Todos listos, se dirigieron a la empacadora. Iban agarrados de la mano, y Rodrigo sonreía al ver a su hijo tan sorprendido cuando vio la empresa.
—Esto es increíble —dijo Elizabeth, asombrada.
—Así es —respondió Rodrigo con una sonrisa de orgullo—, y es nuestra. Vamos, adelante, vamos a verla por dentro.
En la recepción, los esperaba Susan, la asistente de Rodrigo.
—Buenos días, Susan. ¿Cómo estás? —dijo Rodrigo.
—Muy bien, señor —respondió ella con una sonrisa profesional—. Le presento a Diego, mi hijo, y a Elizabeth, su madre.
—Un gusto —dijo Susan, estrechando sus manos.
—Ya me tienes todo listo como te pedí, ¿verdad? —preguntó Rodrigo.
—Sí, señor —respondió Susan con eficiencia—. A las 9:30 tiene el recorrido por las instalaciones de la empresa y a las 12:30 la reserva en el restaurante italiano.
—Muy bien —dijo Rodrigo, satisfecho. Luego, se dirigió a Elizabeth y a Diego—. Acompáñenme a mi oficina antes de iniciar el recorrido.
Rodrigo los guió por los pasillos hasta llegar a su oficina, un espacio amplio y luminoso que reflejaba su éxito y dedicación.
Al entrar en la oficina, Rodrigo les hizo un gesto para que se acomodaran en los sillones de cuero junto a la gran ventana que ofrecía una vista panorámica de la empacadora.
—Siéntense, por favor —dijo amablemente.
Diego miraba alrededor con ojos curiosos, fascinado por cada detalle. Elizabeth sonreía, disfrutando de ver a su hijo tan emocionado.
—Quería mostrarles este lugar antes de comenzar el recorrido —dijo Rodrigo, tomando asiento frente a ellos—. Aquí es donde paso la mayor parte de mis días, planificando y asegurándome de que todo funcione correctamente.
Elizabeth asintió, apreciando el esfuerzo y la dedicación que Rodrigo ponía en su trabajo. Diego, aún impresionado, miraba los cuadros en las paredes y los trofeos en las estanterías.
—Papá, esto es increíble —dijo Diego con admiración—. Nunca imaginé que trabajaras en un lugar tan grande y bonito.
Rodrigo rió y se inclinó hacia su hijo.
—Me alegra que te guste, hijo. Esta empresa es un reflejo de mucho trabajo y dedicación, pero también es un sueño hecho realidad. Y quiero que ustedes formen parte de él.
Elizabeth lo miró con ternura y gratitud. Rodrigo se levantó y extendió una mano hacia ellos.
—Ahora, ¿listos para el recorrido?
Diego asintió entusiasmado, y Elizabeth se puso de pie, tomando la mano de Rodrigo. Juntos, salieron de la oficina y se dirigieron hacia las instalaciones, listos para descubrir cada rincón de la empacadora que tanto significaba para Rodrigo.
Conforme visitaban los diferentes departamentos, Elizabeth y Diego se sorprendían más y más. Cada sección de la empacadora revelaba un nuevo nivel de tecnología y organización que los dejaba asombrados.
—¡Wow! —exclamó Elizabeth en un momento, volviéndose hacia Rodrigo—. Pensaba que la empacadora del pueblo era increíble, pero esto es una maravilla.
Rodrigo sonrió con orgullo.
—Aquí tenemos más tecnología. Los aparatos son diferentes, más avanzados. Ya estamos gestionando poder llevar algunos para el pueblo —dijo, con un brillo de esperanza en sus ojos.
—Mi padre se pondría tan alegre —dijo Elizabeth con entusiasmo—. Siempre quiso mejorar las condiciones en el pueblo.
—Esa es la idea —respondió Rodrigo—. No solo queremos ser líderes aquí, sino también ayudar a donde más se necesita.
Diego, mientras tanto, observaba todo con una mezcla de asombro y admiración. Las máquinas en funcionamiento, los trabajadores eficientes, todo le parecía sacado de una película futurista.
—Papá, ¿podemos ver cómo empacan las frutas? —preguntó Diego, lleno de curiosidad.
—Claro, hijo —respondió Rodrigo—. Vamos al área de empaque. Les encantará ver cómo todo funciona en sincronía.
Se dirigieron al área de empaque, donde grandes máquinas ordenaban y empacaban frutas con una precisión impresionante. Elizabeth y Diego miraban fascinados el proceso, entendiendo poco a poco la magnitud del trabajo que se realizaba allí.
—Cada vez me impresiona más —dijo Elizabeth, sin apartar los ojos de las máquinas—. Esto es mucho más de lo que imaginé.
—Y todo esto es solo el comienzo —dijo Rodrigo con una sonrisa—. Quiero seguir innovando y mejorando, no solo para esta empresa, sino para todas las comunidades que podamos alcanzar.
Elizabeth lo miró con admiración, orgullosa de estar junto a alguien con tanta visión y determinación. Diego, por su parte, no podía esperar a contarle a sus amigos todo lo que había visto ese día.
—Vamos, aún hay más por ver —dijo Rodrigo, guiándolos hacia el siguiente departamento. La emoción en el aire era palpable, y cada paso que daban los acercaba más a entender la magnitud del sueño que Rodrigo había construido.
—Sabes, me alegra mucho que en estos años progresaras —dijo Elizabeth mientras caminaban—. Sé que en el fondo uno de tus sueños era ayudar a tu pueblo, y lo estás cumpliendo.
—Así es —respondió Rodrigo, asintiendo con una sonrisa—. Gracias a mi padre, estoy logrando todo lo que anhelaba. Ahora mi sueño es formar una familia contigo, con Dieguito, y con los demás niños que vengan.
Elizabeth se ruborizó ante sus palabras. Sintió una calidez especial en su corazón y tomó la mano de Rodrigo, apretándola suavemente.
—Eso suena maravilloso, Rodrigo —dijo ella con un tono lleno de emoción.
Rodrigo se detuvo un momento, girando para mirarla a los ojos.
—Quiero que esta empresa y todo lo que hemos logrado sea un legado para nuestros hijos, un lugar donde puedan crecer y aprender el valor del trabajo duro y de ayudar a los demás.
Diego, que había estado corriendo adelante, regresó en ese momento, sus ojos brillando de emoción.
—¡Papá! ¡Mamá! ¿Puedo ver cómo hacen las cajas? —preguntó, sin notar la conversación que acababa de tener lugar.
Rodrigo rió y acarició la cabeza de su hijo.