Solteros y millonarios

13. Muchas cosas

La secretaria corrió detrás de Priscilla a toda prisa con sus tacones bajos y logró alcanzarla antes de que la joven mujer se encerrara en su oficina y se aislara de todo ese drama que se desarrolla en el piso final del edificio de Prothese.

—Señorita Torres… —musitó Miriam y le miró con tristeza.

—Cierra la puerta, por favor —requirió ella con la voz entrecortada.

Tenía la cara roja y la mirada escondida.

La secretaria le miró con consternación, pero acató su requerimiento de manera inmediata. Si bien, Priscilla llevaba poco tiempo al frente, liderando la empresa, era fantástica. No solo era educada y muy cariñosa con los empleados, sino que también era organizada y muy seria para con su trabajo.

No le importaba ser interina. Sabía que su puesto sería ocupado por alguien más capacitado muy pronto, aun así, entregaba lo mejor de ella en cada oportunidad.

No se merecía lo que había ocurrido. Ni la humillación por parte de Heissman, mucho menos la agresión hacia su prometido.

—Déjeme verle la mano —dijo Miriam y corrió a atenderla.

Priscilla quiso negarse, puesto que tenía las notas de Brant escondidas dentro del puño y no quería que aquello se convirtiera en un chisme perjudicial para su compromiso con Lance, pero, por más que intentó, no lo consiguió. No podía dejar de temblar y no era capaz de controlarse ni de hablar.

Miriam agarró su mano herida y le arrancó las notas sin pensar en nada más. Las dejó caer al piso sin mucha importancia y revisó los cortes que se había ocasionado con su propia silla.

—Necesita comprar una silla nueva, Señorita torres —aconsejó Miriam y caminó apurada hasta el cuarto de baño, donde esperaba hallar un botiquín.

La mujer caminó por la sala y pateó con la punta de sus pies las notas. Solo allí descubrió lo que acababa de hacer y se agachó para recogerlas.

—Son mías, Miriam —interrumpió Priscilla antes de que la secretaria las abriera. Eso la detuvo, pero, a su vez, incrementó más su curiosidad—. No puedes leerlas, Miriam. Es personal —repitió la morena con la respiración agitada y tono amenazador.

Miriam se rio.

Después de eso, ya se moría por leerla, por descubrir que secretos se escondían entre esas páginas blancas y arrugadas.

—No, claro que no, como cree —respondió poco convencida y dio la media vuelta para esconderse en el baño—. ¡Traeré el botiquín! —gritó y rehuyó de la mirada de Priscilla.

Priscilla se apuró para ir detrás de ella. La herida de la mano le punzaba, pero ni eso la detuvo. Persiguió a la osada mujer hasta el cuarto de baño y, si bien, la encontró escarbando en los muebles blancos, ya era tarde.

La secretaria chismosa ya había repasado los papelitos con sus ágiles y entrenados ojos.

»¡Lo encontré! —exclamó la mujer y le enseñó una pequeña caja blanca.

Priscilla la miró con furia.

Sus notas reposaban sobre una mesita decorativa y una vasija con una planta las aplastaba.

—Gracias, Miriam —susurró Priscilla y añadió—: prefiero hacerlo yo misma. —La secretaria le miró con grandes ojos—. Necesito estar sola, por favor —musitó acongojada.

Aún tenía las mejillas brillantes por todo lo que había llorado al ver la tensa pelea entre Brant y Lance. Sentía que los ojos le ardían, pero más le dolía el pecho al imaginar el estado de su prometido.

Si tanto le importaba, ¿por qué estaba encerrada allí, escondida como una cobarde? ¿De qué se escondía? O, mejor dicho, ¿de quién?

Miriam asintió y le entregó el botiquín con cuidado. Se dispuso a marchar sin decir mucho.

Priscilla la interrumpió antes de que se marchara.

—¿Podrías encargarte de Lance? —investigó. Miriam asintió—. No me siento bien como para…

—Tranquila, Señorita Torres —consoló—, llamaré a Manuel y nos encargaremos de su… estado —dijo pensativa.

—Gracias.

Las dos se despidieron con una sonrisa. Priscilla abrió el botiquín de mala gana y agarró los implementos necesarios para limpiar su herida.

Mientras lo hizo, miró todo el tiempo a través de sus pestañas negras las notas de Brant. Maldecía entre dientes cada vez que recordaba la escena y, por más que razonaba sobre lo sucedido, no entendía cómo habían terminado en el piso y riéndose divertidos a, acabar en una pelea agresiva que solo le había mostrado esa verdad que tanto había evitado.

El desinfectante le ardió y ella escasamente pudo sentirlo. Estaba más concentrada en revivir los recuerdos para con Brant que cualquier otra cosa.

Suspiró compungida cuando entendió que estaba pensando en Brant y no en su prometido.

—Que descarada eres, Priscilla —se dijo a sí misma y sacudió la cabeza para quitarse a Brant de los pensamientos.

Pero su aroma estaba adherido en la punta de su nariz. Ni hablar de la fuerza con la que la había cogido para levantarla del suelo. Se rozó las puntas de los dedos por las palmas cuando recordó el grosor de su brazo endurecido, al que se había aferrado con descaro y tiritó al concebir lo mucho que el colorín le estaba causando.




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