La vida continúa su curso, y cada quien se adapta a vivir su nueva realidad. Elizabeth, una madre dedicada, llama a su hijo con ternura:
—Diego, ve a cambiarte para ir a la escuela.
—Ya voy, mami —responde el niño con entusiasmo.
—Ve para ayudarte —insiste su madre.
—Ya soy un niño grande —protesta Diego con una sonrisa traviesa.
—Sí, mi bebé de siete años es todo un hombre hermoso.
—Claro que sí, mami, y te voy a cuidar siempre. Te amo mucho.
En ese momento, llega Teresa, la madre de Elizabeth, y exclama con tono juguetón:
—¿Para mí no hay besos, eh?
—Claro que sí, abuelita linda —responde Diego mientras corre a abrazarla—.
Apúrate, que tu abuelo te está esperando para llevarte a la escuela.
Después de que Rosalía vendiera la hacienda, la familia se estableció en el pueblo. Con sus ahorros, compraron una casa y la remodelaron, convirtiéndola en un acogedor restaurante donde servían desayunos, almuerzos y cenas. Las cocineras, Elizabeth y Teresa, se encargaban de llenar el lugar de deliciosos aromas y calidez hogareña, creando un nuevo capítulo en sus vidas, lleno de esperanza y trabajo duro.
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En la ciudad de Nebraska, Estados Unidos, Rodrigo se encontraba en su oficina, acompañado por Benjamín, el hijo de Gustavo. Los dos se habían convertido en grandes amigos. Rodrigo, con una sonrisa, preguntó:
—¿Qué tal te va con Samantha, mi hermana? Te tiene muy enamorado, ¿verdad?
Benjamín, sonriendo ampliamente, respondió:
—Tu hermana es lo mejor que me ha pasado en la vida. Deberías hacer lo mismo, hermano, y buscarte a alguien. No es bueno estar solo.
Rodrigo, con un aire de melancolía en sus ojos, replicó:
—Después de lo que me pasó con Rosalía, no quedé con ganas de tener una relación seria. No te niego que quizás en el futuro busque una mujer para que me dé un hijo, pero por ahora no está en mis planes casarme.
—Bueno, cambiemos de tema —dijo Benjamín—. Cuéntame de ese proyecto que me mencionaste.
Rodrigo, con un brillo en los ojos, respondió:
—Sí, eso me tiene muy emocionado. Pienso regresar a México, a mi pueblo San Valentín. Quiero poner una empacadora de alimentos. Sabes que allá se produce mucho, y según lo que investigué, todavía no han puesto una.
Benjamín, con curiosidad, preguntó:
—¿Y no tienes miedo de encontrarte con Rosalía?
—La verdad es que no, eso lo superé hace mucho tiempo. Quiero devolverle a ese pueblo lo que hizo por mi madre y por mí. Y también a esas personas que nos ayudaron tanto y que olvidamos por un tiempo —dijo Rodrigo, pensando en la familia de Elizabeth.
—Me gusta escuchar eso, amigo —respondió Benjamín con una sonrisa—. Sabes que cuentas conmigo y con tu padre para lo que necesites.
Rodrigo asintió, agradecido.
—Por el momento necesito que compres el terreno donde voy a poner la empacadora y también una casa, de preferencia una finca. Mientras tanto, yo voy a terminar todos los pendientes que me faltan aquí.
Benjamín asintió con determinación.
—Considera todo hecho, Rodrigo. Me encargaré de que encuentres el lugar perfecto para ambos proyectos.
Rodrigo se sentía más seguro sabiendo que contaba con el apoyo incondicional de su amigo y de su familia. La visión de una empacadora en San Valentín no solo significaba un nuevo comienzo para él, sino también un renacimiento para el pueblo que tanto amaba.