La obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo.
- Platón
Cuando la celadora golpeó la reja de la celda, Kayla elevó la cabeza casi con fastidio.
Kayla la miró con la hostilidad de siempre y le dio la espalda para dirigirse a su compañera de celda.
La llamada Nora hizo un imperceptible gesto de asentimiento y sin más Kayla se giró dirigiéndose a la puerta. Emprendió el camino y mientras avanzaban por el pasillo, eran seguidas por los comentarios de las internas; algunos eran algo parecido a buenos deseos, mientras que otros eran sencillamente obscenos.
Kayla Sahin había pasado cuatro largos años en aquel lugar que, en su opinión, era el tan llevado y traído infierno. Kayla había nacido en Ankara, pero la había abandonado cuando tenía ocho años debido a que su madre viuda, había contraído matrimonio con un marino mercante que las llevó con él a América. Kayla habría querido oponerse, pero le habría servido de poco, de manera que de la noche a la mañana se vio arrancada de su suelo patrio en compañía de un patán ordinario que parecía haber sido enviado únicamente para hacer sus vidas más miserables de lo que ya eran.
La madre de Kayla había sido una bailarina exótica que había tenido la enorme suerte de casarse con un joven estudiante de leyes que había perdido la cabeza por ella, pero la mencionada suerte le había durado poco, ya que Amed la llevó con él a Siria y poco después murió víctima de uno de los muchos ataques que se perpetraban en aquella convulsa zona de la geografía mundial. Como pudo, Imala volvió a Turquía, pero ahora madre de una criatura de tres años y sin medios para subsistir, se vio obligada a retomar su antigua profesión. No obstante, bien fuese por comodidad o por necesidad, cambió el baile por la prostitución y descuidó a su hija que prácticamente creció en las calles y sin guía. Cuando Imala se casó de nuevo y le dijo a Kayla que partían rumbo a América, la primera reacción de la niña fue huir, pero el individuo aquel se lo había impedido y había sido embarcada hacia un destino incierto y sin duda mucho peor que aquel que le era familiar.
A Kayla le costó mucho adaptarse a su nuevo entorno, pero finalmente lo había conseguido descubriendo que en realidad no difería en mucho del anterior. Imala que en realidad estaba muy lejos de querer al hombre con el que se había casado, y siendo que el susodicho pasaba mucho tiempo fuera, continuó con la vida que estaba acostumbrada a llevar. No obstante, cabe suponer que el sujeto se enteró y un buen día cuando Kayla llegó a lo que eufemísticamente llamaban casa, se encontró con la noticia de que su madre había muerto supuestamente al caer por las escaleras del edificio. Si bien Imala no había sido el paradigma del amor maternal, era lo único que Kayla tenía, y como era lógico se sintió desamparada, pero su tragedia se haría aun mayor cuando el salvaje aquel intentó violarla, la mala suerte para él estuvo en que nunca se había preocupado por conocer a Kayla, porque si lo hubiese hecho, ni siquiera lo habría intentado y ciertamente no habría terminado con el cuello abierto de un lado a otro como el cerdo que era.
Kayla no se detuvo más que para recoger un par de cosas y vaciar los bolsillos de aquel mal nacido, después de lo cual huyó y comenzó a vivir en las calles en forma permanente. Pasó casi tres años formando parte de aquel submundo donde aprendió que el ser humano no solo es cruel, sino que también aquellos que tenían el deber de velar por los seres que como ella estaban desamparados, solo daban bonitos discursos al respecto, pero que nadie se ocupaba de la situación como tal.
Faltando un par de días para su cumpleaños número catorce, y mientras ella y su grupo efectuaban un asalto a una licorería, fue herida y así fue como terminó en la correccional, pero si alguien tenía la peregrina idea de que aquella institución podía corregir algo, como había dicho la juez que la había condenado, no podía estar más equivocado.
La primera lección que Kayla recibió, fue que los empleados del sistema penitenciario no eran mucho mejores que los criminales a los que custodiaban, porque la misma noche de su llegada fue asaltada por una de las celadoras que la violó con una macana. Kayla pensó que iba a morir ese día, porque aparte del ultraje, también le dieron una feroz paliza que la envió a la enfermería de donde no pudo salir hasta casi dos semanas después. La segunda lección fue que la vida no valía más allí dentro que en las calles. Y la tercera, y quizá más importante, era que al igual que en las calles, allí imperaba la ley del más fuerte, de manera que mataba o moría.
Con las cosas así, en cuanto salió de la enfermería tuvo que hacer frente a la chica que para entonces comandaba a las internas, pero fuera cual fuere el motivo por el que aquella niña había sido encerrada, o por qué se había alzado con el mando, quedaría demostrado que la vida que había llevado Kayla la superaba por mucho, y en su primer encuentro le dio la paliza de su vida. Aquello le valió a Kayla ser encerrada en la celda de castigo, y cuando salió aun demoró un poco en saber que la razón por la que Jena, la chica a la que había apaleado, ostentaba el poder sobre las demás, era porque le servía de juguete sexual a la pervertida celadora en jefe.
Editado: 03.10.2025