Mientras tanto, en el pueblo de San Valentín, los padres de Rodrigo y los de Elizabeth se reunieron en la hacienda para compartir un almuerzo. Todos estaban muy contentos porque Rodrigo y Elizabeth habían decidido darse una oportunidad como pareja.
En la gran mesa de madera, adornada con flores frescas del jardín, las risas y las conversaciones llenaban el aire. Esteban, el padre de Rodrigo, levantó su copa de vino con una sonrisa amplia.
—A la felicidad de nuestros hijos y a la promesa de un futuro juntos —dijo, haciendo un brindis.
—¡Salud! —respondieron todos al unísono, levantando sus copas y brindando.
Teresa, la madre de Elizabeth, tomó la mano de su esposo Diego y lo miró con ternura.
—Es una bendición ver a nuestros hijos felices y encaminados —dijo ella—. Estoy segura de que Rodrigo y Elizabeth lograrán grandes cosas juntos.
—Y sobre todo, que siempre tendrán nuestro apoyo —agregó Diego, asintiendo con convicción.
Mientras los padres conversaban y disfrutaban de la comida casera, se sentía una atmósfera de unión y esperanza. Todos sabían que la relación entre Rodrigo y Elizabeth no solo fortalecería sus lazos familiares, sino también el futuro de San Valentín.
Ana, la madre de Rodrigo, se acercó a Teresa y le dijo en voz baja:
—Estoy tan feliz por ellos. Rodrigo siempre ha sido un hombre de grandes sueños, y ahora, con Elizabeth a su lado, esos sueños se harán realidad.
Teresa sonrió y apretó la mano de Ana.
—Así es. Elizabeth también siempre ha querido hacer la diferencia. Juntos, serán imparables.
La tarde continuó con anécdotas, planes para el futuro y la calidez de estar rodeados de seres queridos. La hacienda, con su paisaje verde y tranquilo, parecía el lugar perfecto para celebrar el inicio de esta nueva etapa en la vida de Rodrigo y Elizabeth.
Mientras tanto, en la empacadora, Rodrigo y Elizabeth seguían explorando y soñando con el futuro, sabiendo que, en San Valentín, sus familias estaban tan felices y esperanzadas como ellos.
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Unos meses después, en la hacienda de San Valentín, todo se estaba preparando para recibir a Rodrigo, Elizabeth y Dieguito. Habían organizado un almuerzo familiar, y la emoción en el aire era palpable.
Ana y Esteban estaban en la cocina, supervisando los últimos detalles del banquete. Las mesas estaban adornadas con flores frescas y frutas locales, y el aroma de los platos tradicionales llenaba el aire.
—¿Están todos listos? —preguntó Ana, ajustando un centro de mesa.
—Sí, querida. Todo se ve perfecto —respondió Esteban, colocándose junto a ella y observando el hermoso paisaje que rodeaba la hacienda.
Mientras tanto, Diego y Teresa estaban en el porche, ansiosos por ver a su hija, su yerno y su nieto.
—Han pasado solo unos meses, pero siento que ha sido una eternidad —dijo Teresa, mirando el camino por donde llegarían.
—Sí, tengo tantas ganas de ver a Dieguito. Seguro ha crecido mucho —respondió Diego con una sonrisa.
Finalmente, el auto de Rodrigo apareció en el horizonte. Todos salieron al encuentro, con sonrisas y brazos abiertos. Rodrigo detuvo el auto y bajó primero, ayudando a Elizabeth y a Diego a salir.
—¡Papá! ¡Mamá! —gritó Rodrigo, abrazando a Ana y Esteban con fuerza.
—¡Hija! —exclamó Teresa, corriendo a abrazar a Elizabeth y luego a Dieguito—. ¡Mira cuánto has crecido, mi niño!
Diego, emocionado, abrazó a sus abuelos con entusiasmo.
—¡Abuelo, abuela! ¡Les he echado mucho de menos!
Rodrigo y Elizabeth sonrieron, sintiéndose en casa entre sus seres queridos. Entraron a la hacienda, donde el almuerzo familiar los esperaba. La mesa estaba repleta de delicias, y todos tomaron asiento, disfrutando de la compañía y de la comida.
—Estamos tan felices de tenerlos aquí —dijo Ana, levantando su copa—. Este es un momento especial para nuestra familia.
—Sí, estamos muy orgullosos de todo lo que han logrado —agregó Esteban, brindando junto a su esposa.
—Y estamos agradecidos por todo el apoyo y amor que siempre nos han dado —dijo Rodrigo, mirando a sus padres y a los de Elizabeth.
—Por la familia —dijo Elizabeth, levantando su copa también.
—¡Por la familia! —respondieron todos, brindando juntos.
Rodrigo, con el corazón latiendo rápido y una sonrisa nerviosa en el rostro, se levantó y llamó la atención de la familia.
—Quiero aprovechar que están aquí mis hermanas, padrinos, padres y suegros —comenzó, respirando hondo—. Quiero hablarles de una gran mujer que tengo a mi lado.
Todas las miradas se volvieron hacia él, llenas de curiosidad y expectativa. Rodrigo tomó la mano de Elizabeth y la miró profundamente a los ojos.
—Elizabeth —dijo con voz suave pero firme—, desde el momento en que te conocí, supe que había algo especial en ti. Tu bondad, tu alegría, tu increíble capacidad para amar y cuidar a los demás... todo en ti me ha inspirado a ser una mejor persona. Eres un ser humano excepcional, una madre dedicada y amorosa para Dieguito, y me has enseñado a ver la vida de una manera completamente nueva.
Rodrigo hizo una pausa, tragando saliva mientras las emociones se arremolinaban dentro de él.
—Cuando estoy contigo, siento que el mundo es un lugar mejor, lleno de posibilidades y esperanza. Me has mostrado lo que significa amar sin reservas, sin miedo, y por eso, cada día que paso a tu lado me siento afortunado y agradecido. Tú me haces querer ser la mejor versión de mí mismo y luchar por nuestros sueños compartidos.
Sacó un pequeño estuche de terciopelo de su bolsillo, y con un temblor en las manos, lo abrió, revelando un hermoso anillo.
—Elizabeth, he pensado mucho en esto, y sé que no hay otra persona con la que quisiera pasar el resto de mi vida. Quiero compartir cada momento contigo, los buenos y los difíciles, y construir juntos un futuro lleno de amor y alegría. Quiero formar una familia contigo, seguir creciendo y aprendiendo juntos, y enfrentar cada desafío como un equipo.