El abogado esperó a que las puertas del elevador se cerraran y que no hubiera peligro de que Lance lo viera, para levantarse de su escondite y reconfortar a Brant; cuando lo hizo, se acercó a él a toda prisa, sabiendo lo difícil que era para él referirse al accidente.
—¿Brant? —lo llamó y lo miró desde su baja estatura.
El hombre estaba con la mirada perdida. Sus ojos no se despegaban del elevador y estaba tan tieso que, el abogado tuvo miedo de que algo malo estuviera ocurriendo con él.
»Brant, hijo… ¿estás bien? —insistió e hizo un esfuerzo para estirarse y palmearle la mejilla.
Brant reaccionó a su toque áspero, pero lo hizo con esa fiereza que le caracterizaba. Una violencia que salía a flote desde lo más profundo de su ser cuando se sentía amenazado o asustado.
Agarró al viejo por el brazo y lo torció tan fuerte que el anciano gritó y lloró dolorido. Cuando Brant vio a quién verdaderamente lastimaba, se alejó atemorizado y se dejó caer en uno de los amplios sillones. Jadeaba alterado por lo ocurrido y se detestaba por la reacción absurda que había tenido con la visita sorpresa de Lance, el prometido de Priscilla.
Las piernas le habían temblado tan fuerte que difícilmente había logrado mantenerse de pie. Ni hablar de sus respuestas. Todas incoherentes y faltas de fuerza.
—¡Mierda! —gritó cuando comprendió lo que había ocurrido—. ¡Mierda! —repitió y se agarró la cabeza con las dos manos.
Al fondo, vio a Jones y se levantó apurado para ayudarlo.
El anciano estaba en el piso, de rodillas y se sostenía contra el pecho el brazo que Brant le había estrujado con sus grandes manos.
»Lo siento mucho, yo… —Rugió cuando no supo qué responder—. Yo no quería lastimarte —explicó arrepentido de lo que había hecho.
A veces no podía controlarse.
Jones negó y dejó que el hombre le ayudara. Lo llevó hasta uno de los sofás y le revisó el brazo. La piel se le apreciaba moreteada e inflamada, así que corrió a conseguir un poco de hielo para calmar su dolor.
Cuando caminó hacia la cocina, vio la nota de Priscilla encima del mesón, junto a su deliciosa fondue, el que no había terminado de comer y se detuvo para leerla una vez más.
“Muchas gracias por dejarme conocer al verdadero Brant,
aunque fuese por unas horas.
Con cariño, Priscilla Torres.”
Se preguntó entonces, ¿cuál era el verdadero Brant? ¿Cuál era ese Brant que ella había conocido? ¿Acaso existía otra versión de él?
Sacudió la cabeza para quitarse a Torres de sus pensamientos y agarró un poco de hielo para luego ponerlo dentro de una cubeta. Lo llevó con Jones con muecas afligidas y auxilió al viejo con la mirada más destrozada que el abogado hubiese visto nunca.
—Sabes… —le dijo el experimentado anciano—. He visto muchas miradas de dolor —susurró—, soy abogado… veo a la gente arrepentirse, mentir y desear cosas terribles —explicó. Brant no quiso mirarlo—. Pero tu mirada… —Puso su mano en su hombro—, tu mirada es diferente. Hay dolor, arrepentimiento, culpa y mucha soledad, pero nada de eso es tu culpa.
—No exageres, viejo… solo es una mirada —se rio Brant.
Al menos, sus palabras de aplacamiento le concedían un poco de diversión.
—No es una exageración —rebatió el abogado—. No eres una mala persona, Brant… puedo verlo en tus ojos.
—Sí lo soy —refutó el aludido—. Soy una porquería de persona —indicó.
Jones esbozó una mueca divertida.
—Ningún lobo lamería la herida que le ocasionó a su víctima —dijo y se miró el brazo dolorido, el que Brant contenía con hielo y tratos suaves—. Uno lobo…
—No me compares con un maldito lobo —reclamó Brant, pero luego se rio.
No podía creer lo que el viejo le estaba diciendo.
Sí, tenía dolor, arrepentimiento, culpa y soledad, tal vez más de lo que aparentaba.
Lo tenía todo, pero a su vez no tenía nada y no sabía qué era peor, si estar rodeado de todos esos lujos, pero absolutamente solo o, ser pobre, pero tener un trabajo, amigos y una familia.
En ese momento, Brant se desconoció a sí mismo y no supo cuál camino era el correcto.
Él había llegado allí con un solo propósito: deshacerse de todos los logros de su padre, pero allí estaba, de rodillas en una sala, curando a un abogado anciano y replanteándose todo su futuro, cuando podía estar en Dubái, disfrutando de una noche salvaje o bebiendo el champagne más cara del mundo.
¿Dónde estaba el Brant de piedra qué había bajado del avión privado hacía tan solo una semana? ¿Dónde estaba el Brant sediento de venganza por acabar con todo ese imperio que su padre había levantado a costa de su abandono?
—Bueno, lobo o no, tenemos un problema y es grave —interrumpió Jones sus pensamientos en cuanto Brant se mostró perdido en un silencio absoluto.
El hombre dejó sus cuestionamientos y alzó la vista para mirarle con el ceño apretado.