El amanecer nunca llegó. El sol que debería haber marcado el fin de una pesadilla permaneció oculto tras un manto gris de tormenta. El mundo que Sofía había conocido se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos, y las ruinas de su vida quedaron dispersas por todo lo que había tocado.
En un rincón oscuro, entre las sombras de la ciudad, Sofía yacía sola. Su cuerpo, marcado por las cicatrices de su lucha interna y externa, estaba tendido en el suelo frío, cubierto por un manto de sangre. Las paredes, que alguna vez parecieron protegerla, ahora eran testigos mudos de su caída definitiva.
Los ecos de los gritos de su última víctima aún retumbaban en su cabeza, aunque la carne ya no sentía. Había matado a quienes había querido, a quienes había usado, a quienes había convertido en peones de un juego macabro que ella misma había diseñado. Cada muerte fue un eslabón más en la cadena de su destrucción. Pero al final, lo único que quedó fue el vacío. La muerte era ahora su única compañía.
El rostro del enmascarado, el rostro que había creído que no era el suyo, estaba grabado en su mente, como una marca imborrable. "Soy el monstruo." Las palabras ya no eran solo una verdad, eran una condena. Su propio reflejo era el que la había llevado a la desesperación. La mentira que había construido sobre sí misma la había empujado a la locura, y la locura la había llevado al borde del abismo.
La ciudad, que antes había sido su escenario de victorias y manipulaciones, ahora solo quedaba como un recordatorio de su fracaso. El edificio donde todo había comenzado, ahora estaba envuelto en llamas. Nadie sabía cómo había ocurrido el incendio, pero Sofía lo sabía. Todo había sido consecuencia de su propio colapso, de su incapacidad para controlar los demonios que había desatado en su interior.
Vladimir había sido el primero en caer. Su amor frío, su compañero en la oscuridad, había sido víctima de su propia obsesión. En un ataque de locura, Sofía lo había arrastrado con ella en su caída. Una puñalada certera, un grito ahogado, y la vida de Vladimir había desaparecido como una sombra. Aunque había sido él quien la había introducido en el mundo del espionaje, ella había sido la que lo destruyó, como lo había hecho con todo lo que tocaba.
Kate, su enemiga, había encontrado su final en una confrontación sin piedad. La traición de aquella amistad rota fue la chispa que encendió la tragedia. La lucha entre ellas fue brutal, pero el fin llegó cuando Sofía, desquiciada por el dolor, se vio reflejada en los ojos de su enemiga. Con una sonrisa torcida, fue la última a quien despojó de la vida.
El final de la historia no fue heroico, no hubo redención. No había vuelta atrás. Sofía había matado a todos los que una vez fueron cercanos. Cada una de sus víctimas había sido una piedra más que ella misma había lanzado en su propio camino al abismo. Había destruido a quienes le quedaban, incluido Dylan, su último intento de conexión humana. Y con esa muerte, su alma se vació completamente.
El edificio que había sido su prisión, su laboratorio, su escenario de tragedia, ahora se erguía ante ella como una ruina. Sofía, cubierta de sangre y lágrimas, miró hacia el horizonte. Las sirenas ya se oían a lo lejos, pero no importaba. Ya no quedaba nada por hacer. No quedaba nada por perder. La ciudad estaba marcada por su caos, por la oscuridad que había dejado atrás. No podía volver. No había nadie que la esperara.
Con una sonrisa rota en el rostro, Sofía se acercó al borde del edificio. Las luces de la ciudad parpadeaban abajo, un mar de neón y oscuridad que representaba la vida que había perdido. Un último suspiro salió de sus labios, mientras miraba la caída que la esperaba. El vacío que sentía dentro de sí ya no podía llenarse. Había jugado con las sombras hasta que ellas la habían devorado.
El enmascarado ya no existía. Sofía ya no existía. Solo quedaba una figura rota, una mujer que había llevado su propia destrucción hasta el final. Con un último paso, se lanzó al vacío, sabiendo que no habría regreso. La tragedia había alcanzado su clímax.
Y así terminó su historia. Sin redención, sin piedad. Solo el eco de su caída, que resonaría para siempre en las ruinas de su alma.