Elizabeth se encontraba sirviendo unas mesas en el restaurante, su actitud cortante y distante hacia los hombres no pasaba desapercibida. Con cada cliente masculino que se acercaba, su respuesta era fría y reservada. Su madre, Teresa, observaba con preocupación y decidió hablar con ella.
—Hija, sé que tu corazón está herido debido al abandono de Rodrigo hace ocho años, pero debes darte una oportunidad para amar.
Elizabeth, con un suspiro, dejó de servir por un momento y miró a su madre con tristeza.
—Madre, Rodrigo nunca me amó. Jamás tuvimos una relación. Lo nuestro solo fue una noche, y a él le importó poco porque desapareció y nunca volvió al pueblo. Nunca tuve su amor. Lo que sí le agradezco es mi hijo.
Teresa la abrazó, tratando de consolarla.
—Mi niña, lo sé. Pero no puedes cerrarte al amor por algo que pasó hace tanto tiempo. Mereces ser feliz y encontrar a alguien que te valore.
—Mis amores —dijo don Diego, el padre de Elizabeth, al entrar al restaurante con una expresión emocionada—. Me acabo de enterar de que compraron el terreno de la finca La Esperanza para poner una empacadora. Al parecer, es una familia muy importante y van a invertir en el pueblo.
Elizabeth, sorprendida, exclamó:
—¡Es increíble, padre! Esto va a traer muchos beneficios para nuestro pueblo.
—Así es, hija. Yo voy a buscar trabajo con ellos, en lo que sea.
Teresa asintió con una sonrisa.
—Qué bueno, viejo. No nos va tan mal en el negocio, pero ese dinero nos vendría muy bien, además del seguro médico para nuestro Dieguito.
—Claro que sí, vieja. Por eso lo voy a buscar —respondió don Diego con determinación.
La noticia llenó el restaurante de una nueva esperanza. La posibilidad de una empacadora no solo prometía crecimiento económico, sino también estabilidad para muchas familias del pueblo. Teresa, Elizabeth y don Diego se sentían más optimistas sobre el futuro, y aunque las cicatrices del pasado aún estaban presentes, la promesa de nuevos comienzos traía consigo un aire renovado de posibilidades y sueños por cumplir.
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Los meses fueron pasando, y Rodrigo se dedicó a poner todo en orden para viajar con su familia al pueblo de San Valentín. Esta noticia llenó de felicidad a su madre, quien aún recordaba con cariño el lugar, especialmente a su amiga Teresa, a quien había dejado de ver debido a un accidente que le llevó años superar. Gracias a Esteban y al apoyo de su hijo Rodrigo, logró recuperarse.
Mientras tanto, en San Valentín, los habitantes observaban con entusiasmo cómo se construía la empacadora, totalmente moderna, que les brindaba nuevas oportunidades. Don Diego había conseguido trabajo como supervisor de calidad, aprovechando su vasta experiencia con productos agrícolas.
La empacadora no solo representaba un nuevo comienzo económico para el pueblo, sino también un símbolo de esperanza y progreso. La llegada de Rodrigo y su familia prometía ser un evento significativo, lleno de emociones y reencuentros.