Priscilla le miró con horror en cuanto el beso terminó y no tuvo las palabras adecuadas para ese momento, solo una mirada de pavor que, le dijo a Brant que estaban en problemas y que, claramente, se habían expuestos para siempre.
La única reacción lógica de Brant fue agarrar su silla y sacarla de allí lo más rápido que pudo. No obstante, algunas personas trataron de detenerlos, Brant los esquivó a todos con sus expeditos movimientos.
La empujó por el primer piso con maestría y la guio hasta los elevadores. Ella le gritaba que huyeran al jardín para empleados, pero como en todo cuento de hadas, él se llevó a su damisela en apuros hasta el último piso de esa torre alta.
Los dos jadearon exasperados cuando estuvieron a salvo y escondidos dentro de ese elevador y, si bien, Brant la miró a la cara con ansía, a la espera de hallar sus hermosos ojos color chocolate, ella no se atrevió a mirarlo y lo único que le dijo fue:
—Mi prometido estaba allí, Brant.
El aludido se puso pálido cuando las ilusiones se le hicieron añicos y abrió grandes ojos al entender sus palabras. Usó los cristales que los envolvían para mirarla y la detalló con congoja. Ella se estaba frotando las sienes con los ojos cerrados. Parecía complicada por lo sucedido.
Brant carraspeó para romper la tensión que lo recorría, además, le estaba costando aceptar la bomba que Priscilla le había lanzado.
—¿Prometido? —preguntó y se contuvo—. Yo-Yo no sabía… —titubeó liado.
—Acababa de pedírmelo. Acababa de declararse —le dijo ella y le miró desde su posición. Temblaba entera y no sabía por qué, pero era muy probable que por ese beso intenso—. ¡Acababa de pedirme que nos casáramos! —exclamó y Brant vio el anillo en su dedo.
Resplandecía con las luces del elevador. De un diamante solitario y, absolutamente perfecto.
A Brant el pecho se le apretó y sintió que no podía respirar.
—¿Qué? Prometido… genial, genial… —Se agitó notoriamente—. ¡¿Y por qué demonios aceptaste?! —le gritó con rabia.
A ella le resultó increíble su forma agresiva de tratarla, así que no se quedó atrás. Si le iba a gritar, ella no se iba a callar.
—¡Acepté porque no tengo más opciones! —le respondió ella con furor y los ojos se le humedecieron—. ¿Acaso crees que los hombres se pelean por mí? —se rio.
Brant también se rio, pero con el sarcasmo a flor de piel y se puso las manos en las caderas para luego gritarle:
—¡Sí! —Su afirmación se oyó punzante. Priscilla no supo si se estaba burlando de ella o le decía la verdad—. ¡Deberían hacerlo! —bramó—. Yo pelearía… —Se silenció cuando no supo cómo continuar y escondió la mirada, absolutamente avergonzado.
—Tu, ¿qué? —le preguntó ella y desde su silla le miró con esperanzas.
Brant negó y se mantuvo cabizbajo hasta que llegaron al último piso.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, hallaron un desierto que les hizo sentir más ansiosos todavía. Todos los empelados estaban reunidos en el primer piso, donde la conferencia e importante declaración se llevaba a cabo.
Priscilla no tuvo que mover su silla. Brant lo hizo con cortesía y en total silencio. La guio hasta la misma sala en la que se habían reunido la primera vez, donde todo el alboroto interno de Brant había comenzado.
En esa sala, Brant había olvidado los verdaderos propósitos que lo motivaban cada día y había descubierto que, todo eso que se había negado alguna vez había renacido allí, en esa sala pálida y gracias a ella.
Los corazones de los dos latían a toda prisa. Priscilla no pensaba en Lance, el ingeniero estadounidense que trabajaba en el laboratorio de Prothese, también su nuevo prometido, sino que pensaba en ese beso impulsivo y pasional que no dejaba de repetirse una y otra vez en su cabeza.
Revivía los hechos y con la respiración entrecortada y los escalofríos aún bajo su piel. Todavía le quedaba el sabor dulzor que Brant le había transmitido. Lo tenía adherido en los labios y no dudó ni una sola vez en buscarlo en su boca. Se pasó la lengua por los labios con prisa y se rio para sus adentros cuando encontró su saliva aun adherida en ella.
El beso impulsivo de Brant fue captado por decenas de cámaras y dio la vuelta al mundo en menos de una hora. La internet lo empeoró todo y los canales de moda y espectáculo hicieron un festín con dichas imágenes.
—Desapareciste —murmuró ella entristecida.
Brant no supo qué decir y la acomodó en una esquina de la sala, para luego plantarse frente a los largos cristales que ofrecían una linda vista de la ciudad.
—Tenía asuntos pendientes que resolver —mintió.
Priscilla se rio. Sabía que le estaba mintiendo. Sabía también que algo no estaba bien con él y que tenían que hablar.
—Cancelaste la reunión con la junta y no concurriste a ninguna reunión de compromiso de venta de las otras empresas —le dijo ella y Brant volteó para mirarla. Sus esperanzas revivieron—. Sí, estaba pendiente de lo que hacías.
—¿Sí? —preguntó él y se atrevió a avanzar hacia donde ella se hallaba—. ¿De mí? —insistió y Priscilla asintió—. ¿Por qué? —investigó con agresividad.