La sala estaba en silencio, solo interrumpido por el eco de los pensamientos que giraban sin cesar en la mente del enmascarado. En ese espacio oscuro, él se encontraba solo, mirando la máscara que aún tenía en las manos. La mirada fija, vacía, parecía como si la máscara fuera su única compañía, su único lazo con la realidad. Pero en el fondo, algo se agitaba dentro de él, algo que lo hacía sentir atrapado en un ciclo interminable.
El enmascarado respiró profundamente, tratando de controlar los impulsos que lo impulsaban hacia la acción. Un movimiento errático, un giro hacia la pared, un suspiro de exasperación. Todo se había ido de las manos, todo había sido un error. Pero el error no venía del mundo exterior, ni siquiera de las personas que lo rodeaban. El error estaba en él mismo.
"¿Por qué lo hice?", murmuró para sí, su voz baja, quebrada, como si fuera incapaz de comprenderse a sí mismo.
La pregunta había estado rondando en su mente durante semanas, pero nunca encontró una respuesta. No hasta ahora.
Miró la máscara una vez más, sintiendo un extraño sentimiento de desgana. Ya no podía seguir ocultándose detrás de ella. Ya no podía seguir huyendo de lo que había hecho. Sabía lo que estaba a punto de descubrir. Sabía lo que era, lo que había estado haciendo todo este tiempo, y lo más aterrador de todo: sabía que nunca había sido otra persona.
La figura del enmascarado comenzó a desmoronarse en su mente, como si fuera solo un sueño roto, una construcción de su propia locura. El hombre que había jugado al escondite en las sombras, el hombre que había manipulado y atormentado a Sofía, siempre había sido ella misma. Todo era un reflejo distorsionado de su propia mente.
El horror comenzó a invadir su ser como una marea imparable. Los recuerdos, fragmentados y distorsionados, comenzaron a reconstruir una verdad que había estado oculta bajo capas de mentira. Sofía nunca había estado atrapada por otro, nunca había sido perseguida por alguien más. El enmascarado, esa figura ominosa que había gobernado su vida, siempre había sido una manifestación de su propio ser, un trastorno profundo, un reflejo de su dolor interno.
Sofía cayó de rodillas, la máscara todavía en sus manos, su rostro pálido y sudoroso. El aire a su alrededor comenzó a volverse denso, pesado, como si la presión del descubrimiento fuera demasiado para soportarlo.
"Soy yo," susurró, las palabras resonando en su mente como un eco monstruoso. "Siempre he sido yo."
La revelación la golpeó con la fuerza de un rayo. El enmascarado, aquel ser que había sido su enemigo, su sombra, no era otro que ella misma. La figura que había estado jugando con su vida, con sus recuerdos, no era alguien ajeno, sino una manifestación de su locura. Su mente había creado esa máscara, esa identidad, como un mecanismo de defensa ante el dolor que no podía soportar.
Pero ahora, ya no podía esconderse. No podía seguir ignorando lo que había hecho. Había estado matando, manipulando, jugando con vidas, todo para escapar de la verdad que llevaba dentro de sí misma. La locura la había consumido.
Con una risa histérica, Sofía levantó la máscara, mirando su reflejo distorsionado en ella. Las lágrimas caían sin cesar de sus ojos, mientras la realidad se desmoronaba ante ella. "No puedo detenerlo..." murmuró, mirando la máscara rota, como si esta fuera la única salida.
La oscuridad que la rodeaba ya no era solo física, era mental. Sofía se levantó, tambaleante, el cuerpo y la mente destrozados. La verdad, esa verdad que tanto había temido, la había arrastrado a un abismo sin fin. No podía escapar de sí misma.
"Soy el monstruo," susurró, su voz llena de desesperación. Y, mientras lo decía, algo se rompió por completo dentro de ella. La figura del enmascarado ya no era solo una ilusión. Era ella. Ella siempre había sido la causa de su sufrimiento.
El mundo a su alrededor comenzó a desmoronarse. La sala que la rodeaba se desvaneció, y todo lo que quedó fue su propia risa, resonando en la oscuridad. Un sonido de locura pura. No había forma de escapar. Sofía ya no sabía quién era.