Elizabeth caminaba por las adoquinadas calles del pintoresco pueblo de San Valentín, con la lista de compras para la hacienda en la mano. El bullicio del mercado la envolvía mientras se acercaba a los puestos, pero su atención fue desviada cuando vio a su amiga Catalina entre la multitud.
¡Elizabeth! ¡Qué sorpresa encontrarte aquí! - exclamó Catalina con una sonrisa sincera, acercándose a su amiga con entusiasmo.
Elizabeth devolvió la sonrisa, aunque había un matiz de preocupación en sus ojos. - ¡Hola, Catalina! Estoy bien, gracias por preguntar. ¿Y tú?
Catalina asintió, pero su semblante se tornó un poco más serio. - Bien, bien. Pero escuché algunos rumores sobre Rodrigo...
La expresión de Elizabeth se volvió tensa al instante. - Sí, es verdad. - Esa chica no le conviene. Es la hija de los patrones y solo está jugando con él. Por más que he intentado hablar con él, no me hace caso. Es como si estuviera cegado por el amor.
Catalina asintió comprensivamente. - Lo siento mucho, Elizabeth. Pensé que ustedes terminarían juntos algún día.
Elizabeth bajó la mirada con tristeza. - No, él solo me ve como la hermana pequeña. Es difícil aceptarlo, pero así son las cosas.
Catalina colocó una mano reconfortante sobre el hombro de Elizabeth. - Lo siento mucho, amiga. Cambiemos de tema, ¿quieres? ¿Me acompañas a comprar?
Elizabeth asintió, agradecida por el cambio de tema. Juntas, se adentraron en el bullicio del mercado, compartiendo el peso de las preocupaciones.
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Teresa la madre de Elizabeth observó con preocupación a su amiga Ana, cuya mirada reflejaba una mezcla de temor y determinación. Se acercó a ella con cautela y preguntó suavemente: "¿Qué tienes, Ana? Pareces muy preocupada".
Ana suspiró pesadamente antes de responder, dejando entrever la carga que llevaba en el corazón. "Estoy muy preocupada por mi hijo. No quiero que le pase lo mismo que a mí".
Teresa le ofreció una sonrisa tranquilizadora. "Amiga, no te preocupes. Todo se arreglará, estoy segura".
Pero la preocupación de Ana no se disipó. "Voy a tener que buscar al padre de Rodrigo para que me ayude a sacarlo del pueblo. Tengo mucho miedo de que le pueda pasar algo a mi hijo".
Teresa frunció el ceño, entendiendo la gravedad de la situación. "Ese hombre ya hizo su vida. ¿Y si está casado? ¿Y si tiene otra familia?"
Ana sacudió la cabeza con determinación. "No me importa. Haré lo necesario para que mi hijo no sufra, para que no termine mal. Voy a pedir un permiso para viajar a la capital y buscarlo. Ya investigué dónde puedo encontrarlo. Sabes que son una familia muy famosa, de mucho prestigio".
Teresa asintió, comprendiendo la firmeza de la decisión de su amiga. Aunque preocupada por las posibles consecuencias, sabía que Ana estaba dispuesta a todo por el bienestar de su hijo.
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El señor Montenegro se sentó con solemnidad en su despacho, su esposa y su hija frente a él. Con seriedad en la voz, anunció la noticia que pesaba en su mente.
"Les informo que Santiago, el prometido de Rosalía, vendrá a la finca para organizar la boda con nuestra hija", dijo con firmeza.
La Rosalía arqueó una ceja, sorprendida. "¿Tan pronto, padre? Pensé que sería dentro de dos meses", expresó, buscando comprensión en la mirada de su Madre.
El señor Montenegro suspiró, mostrando la gravedad de la situación. "Sabes que estamos en la ruina. Santiago ha accedido a invertir en nosotros, pero pidió estar debidamente casado con Rosalía. Todo está concretado y viene la semana que viene".
Rosalía palideció al escuchar las palabras de su padre, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía qué hacer, cómo enfrentar esa realidad que se precipitaba sobre ella.
Con lágrimas a punto de brotar, salió del despacho, seguida de cerca por su madre. Esta última la alcanzó y la detuvo con suavidad.
"Hija, te lo advertí. Deberías terminar la relación que tienes con Rodrigo. Esto se va a poner muy mal", le dijo con preocupación en la voz.
Rosalía asintió, con la mirada perdida en el suelo. "Lo sé, madre. No me lo tienes que decir. Voy a tener que hablar con él", respondió con determinación, antes de salir a buscar a Rodrigo, con el peso de una decisión difícil sobre sus hombros.
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Con un semblante cargado de preocupación, Rosalía llegó hasta las caballerizas donde sabía que encontraría a Rodrigo. Lo encontró ocupado cepillando a su caballo, y al verla, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida.
"¿Qué pasa, Rosalía? ¿Estás bien?", preguntó Rodrigo, notando la expresión seria en el rostro de su amada.
Rosalía inhaló profundamente, buscando las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. "Rodrigo, nuestra relación tiene que acabar", dijo finalmente, con la voz temblorosa.
La confusión se reflejó en el rostro de Rodrigo. "¿Por qué? Si nos amamos tanto, si nos entendemos...", comenzó a preguntar, pero fue interrumpido por Rosalía.