En la hacienda "La Esperanza", el aire vibraba con el fervor y la algarabía de la gran boda. Los preparativos avanzaban con un ritmo frenético mientras los invitados, ataviados con sus mejores galas, se reunían para celebrar la unión de Santiago y Rosalía.
Lejos del bullicio, en el elegante despacho de la mansión, el señor Montenegro y Santiago mantenían una conversación cargada de expectativas y promesas. El señor Montenegro, un hombre de porte imponente y mirada astuta, hablaba con calma sobre los acuerdos financieros que lo beneficiarán. "Después de la boda, nos haremos de viaje para celebrar nuestra unión," dijo Santiago, con una sonrisa que reflejaba tanto amor como ambición. "Voy a dejar todo listo para que puedas hacer uso del dinero que te prometí."
El señor Montenegro, con un gesto de aprobación, respondió: "Excelente, me parece muy buena idea. Y, ¿qué tal si agrandamos la familia? Quiero un nieto, Santiago. Tú y Rosario deberían pensarlo."
Santiago, sorprendido pero complacido por la propuesta, alzó su copa en un brindis. "No está nada mal tu propuesta. Salud por el próximo integrante de la familia," dijo, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y desafío.
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Mientras tanto, en la bulliciosa cocina de la hacienda, se encontraban reunidos varios empleados. El aroma de los platillos típicos llenaba el aire, mientras las manos expertas trabajaban con destreza en los preparativos. Pedro, Elizabeth, Teresa, el papá de Elizabeth y Rodrigo estaban entre ellos, cada uno concentrado en sus tareas.
Elizabeth, con una mirada preocupada, observaba a Rodrigo, que se encontraba ensimismado y con la cabeza gacha. "Rodrigo," le dijo con voz calmada, "todavía sigues pensando en ella. Tienes que olvidarte de ella. Recuérdate que hoy se casa con otro."
Rodrigo soltó un suspiro profundo, una mezcla de resignación y tristeza reflejada en sus ojos. "Eso haré," respondió con un tono sombrío. "Esa mujer solamente jugó conmigo."
El padre de Elizabeth, un hombre de semblante serio y sabiduría en sus palabras, se acercó y posó una mano en el hombro de Rodrigo. "La vida sigue, muchacho," dijo con voz firme pero reconfortante. "Tienes que mirar hacia adelante y encontrar tu propio camino."
Pedro y Teresa, que habían estado escuchando en silencio, intercambiaron miradas de complicidad. Sabían que el corazón roto de Rodrigo necesitaría tiempo para sanar, pero también confiaban en que su amigo encontraría la fuerza para superar este difícil momento.
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Mientras tanto, en la gran ciudad, en un café elegante y tranquilo, Ana y Esteban mantenían una conversación llena de recuerdos y revelaciones.
Ana, con un tono suave y curioso, le dijo: "Esteban, me contaron que te casaste y que tu esposa murió."
Esteban asintió con una mezcla de tristeza y nostalgia en sus ojos. "Sí, me casé. La llegué a querer mucho. Lamentablemente, murió de cáncer y me dejó solo con mis dos hijas, Julia y Samanta. Son preciosas, se parecen mucho a su madre."
Ana sonrió con ternura y sinceridad. "Me alegro por ti, por haber encontrado una buena mujer que te hizo feliz."
Esteban la miró con interés renovado. "¿Y tú? ¿Encontraste esa alegría?"
Ana negó con la cabeza, una sombra de melancolía cruzando su rostro. "No, me dediqué a trabajar y a sacar adelante a mi hijo."
Esteban, con una chispa de entusiasmo en su voz, dijo: "Me gustaría que te mudaras con Rodrigo a la ciudad. Aquí tendríamos mejor futuro y podría darle todo el apoyo que no le he dado a mi hijo. Estoy tan emocionado por conocerlo, no puedo esperar."
Ana, con una sonrisa que mezclaba resolución y esperanza, respondió: "Está bien, no podría dejar a mi hijo solo. Así que voy a acompañar a Rodrigo para que vivamos aquí en la ciudad."
Esteban, visiblemente emocionado, replicó: "Eso me parece excelente. Quiero que conozcan a mis hijas y que ellas conozcan a su hermano."
El café se llenó de un nuevo aire de esperanza y posibilidad. Ana y Esteban, dos almas que habían recorrido caminos separados y difíciles, ahora veían un futuro donde sus familias podrían unirse, donde el pasado quedaba atrás y un nuevo capítulo comenzaba a escribirse en la gran ciudad.