El sol del mediodía iluminaba los campos del rancho "La Esperanza" con una luz dorada y cálida, mientras Rodrigo Almonte cabalgaba con gracia y destreza a través de los extensos prados. Con cada galope, el viento jugueteaba con su cabello oscuro y los músculos de su torso se contraen con el esfuerzo.
Desde las ventanas de la cocina, Elizabeth Gutiérrez observaba en silencio el espectáculo que se desarrollaba frente a ella. Un suspiro escapó de sus labios mientras sus ojos seguían cada movimiento de Rodrigo con admiración y anhelo.
"Elizabeth, ¿qué estás haciendo ahí parada?", llamó su madre desde el interior de la cocina, interrumpiendo sus pensamientos. "Ven aquí y ayúdame a hacer los quehaceres del rancho."
Con un suspiro resignado, Elizabeth se apartó de la ventana y se unió a su madre en las tareas diarias. Pero antes de que pudiera comenzar, la madre de Rodrigo intervino con una sonrisa amable.
"Deja a la niña tranquila, mujer", dijo la abuela de Rodrigo. "¿No ves que está trabajando mucho? Se merece un descanso."
Las dos mujeres intercambiaron una mirada cómplice, compartiendo un vínculo que iba más allá de la amistad. Elizabeth solo pudo reír ante la escena, sabiendo que detrás de sus palabras se escondía un cariño profundo, casi fraternal. En el corazón del rancho, donde los secretos se entrelazan con las relaciones, Elizabeth sabía que su conexión con la familia Almonte era más fuerte de lo que parecía
Rodrigo Almonte entró en la cocina con el polvo del camino impregnado en sus botas y una sonrisa traviesa en los labios. Observó el alboroto con curiosidad y preguntó: "¿Qué está pasando aquí?"
Elizabeth se volvió hacia él, sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y aprehensión. "Los jefes van a llegar en unos días", anunció, "y traen a su hija Rosalía para vivir en el rancho."
Las palabras resonaron en el aire, y un silencio tenso descendió sobre la cocina. Rodrigo frunció el ceño, tratando de recordar si había oído hablar alguna vez de esta misteriosa Rosalía. Pero su mente estaba en blanco, y la incertidumbre le pesaba en el corazón.
"No sé quién es Rosalía", admitió con honestidad, sintiendo un nudo en la garganta. "¿Alguna vez la he conocido?"
Elizabeth sacudió la cabeza con tristeza, su mirada encontrándose con la de su madre en un intercambio silencioso de preocupación. "No, Rodrigo", respondió su madre suavemente. "Nunca la has conocido. Pero te aseguro que su llegada cambiará las cosas aquí en el rancho."