—Y cuéntame, Teresa, ¿qué hay de Diego y Elizabeth? Me imagino que ella ya está casada y tiene familia —dijo Ana mientras disfrutaban de la comida.
Teresa, sonriendo y un poco nostálgica, respondió:
—Diego trabaja en la nueva empacadora y lo hace muy bien. En cuanto a Elizabeth, no está casada.
Ana la miró sorprendida.
—¿De verdad? No lo imaginé. Pero cuéntame más.
Teresa se acomodó en su silla, preparándose para relatar los eventos de los últimos años.
—Elizabeth ha pasado por mucho, Ana. Después de que te fuiste, las cosas no fueron fáciles para ella. Aunque tenía apoyo, especialmente de su padre, ha trabajado muy duro para sacar adelante a su hijo, Diego.
—¿Hijo? —preguntó Ana, aún más sorprendida.
—Sí —asintió Teresa—. Elizabeth tuvo un hijo hace siete años. Lo ha criado sola, dedicándose por completo a él y al restaurante. Ha sido una madre increíble, pero no ha tenido tiempo ni interés en buscar una relación seria.
—Tú y tu familia han regresado en un momento crucial —continuó Teresa—. La empacadora está trayendo muchas oportunidades y esperanza a nuestro pueblo. Nunca me imaginé que ustedes serían los dueños.
—Bueno, las cosas han cambiado para nosotros también —dijo Ana—. Después del accidente, Rodrigo tuvo que hacerse cargo de muchas cosas. Nos mudamos a Estados Unidos para mi recuperación. Esteban nos ayudó mucho. Ahora, estamos aquí para devolver un poco de lo que este pueblo nos dio.
Teresa asintió, entendiendo la profundidad de las palabras de su amiga.
—Me alegra tanto que estén de vuelta, Ana. Este pueblo siempre ha tenido un lugar especial para ustedes.
—Gracias, Teresa. Estoy ansiosa por ver cómo podemos trabajar juntos para hacer de San Valentín un mejor lugar para todos —respondió Ana con una sonrisa.
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Después de que Rodrigo se reunió con sus empleados y habló sobre el proyecto que tenía en mente, se dirigió a su despacho acompañado de Esteban, Benjamín y don Diego. Este era el momento perfecto para contarle a don Diego la historia completa de lo que había sucedido en los últimos años.
Sentados en su despacho, Rodrigo comenzó a hablar con seriedad y sinceridad:
—Don Diego, hay algo que quiero que sepa. Después de que nos fuimos del pueblo, nuestra vida cambió drásticamente. Mi madre tuvo un accidente muy grave y tuvimos que mudarnos a Estados Unidos para su recuperación. Fue una época difícil para todos nosotros.
Don Diego escuchaba atentamente, sus ojos reflejando sorpresa y empatía.
—Allí, con la ayuda de Esteban y el apoyo de mi familia, logramos salir adelante. Fue un largo proceso de recuperación para mi madre, pero lo logramos. Durante ese tiempo, también nos reencontramos con mi padre, lo que fortaleció aún más nuestros lazos familiares.
Rodrigo hizo una pausa, permitiendo que don Diego asimilara toda la información.
—Estudié y trabajé muy duro para llegar a donde estoy hoy. Siempre tuve en mente regresar a San Valentín y devolverle al pueblo lo que nos dio. Por eso decidimos invertir aquí, construir la empacadora y ayudar a la comunidad.
Don Diego asintió, impresionado y conmovido por la historia de Rodrigo. Sin embargo, en su mente, una preocupación latente comenzó a surgir.
—Rodrigo, tu historia es impresionante y estoy muy agradecido por lo que estás haciendo por nuestro pueblo. Pero hay algo que creo que debes saber —dijo don Diego con una voz llena de seriedad.
Rodrigo lo miró con curiosidad y preocupación.
—Elizabeth... ella tuvo un hijo hace siete años. Un hijo tuyo, Rodrigo.
El impacto de las palabras de don Diego fue inmediato. Rodrigo se quedó paralizado, procesando la revelación. Benjamín y Esteban lo miraron, comprendiendo la magnitud de lo que acababan de escuchar.
—¿Un hijo? —preguntó Rodrigo, apenas creyendo lo que oía.
—Sí, Rodrigo. Elizabeth ha criado sola a Diego, tu hijo. Ella no sabía cómo contactarte y ha llevado una vida dedicada a él. Creo que ella no esperaba nada de ti, pero ahora que estás aquí, las cosas pueden cambiar —explicó don Diego.
Rodrigo sintió una mezcla de emociones: sorpresa, culpa, confusión y, sobre todo, un deseo urgente de conocer a su hijo y enfrentar el pasado que había dejado atrás.
—Tengo que verla. Tengo que ver a Elizabeth y a mi hijo —dijo Rodrigo con determinación.
Rodrigo se levantó, con una nueva determinación en sus ojos. Mientras se dirigía hacia el restaurante, donde sabía que encontraría a Elizabeth, Rodrigo se preparó mentalmente para lo que sería uno de los encuentros más importantes de su vida. Ahora, más que nunca, estaba decidido a enfrentar su pasado y asumir la responsabilidad que había dejado atrás.
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Elizabeth estaba ocupada en su restaurante cuando de repente, levantó la vista y vio a Ana. Su corazón se llenó de alegría al reconocerla al instante.