Alexander abrió la puerta de golpe y con una valentía ajena a él.
A los dos se les acabó la respiración en cuanto se miraron a los ojos otra vez.
Micaela se sobresaltó con solo verlo y, no obstante, los quisieron actuar como si nada estuviese ocurriendo con ellos, para sus adentros, los dos se consumían con la misma flama que los quemaba y los agitaba por igual.
Aunque claro, se quemaban de formas muy diferentes.
Mientras Micaela lo hacía desde su indudable inocencia y carente experiencia, Alexander ardía con brío, con un furor que jamás había sentido y que se moría de ganas por experimentar, por quemarse sobre su piel tostada y perderse en su cuerpo casto.
Alex notó que el bolso de Micela continuaba a sus pies y caminó apurado hacia ella para recogerlo, pero los dos estaban pensando tan rápido y tantas cosas que se agacharon al mismo tiempo y terminaron dándose un golpe en la cabeza que los obligó a soltar un grito del dolor.
—¡Ahhh! —gritaron los dos cuando sus cabezas se estrellaron fuerte.
Alex rebotó en el piso sobre su trasero, pero se levantó rápidamente pese al dolor para contenerla a ella, quien se tambaleó de lado a lado por la fuerza del impacto.
Se atrevió a tomarla por la espalda y a contenerla sobre su pecho. Esa fue la primera vez que la vio sin tacones y supo que estaban hechos el uno para el otro.
La punta de su nariz encajaba perfectamente sobre la coronilla de su cabeza, donde halló piel tostada, cabello oscuro y abultado, una mezcla excepcional que le robó una sonrisa. La respiró con los ojos cerrados y estuvo seguro de que llegó al mismísimo cielo con su aroma femíneo y floral.
Micaela se dejó llevar por sus brazos que la contenían. Rápidamente se vio hechizada por todo él. Su aroma, su masculinidad y su respiración tibia la llevaron hundirse en esa tentación en la que se negaba a caer, sobre todo después de lo ocurrido.
Giorgia los escuchó y no dudó en quitarse la toalla de la cara. Desde la cama los vio y los ojos se le abrieron de par en par. Todo lo que veía la sorprendió. La manera en que Alex tomaba a Micaela entre sus brazos, como escarbaba con su nariz en su cabello y como su mirada la deseaba.
—Puedo conseguir un poco de hielo —susurró él cuando vio el chichón que su golpe le había dejado sobre su piel.
Micaela oyó su voz y reaccionó de manera inmediata y negativa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó ella con furia y se separó de él con prisa.
Mientras más lejos lo tuviera, más coherente serían sus pensamientos.
O eso era lo que ella creía.
Giorgia supo que algo no estaba bien.
Alex se mostró dudoso por su pregunta y se rio nervioso.
—Ah… —balbuceó Alex—. Vine a ver a mi madre. Cenaríamos juntos —afirmó luego, bastante enredado.
Micaela se cubrió el rostro con las manos cuando recordó que, era ella quien no debía estar allí. Estaba avergonzada y muy decepcionada consigo misma. No solo era su corazón el que la traicionaba cuando Alexander estaba cerca, sino, todo su cuerpo.
Se apuró para coger su bolso y marcharse, pero Alex trató de detenerla.
Los dos se agacharon otra vez, pero de una manera más cuidadosa. Él cogió algunas de sus pertenencias y trató de ayudarle, pero ella estaba empecinada en mantenerlo lejos.
—Micaela…
—Ni siquiera lo intentes —requirió ella con tono amenazante y se levantó apenas.
Se sentía mareada por el golpe, aun así, se apuró para arreglar su bolso y salir corriendo de allí, pero Alex la detuvo antes de que las cosas empeoraran.
La cogió por los brazos para inmovilizarla. Alex estuvo sorprendido cuando ella opuso resistencia y se sacudió violenta un par de veces entre sus manos, tratando de liberarse, pero él luchó para no dejarla ir.
Sabía que no tenía que dejarla ir.
—Por favor, no te vayas —suplicó él y la miró a la cara con desesperación—. Por favor, hablemos —imploró y se quedó cabizbajo—. Hablemos…
—No tenemos nada de qué hablar —dijo ella, testaruda y le miró furiosa.
Alex mostró abatimiento y un cruel silencio se metió entre los dos. Micaela caminó hacia el armario para tomar su chaqueta y sus zapatos.
Alexander la persiguió insistente.
—Yo sé que te lastimé y…
—No, no vamos a hablar de eso aquí —le reprochó ella con miedo y le miró furiosa. Alex apretó el ceño, pero aceptó sus condiciones. Ella se acercó un par de pasos para hablarle de cerca y con un susurro le dijo—: Tu madre la está pasando fatal por la abstinencia, y no merece enterarse de la clase de hijo que tiene… —Quiso mirarlo de pies a cabeza con aborrecimiento, pero no pudo fingir ese sentimiento hacia él, porque sabía que, en el fondo, lo único que sentía era locura.
Alexander Le Mayer la volvía loca.
—Micaela, no seas injusta —se defendió él, también susurrando para que Giorgia no los oyera. Ella le miró ofendidísima y abrió la boca para contraatacar—. Al menos déjame explicarte como fueron las cosas y…
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Editado: 17.06.2022