Solteros y millonarios

2. De pie

Por primera vez en su vida, Brant no supo cómo comportarse frente a una dama. Podría haber caminado un par de pasos hacia ella e inclinado sobre su silla para sostener su mano y dedicarle un suave beso en los nudillos, pero la mujer que tenía ante él usaba guantes negros que cubrían su mano femenina, así que solo se quedó pasmado, de pie y en la mitad de la sala de juntas, sin saber qué hacer y actuando como un verdadero idiota.

Jones y su asistente le miraban expectantes, a la espera de que dijera algo, algo grotesco, pero él estaba entumecido y con sus ojos azules fijos en ella. 

Irradiaba colores opuestos y, de seguro, eso lo hipnotizaba. Vestido blanco y piel oscura; ojos profundos, pero labios brillantes; y así, una lista infinita de contrarios que le atraían, que aceleraban cada uno de sus latidos. 

Esa no era la Priscilla que él había imaginado y, no solo le sorprendía la equivocación cometida, pues era demasiado orgulloso como para aceptar que se había equivocado, sino, lo que más le impactaba, era su belleza.

Le hechizaba, como alguna vez le habían hechizado los atardeceres en el desierto del Sahara. Le cautivaba, como alguna vez lo habían hecho las costas de Australia. 

—Señor Heissman, qué gusto conocerlo al fin. —Ella rompió el silencio y desde su baja posición, le ofreció una dulce sonrisa. 

El hombre jadeó al oír su voz. El sonido era mejor que el viento que entonaba en la Antártida y el que había conocido años atrás, donde ninguna otra asonancia similar había logrado tranquilizarlo de la misma manera.

Brant no pudo hablar, así que su asistente lo hizo por él. 

—¿Habrá alguna forma de deshacernos de los reporteros? —preguntó, pues sabía lo mucho que a su cliente le ofuscaba el acoso de los fotógrafos y la prensa—. A mi cliente…

Priscilla se rio y negó con su cabeza. El asistente de Brant se calló cuando oyó su risita suave y detalló con atención a Heissman, quien parecía perdido en otra galaxia. 

Priscilla miró a Jones y con un gesto le pidió que empujara su silla. El hombre acató su orden silenciosa sin problemas y empujó su silla hacia la ventana alta. Desde la altura ella analizó el revuelo y observó con los labios fruncidos las furgonetas de diferentes noticieros y periódicos. De seguro, todos querían la primicia de la llegada del nuevo heredero.

—Jones me dijo que quería conocerme —dijo ella de la nada y por encima de hombro, miró a Brant.

Sus miradas se unieron en ese momento. Fue tan breve, pero particular que Brant sintió que ella lo picó con un aguijón. Le dolió, pero, por alguna extraña razón, le gustó el hormigueo que le causó. Un chisporroteo de electricidad lo recorrió de pies a cabeza y despertó del absurdo aturdimiento en el que estaba atrapado.

—Así es, Señorita Torres. Yo solicité reunirme con usted —dijo firme y se acercó al lugar en el que ella estaba.

Frente a la ventana y con esa vista atrayente frente a sus ojos.

Brant miró al abogado y a su asistente a su lado y no supo qué más decir. No quería ponerse en ridículo frente a esos dos hombres que le observaban con grandes ojos, de seguro a la espera de que dijera algo terrible.

—Por favor, déjenos a solas —pidió Priscilla y Jones quiso oponerse, pero ella, con persuasión le dijo—: estaré bien. 🎁

Jones asintió, aunque no muy convencido, pero luego miró a Heissman de forma amenazante. Para la edad que tenía, aún conservaba esa mirada de todo abogado beligerante. Cuando caminó a su lado, lo detalló con irritación desde su baja estatura y Brant supo que Priscilla era más que su protegida.

El asistente de Heissman reunió todas sus pertenencias y marchó apurado fuera de la sala de juntas. Cuando estuvieron afuera, la secretaria cerró las puertas desde el exterior y los dos desconocidos se quedaron a solas en ese iluminado espacio.

Ella continuó mirando por la ventana, disfrutando del meneo de las copas de los árboles frente a ella. Como Brant no se atrevió a decir nada, fue ella la que tuvo que romper el silencio una vez más.

»Supongo que quiere mi ochenta por ciento —dijo conforme acomodó sus manos sobre su regazo.

Brant no sabía cómo responder, así que solo pronunció un pobre monosílabo.

—Sí.

Pasó saliva y quiso meterse las manos en los bolsillos cuando las sintió sudorosas, pero no quería irrespetarla.

“¿Irrespetarla?” Pensó arrepentido y apretó los ojos al concebir que, ni siquiera sabía que significaba a aquello. Él seducía a las mujeres así, irrespetándolas, llevándolas a sentirse como un pedazo de cuero que él podía utilizar cuando se le diera la gana.

Priscilla lo miró desde su silla con el ceño apretado. Estaba a la espera de que dijera algo más, de que la atacara con todo lo que tenía, tal cual Hans le había dicho, pero allí estaba, atrapado en un dilema personal e interno.

—¿Se siente bien? —preguntó ella y se quedó mirándolo.

Esa era, sin dudas, la reunión más extraña que había tenido jamás y, no era lo que esperaba de Brant Heissman.

Brant oyó su pregunta y la miró tras jadear, tras soltar todo eso que tenía dentro. Pensó que era aún más ridículo lo que veía. Su rostro de piel oscura brillaba con la luz que entraba por la ventana y el cabello voluminoso y ondulado le caía por las mejillas, rozando esa piel opuesta que se moría de ganas por tocar.




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