
Amin Shalev era un nombre muy conocido en el mundo entero, pero poquísimas personas lo habían visto jamás. Amin era médico con una maestría en genética, pero también un físico nuclear que había ganado el premio Nobel de física y se había negado a recibirlo. Aquello causó conmoción y fue lo que dio a conocer su nombre públicamente, aunque no se sabía mucho más del individuo en cuestión. Lo cierto era que Amin era uno de los hombres más ricos del mundo, pero, así como el mencionado mundo no sabía esto, tampoco sabía que era también uno de los más poderosos.
Amin había nacido en Israel, más concretamente en Eilat, pero hacía mucho tiempo que había abandonado su tierra natal y residía oficialmente en Qatar.
Una mañana intentaba por todos los medios ponerse en contacto con su hijo, pero el chico no contestaba el móvil y Amin comenzó a ponerse nervioso, pues Amin tenía solo dos obsesiones, una que no iba diciéndose por ahí, y la otra era su único hijo.
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Tiziano despertó con un desagradable dolor de cabeza, con dificultad llegó al baño y después de una larga ducha de agua helada, decidió que debía comer algo. Aunque su departamento estaba bien equipado, lo único que no había era comida, de modo que se vistió y salió. El portero del lujoso edificio lo saludó y le hizo la broma de siempre.
Después del breve intercambio, salió y echó a andar. A Tiziano le gustaba Nueva York, le gustaba todo de aquella ciudad, su bullicio, su tráfico, su gente y hasta su contaminación. También le gustaba caminar por sus calles, especialmente de noche, le gustaba mezclarse con la gente que iba y venía con prisa o la que simplemente paseaba, le gustaba ver las luces y, en conjunto, le gustaba la vida que se respiraba allí.
Se metió en un café que anunciaba la mejor hamburguesa del mundo, ubicó una mesa vacía y fue a ocuparla él. Cogió el menú plastificado que estaba apoyado sobre el servilletero y lo estudió con atención mientras pensaba en qué diría su abuela si lo viese en aquel lugar.
Tiziano elevó la cabeza con intención de disculparse, pero la chica había abierto mucho los ojos y él reconoció esa mirada, de manera que se limitó a guiñarle un ojo y a pedirle consejo acerca de lo mejor por pedir.
La chica se alejó sobre sus patines y Tiziano rio. Mientras esperaba se dedicó a ver a los clientes del local. Había una pareja un par de mesas más allá y parecían estar discutiendo. En otra mesa se sentaba un individuo de edad incierta que fingía leer un libro, pero a cada momento elevaba los ojos y miraba hacia la puerta, lo que le indicó a Tiziano que esperaba a alguien. En la mesa más alejada había un ruidoso grupo de chicos algo más jóvenes que él. El resto de las mesas estaban vacías y en la barra se sentaba una mujer que revolvía el contenido de una taza y miraba al vacío, posiblemente una desempleada reciente; un hombre con aspecto de profesor que limpiaba nerviosamente sus gafas a cada momento, y un hombre mayor que despachaba a toda velocidad una hamburguesa y Tiziano pensó que a juzgar por la forma en la que la comía, en realidad debía estar buena.
En ese momento se abrió la puerta y entró un individuo de unos veintitantos años que llevaba unos audífonos y se dirigió a la barra. Tiziano volvió a pensar en su abuela: <<En verdad lo tuyo es una obsesión, abuela>> se dijo. Este pensamiento obedecía a que el individuo de los audífonos, no era un cliente casual, sino que se trataba de una de sus niñeras.
Un momento después se presentó la chica sobre sus patines y colocó su orden frente a él. Tiziano se lo agradeció y se dispuso a comer. A pesar de que tenía hambre, comió despacio, pues ya sabía que si no lo hacía así terminaría con dolor de estómago. La hamburguesa estaba buena, aunque no era la mejor del mundo, lo que lo hizo sonreír. Por último, se bebió el café que sí le pareció asqueroso y no se lo terminó, canceló el importe de su consumo y abandonó el local. Se recostó de un poste y encendió un cigarrillo. Había tenido la intención de esperar a que la chica de los patines saliese, pero luego vio que faltaba mucho para que cerraran, así que echó a andar. No sabía cuánto tiempo después, decidió entrar a un bar, pero después de un par de cervezas lo abandonó. Extrajo su móvil, vio un par de mensajes de sus primos y una incontable cantidad de llamadas perdidas de su abuela. Charlotte nunca escribía mensajes. Ignoró las llamadas de ella y pensó en llamar a los chicos, pero repentinamente se desparramó un aguacero y él corrió hacia la estación del metro.
Si había algo que Tiziano odiaba con vehemencia era la lluvia, y no tanto la lluvia en sí, sino mojarse con ella. Era una aversión que había nacido de una oportunidad en la que había salido a cabalgar y lo había sorprendido un aguacero; por algún motivo que nunca supo cuál sería, su caballo se asustó y lo tiró, de manera que él había tenido que regresar andando bajo aquel temporal, lo que terminó por ocasionarle un resfriado brutal que se convirtió en neumonía. Aunque los médicos habían dicho que posiblemente la infección ya estuviera en proceso, él se la adjudicó a la lluvia y desde entonces la había detestado, y tal vez era por eso que no le gustaba mucho Londres, ya que la lluvia formaba parte integral de la ciudad.
Editado: 13.11.2025