La madre de Rodrigo, Ana, se encontraba en la cocina preparando la cena. Mientras cortaba las verduras, su mente divagaba, preocupada por los cambios que había notado en su hijo. Rodrigo, quien siempre había sido un joven despreocupado y alegre, ahora mostraba un comportamiento más reservado y distraído. Ana lo había visto varias veces conversando con Rosalía, la hija de los dueños de la finca, y no podía evitar sentir un mal presentimiento.
Ana recordaba vívidamente su propio pasado, un reflejo oscuro que proyectaba sobre el presente de su hijo. Cuando era joven, ella también se había enamorado del hijo de los patrones en la finca donde trabajaba. Aquella relación había sido su mayor alegría y, al mismo tiempo, su mayor sufrimiento. Los padres del joven la despreciaban por su condición humilde y le hicieron la vida imposible. Las noches que pasó llorando en silencio, las humillaciones que soportó y el dolor de tener que abandonar su amor la habían marcado para siempre.
Con el corazón apesadumbrado, Ana había huido de aquel lugar hostil, buscando refugio en el tranquilo pueblo de San Valentín. Allí, había reconstruido su vida, lejos de la crueldad y el rechazo, y había criado a Rodrigo con amor y esperanza. Ahora, al verlo repetir una historia similar, su miedo crecía. No quería que Rodrigo sufriera las mismas desilusiones y angustias que ella había vivido.
El sonido del agua hirviendo la sacó de sus pensamientos. Mientras revolvía la olla, Ana decidió que debía hablar con su hijo. Tenía que advertirle sobre los peligros de enamorarse de alguien que pertenecía a un mundo tan diferente al suyo. No quería que su hijo repitiera su historia, que su corazón fuera roto por una brecha social que parecía insalvable.
Ana suspiró, mirando por la ventana de la cocina hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas. El futuro de Rodrigo le preocupaba profundamente, pero confiaba en su buen juicio. Aun así, el temor persistía, y sabía que tenía que protegerlo, aunque eso significara revivir sus propios fantasmas del pasado.
Ana, la madre de Rodrigo, observó cómo su hijo llegaba a casa. Al verlo entrar, lo abrazó y le dio un beso en la mejilla.
Ana: ¡Qué bueno que llegas, hijo! Justo estaba pensando en ti.
Rodrigo: ¿De verdad, madre? Pues aquí me tienes.
Ana: Me gustaría hablar seriamente contigo. Te noto muy diferente, muy cambiado. Algo está pasando contigo.
Rodrigo: No está pasando nada, madre.
Ana: Claro que está pasando algo. He notado tu cercanía con la hija de los patrones y eso no me gusta para nada.
Rodrigo: Ay, madre, no te preocupes por eso. Lo que pasa entre Rosalía y yo son nuestros problemas. Nadie se tiene que meter.
Ana: (Con firmeza) Mucho cuidado con cómo me hablas, Rodrigo. Recuerda que soy tu madre y quiero lo mejor para ti.
Rodrigo: Está bien, madre, pero ya no te preocupes tanto. (Dijo, abrazándola) Sé lo que hago.
Ana: (Suspira, suavizando su tono) Solo quiero protegerte, hijo. El mundo de Rosalía es muy diferente al nuestro. No quiero que sufras.
Rodrigo: Lo sé, madre. Agradezco tu preocupación. Pero necesito vivir mi vida y tomar mis propias decisiones. Te prometo que seré cuidadoso.
Ana: (Lo mira con cariño) Está bien, hijo. Confío en ti, pero por favor, ten mucho cuidado. No quiero verte pasar por lo mismo que yo viví.
Rodrigo: Lo tendré, madre. Te lo prometo. (Le da un beso en la frente) Gracias por preocuparte siempre por mí.
Ana: (Sonríe, aún con preocupación) Solo quiero verte feliz, Rodrigo.
Rodrigo asintió, y ambos se quedaron en la cocina, compartiendo un, aunque el temor de Ana persistía en su corazón.
Rosalía bajo las escaleras de la hacienda con pasos rápidos, se dirige a la habitación de Rodrigo. Al llegar a la puerta de su habitación, respiró hondo y golpeó suavemente.
"¿Rodrigo? ¿Estás ahí?" su voz resonó en el silencio.
Rodrigo : "Hola, mi amor. ¿Qué te trae por aquí?" preguntó con voz suave.
Rosalía lo observó acostado en la cama y se acercó a él con una mezcla de alivio y reproche en sus ojos. "Tuve que venir a verte porque no te vi en todo el día", le dijo con tono suave pero firme.
Rodrigo: "Sí, tuve que realizar varias actividades fuera de la hacienda y me demoré en todo el día. Acabo de llegar", explicó, levantándose de la cama.
"Está bien, pero no me extrañaste", comentó Rosalía con un ligero puchero. "Porque yo sí necesito muchos besos", agregó, con una sonrisa traviesa bailando en sus labios.
Rodrigo se acercó a ella con ternura y la rodeó con sus brazos. "Oh, mi dulce Rosalía, nunca dudes de que siempre estás en mi mente, aunque esté ocupado todo el día", susurró antes de sellar sus palabras con un beso tierno pero apasionado.
La pareja se abrazó con fuerza, disfrutando del reencuentro después de un día de separación.