Micaela no supo qué hacer en ese momento. Se quedó de pie largo rato admirando la nota que Alexander le había enviado y, solo reaccionó de manera sensata cuando sintió los pies doloridos por el frio del piso y la gélida mañana que la acompañaba.
Se obligó a salir de allí o terminaría resfriada y buscó un espacio cálido entre los almohadones del sofá de la cómoda sala. Se hizo un ovillo con sus piernas y se recostó para mirar todas las plantas que le hacían compañía.
Algunas plantas de hojas largas caían como cascadas sobre ella. Micaela jugó con sus hojas y las acarició con cuidado. Estuvo segura de que, una sonrisita se le escapó de entre los labios cuando vio los colores chillones sobre su cabeza y esos aromas que producían un efecto de bálsamo sobre ella.
Estaba muy somnolienta por muchos factores. Esa última semana apenas había comido, ni hablar del descanso. Estaba segura de que su cama nueva ni siquiera había sido estrenada.
Se levantó del sofá arrastrando los pies y dejó la nota de Alex junto a las dalias de colores rosados profundos y aroma excepcional. Les acarició las hojas con dulzura y avanzó hacia su cuarto.
Estiró la cama con un poco de desgano y se tumbó al centro para tratar de dormir un poco.
El sonido de su BlackBerry la obligó a levantarse como resorte. De la nada se le espantó el sueño y corrió a buscar el ruidoso aparato, pensando que tal vez se trataba de Alexander.
De seguro, el hombre había entrado en razón y había regresado a las exigencias absurdas y sus prejuicios de nacimiento, pero se llevó una grata sorpresa cuando vio el nombre de su hermana mayor en la pantalla y, si bien, se moría de ganas por hablar con ellas y hablarles de todo lo que había ocurrido en esa primera semana, recordó que debía seguir fingiendo para que todo continuara en orden.
—¡Priscilla! —exclamó Micaela fingiendo alegría—. Qué bueno que llamaste, ¿cómo estás? —preguntó ansiosa.
En el fondo, estaba devastada y ese era su modo de disimular la verdad.
—Furiosa —respondió Priscilla.
Micaela se quedó paralizada y no consiguió decir nada coherente. Priscilla fue la que tuvo que continuar hablando sobre sus sentimientos.
»Le dijiste a mamá que la visitarías. La pobre se ha pasado todo su fin de semana preparando comida especial para ti y mirando por la ventana, esperando a que llegues, como esos perritos abandonados que esperan ansiosos la llegada de sus dueños —le dijo con tono severo—. Aunque no quise comparar a la mamá con un perro, yo sé que tú me entiendes —corrigió luego.
Micaela recordó su conversación de días atrás con su madre y sus palabras. Le había dicho que la visitaría el fin de semana.
—Lo lamento tanto, hermana, yo… —Micaela quiso excusar.
—No me debes disculpas a mí, sino a ella y a papá —dijo la mayor de las Torres—. Necesito que la llames y le digas la verdad.
Micaela se paralizó.
—¿La verdad? —quiso saber, timorata de que Priscilla hubiera descubierto toda su farsa.
—Sí… la verdad —exigió la hermana mayor—. Que te olvidaste de ellos.
—No, no, claro que no los olvidé —excusó rápido Micaela, aliviada porque su verdad continuara a salvo—. Pienso en ustedes todos los días, me hacen mucha falta, pero… —balbuceó. Priscilla la escuchó con paciencia—. Pero quiero esto, ¿sabes? —le preguntó con la voz tiritona—. Quiero encontrar mi camino.
Priscilla soltó un gran suspiro que se convirtió en una linda mueca a través de la línea. Le alegraba saber que su hermana tenía otra vez aspiraciones y metas a las que llegar.
—Lo sé y te entiendo mejor que nadie —murmuró Priscilla con los ojos llenos de lágrimas—. Las dos perdimos algo el día del accidente —susurró. A Micaela también se le llenaron los ojos de lágrimas. No le gustaba hablar de ese fatídico día—. A mí me arrebataron una pierna y, a ti, tú libertad.
—Priscilla, no…
—¡No me digas a mí esa estúpida palabra! —gruñó Priscilla y Micaela se paralizó al escucharla hablar así. Solía ser calma y sensata, era claro que atravesaba por algo duro—. No caminarás otra vez, no volverás a correr, no tendrás hijos, no, no, no, no… —jadeó y se echó a llorar. Micaela se quedó boquiabierta al otro lado del país—. Las dos perdimos algo, Micaela, lo niegues o no, pero ya es hora de que avancemos. —Se formó un tenso silencio por la línea—. Yo camino otra vez… —expresó con la voz atiborrada de emoción—, y ya es hora de que tú recuperes tu vida, tú libertad y tus propias decisiones —le dijo luego, con la voz temblorosa y, tras suspirar un par de veces, le indicó—: lo único que te pido es que no prometas cosas que no podrás cumplir.
Micaela abrió grandes ojos cuando recordó las palabras de Lorenzo, el asistente de Lauder, quien le había dicho la misma frase días atrás.
—No volverá a ocurrir —dijo Micaela de manera afilada y seria—. No más promesas sin cumplir. —Inhaló enérgica, valiente y como la mujer fuerte que era—. Los llamaré ahora para disculparme por mi falta de compromiso y responsabilidad —afirmó animosa.
—Gracias —se rio Priscilla y no tardó en curiosear sobre su vida—: ¿Y todo en orden? ¿Ya saliste de fiesta?
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Editado: 17.06.2022