidió que la Micaela a la que todos creían que podían pisotear y usar se quedaría en casa esa noche y se atrevió a escoger ropa osada para ese primer recorrido por la gran ciudad.
Vistió unos lindos pantalones plateados que se ajustaban a su cintura con delite, también a su culo. Un top negro que marcaba con sensualidad el lindo par de tetas con las que había sido favorecida y tacones que la hicieron lucir más alta.
Se dejó el cabello suelto y se maquillo levemente.
Cogió un taxi y viajó hasta el punto de encuentro que había pactado con el asistente de Lauder.
No pudo negar que estuvo nerviosa, pero todo mejoró cuando bajó del taxi y el asistente de Lauder —Lorenzo Ilabarra— la reconoció y corrió a su encuentro.
—¡Micaela Torres! —gritó Lorenzo, el asistente y se unió a ella con dos besos en sus mejillas—. Luces… ¡despampanante! —gritó y la cogió del brazo para llevarla con sus amigos.
Micaela se sorprendió al ver a tantas personas en las afueras de un Club de renombre.
Todos se alegraron en cuanto la vieron y los amigos íntimos de Lorenzo se acercaron para llenarla besos y mirarla con complacencia.
—Ya, ya, ya —dijo Lorenzo y los golpeó a todos en las manos con su abanico colorido—. ¡Déjenla en paz, que me la sofocan! —exclamó el hombre y la cogió del brazo para presentarla con otro de sus amigos—. Micaela, te presento a Matías.
—Hola, mucho gusto —saludó ella y estiró su mano con finura.
El hombre alto y de cabellera dorada, muy similar a la de Alexander, le regaló una mueca simpática. Tomó su mano y depositó un suave beso en sus nudillos. Ella se tensó completa, pero no pronunció palabra.
—Matías Lauder, es un placer conocerte al fin —saludó él y le regaló una sonrisa.
Ella seguía desconcertada por ese primer contacto tan íntimo.
—Ella es Mica, la que hizo la campaña para tu papi —unió Lorenzo con una mueca divertida.
Micaela abrió grandes ojos cuando entendió que, Matías, era uno de los hijos de Lauder.
—Lo sé —dijo Matías sin dejar de mirarla—. Y es increíble poder conocerla al fin. —La miró con agudeza con sus ojos verdes profundos.
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Editado: 17.06.2022