Charlotte toda su vida había sido muy madrugadora, pues pensaba que los días eran demasiado cortos para la cantidad de cosas por hacer, y aunque normalmente trabajaba hasta tarde, diariamente se levantaba a las cinco, caminaba durante 45 minutos por los terrenos de su propiedad, tomaba una ducha, se vestía y bajaba a desayunar. La única concesión o ruptura de su rutina, se efectuaba cuando Tiziano estaba en casa y solo los domingos.
Como todos los días, antes de bajar a desayunar y mientras se colocaba alguna joya, Charlotte dedicó unos segundos a mirar la fotografía de Tiziano. Aunque su familia decía que no tenía un corazón y ella no solo lo sabía, sino que durante mucho tiempo pensó igual, Tiziano la había convencido de lo contrario, porque, aunque no iba por ahí manifestándolo con tontas y almibaradas demostraciones de afecto, realmente Charlotte amaba a aquel chico en forma desmedida. Tenía fotografías suyas en todas partes y hasta había cedido al estúpido impulso de colocar una como fondo de pantalla en su iPhone. El problema era que Charlotte no era capaz de transmitir con corrección ese amor, y en lugar de los calurosos abrazos o las palabras cariñosas que se esperaban de una abuela, ella de lo que se había ocupado era de que Tiziano tuviese la mejor educación y era sumamente exigente, y aunque de niño Tiziano se había esforzado en ser siempre el mejor alumno, cuando comenzó a crecer pareció perder el interés.
Inicialmente Charlotte se había preocupado mucho, pero ella no era de las que acostumbraba a sentarse a lamentar nada, sino que se centraba en encontrar las soluciones, de manera que sabiendo que el chico era inteligente y capaz, porque lo había demostrado, supuso que debía haber otra explicación para sus notas y comenzó por encargar un chequeo completo a nivel médico. Una vez que le aseguraron que el niño estaba en perfecto estado de salud, pasó a buscar al mejor profesional del mundo para que evaluase su estado mental, y en cuanto leyó el informe dejó de preocuparse, al menos en cuanto a la capacidad de Tiziano de alcanzar un título universitario en el futuro, pero no hizo nada por modificar su entorno afectivo, ya que ella era incapaz de esas patéticas demostraciones. A partir de entonces, y aunque Tiziano hiciese desastres, como siempre lograba aprobar, ella seguía premiándolo con lo que el chico quisiese y hasta con lo que no. En una ocasión Eduardo le preguntó por qué razón ella se comportaba de aquel modo con su nieto sí él no alcanzaba sino calificaciones mediocres, pero Charlotte se contentó con decirle que los genios nunca eran apreciados o reconocidos por sus maestros. Aunque Eduardo lógicamente amaba a su nieto y en su caso sí se comportaba como el abuelo que era, no por eso estaba cerca de pensar que Tiziano fuese un genio en ningún sentido salvo en el de dar muchos dolores de cabeza, pero aun así Charlotte seguiría premiándolo con costosos y extravagantes regalos, y permitiéndole hacer casi cualquier cosa, de allí que los demás chicos de la familia tuviesen sobradas razones para pensar como lo hacían al asegurar que Tiziano era el consentido de Charlotte.
Sonrió pensando que su cumpleaños número veintiuno estaba próximo y debía ocuparse de organizar la celebración, y en esta ocasión se había asegurado de su asistencia, aunque él no lo sabía. Bajó a desayunar y mientras se tomaba el café y hojeaba el diario, escuchó que el mayordomo se aclaraba la garganta.
Albert Sherman había sido mayor del ejército, pero cuando recibió su baja por una condición médica, casi se suicida, pues tenía ocho hijos y su mujer no había trabajado nunca en su vida. Sin embargo, cuando estuvo algo mejor comenzó a buscar empleo, y finalmente lo había conseguido en la mansión Wellington donde llevaba más de treinta años. Aquel empleo si bien no le permitía pasar mucho tiempo con su familia, sí le sirvió para poder darle una educación adecuada a sus hijos, y aunque ahora todos estaban en capacidad de ayudarlo a él, siendo que su esposa había muerto hacía mucho tiempo y los chicos habían hecho sus vidas, él había preferido seguir trabajando.
Si aquello extrañó al mayordomo, y así había sido, porque usualmente su señora respetaba rigurosamente las horas de las comidas, nada dijo y fue a buscar al visitante a quien condujo al comedor y se retiró discretamente.
Desde que Sherman le había anunciado aquella inusual visita y más por la hora que por el personaje en sí, Charlotte había sentido que un frío desagradable recorría su espalda, y siendo que ella se había acostumbrado a confiar en su instinto y dependía casi exclusivamente de él para sobrevivir en el duro mundo de los negocios, supo sin lugar a ninguna duda que aquel sería un mal día, pero lo que la angustiaba era que fuera lo que fuere lo que iba a escuchar, estaba relacionado con Tiziano.
Dado el particular interés que aquella mujer dispensaba al chico, no lo descuidaba en ningún momento, aunque no lo tuviese al alcance de sus ojos, y había un ejército de hombres que lo seguían a todas partes. Lo del ejército era literal, porque, aunque entre Charlotte y Tiziano nunca habían hablado del asunto, ella sabía que él estaba al tanto de eso, porque cuando lo noto comenzó a evadirlos, de modo que ella dio órdenes de que se le asignasen otros más capaces y que pudiesen seguirlo sin despertar sus sospechas. Mathew Brody era el jefe de estos sujetos, así que su presencia solo podía significar que, o bien Tiziano se había metido en un lío serio, o que le había sucedido algo, de manera que Charlotte había elevado una silenciosa plegaria al creador para que se tratase de lo primero.
Editado: 03.10.2025