Sombras De Poder I.

Cap. 15 Relaciones familiares

Amanda Saint-Lary era la nieta mayor de Bertrand, pero si las pocas personas que conocían bien a éste, pensaban que era un individuo frío y sin corazón, era porque no conocían en lo absoluto a esta mujer. Amanda poseía una belleza fría cual estatua de mármol; había heredado las aristocráticas facciones de sus antepasados y estaba desmedidamente orgullosa de su sangre. No obstante, a sus treinta años aún no había contraído matrimonio y era muy improbable que lo hiciese algún día, pues parecía hacer dedicado su vida en forma total y exclusiva a la investigación científica. Amanda había estudiado ciencias biológicas, tenía un doctorado en microbiología, otro en toxicología y algunos otros más, de manera que era una experta en su área, pero un total desastre en relaciones humanas y en realidad no las tenía, y su única relación estable era con los estudios y trabajos de investigación.

Amanda era el único miembro de su familia que no asistía a fiestas, a menos que fuese por orden de Bertrand, no salía nunca con nadie, jamás había sido fotografiada protagonizando algún escándalo como casi la totalidad de sus parientes, y en general podía decirse que era una ilustre desconocida. La única excepción a la regla no escrita de Amanda con respecto a no relacionarse con nadie, la constituía desde hacía alrededor de cinco años, una reunión anual a la que le fue ampliamente explicado el motivo por el que debía asistir.

Aquella mañana y siendo que la anteriormente mencionada reunión se acercaba, Amanda estaba de un humor más negro que lo habitual, así que cuando la vieron entrar al edificio del laboratorio y los que lo hicieron, se compadecieron de sus más cercanos colaboradores, ya que estaban seguros que la dama de hielo, como la llamaban en secreto, les haría pasar un día infernal.

No estaban muy alejados de la realidad los que pensaban de aquella manera, porque aparte de lo anterior, Amanda estaba enfrentando un problema con una investigación importante y aquello era algo que no podía permitirse, no con eso y no en aquel preciso momento. Antes de que las puertas del elevador se abriesen, comenzó a repicar su móvil, ella lo extrajo del bolsillo, lo miró y juntó las cejas.

  • ¿Qué quieres? —preguntó
  • Buenos días, Amy —saludó la voz al otro lado —Siempre he sentido curiosidad por saber cómo haces para obviar algo tan elemental como el saludo

No obstante, y suponiendo que en verdad aquello interesase a quien llamaba, se quedaría sin saberlo, porque Amanda cortó la comunicación. Quien llamaba era su primo Jean Louis, y aunque por lo que acababa de suceder nadie se lo habría imaginado, aquel chico parecía el único ser viviente capaz de despertar algún sentimiento en aquel helado corazón, porque cuando volvió a llamar, ella contestó de nuevo cuando normalmente no lo habría hecho.

  • De acuerdo, olvidemos lo anterior y solo dime si me vas a ayudar
  • ¿A qué?
  • ¡Amy!
  • Mi nombre es Amanda —dijo en tono helado —y tienes exactamente cinco segundos para decirme qué demonios quieres o…
  • Bueno, bueno —aceptó él en tono conciliador —El abuelo se está poniendo pesado con el asunto del coche como te dije ayer, ya sabes, desbaraté el mío hace poco y él opina que es un peligro que tenga otro
  • Y yo estoy de acuerdo
  • Vamos Amy, un hombre sin auto…
  • Por empezar, aun eres el proyecto de un hombre —dijo interrumpiéndolo —segundo, no creo que me estés llamando para pedirme dinero a menos que el abuelo haya recuperado el buen juicio y haya decidido cerrar tus cuentas y suspender tus tarjetas de crédito, algo que por supuesto sería beneficioso y yo lo entendería; y por último, no entiendo qué demonios tengo que ver yo en todo esto, porque dudo mucho que me estés pidiendo permiso para matarte, ya que si quieres hacerlo es tu problema y no el mío

Todo aquel rosario estaba plagado de inexactitudes, porque en principio, Jean Louis en breve cumpliría veintiuno, pero, aunque no fuese así, era un Saint-Lary y ya antes de ser legalmente hábil, podía manejar su dinero a su antojo, ciertamente nunca le había faltado y Amanda sabía que, aunque Bertrand Saint-Lary era un monstruo disfrazado de príncipe, nunca les había negado nada a sus nietos y menos al menor. Por otra parte, si medían la hombría por la capacidad de engendrar, como ella sabía que lo hacía su abuelo, el pequeño Jean Louis ya había superado aquello, porque ya hacía mucho que había dejado embarazada a una chica y Bertrand se había apresurado a deshacerse del problema sin que el chico se enterase siquiera. Lo único discutible era el deseo de Jean Louis de matarse, porque parecía haber heredado la pasión de su padre por la velocidad junto con el interés de quedar estampado contra una pared, y ya había tenido una indecente cantidad de accidentes, aunque juraba que amaba la vida.

  • Lo que quiero es que tú hables con él, Amy — continuó él y Amanda arrugó el entrecejo, pero sabía que el asunto del nombre era una batalla perdida
  • ¿Y por qué iba a hacer eso?
  • Porque tú puedes convencerlo de que me deje en paz
  • Un momento —dijo ella —tú no necesitas dinero para comprar el juguete y me apuesto la Torre Eiffel a que ya lo tienes, así que ¿cuál es el verdadero problema?
  • El problema es que Marcel tiene órdenes de no dejarme utilizarlo —dijo en tono derrotado




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