Después de tanta espera, el día de la boda finalmente había llegado. La emoción y la anticipación llenaban el aire en la hacienda de San Valentín.
En una habitación llena de luz natural y decorada con flores, las mujeres se encontraban tomándose fotos y arreglándose para la ceremonia. Elizabeth estaba radiante con su vestido de novia, rodeada de sus damas de honor, incluidas Samantha, Julia y algunas amigas cercanas. Teresa, su madre, estaba allí también, con los ojos brillando de orgullo y emoción.
—Estás hermosa, hija —dijo Teresa, ajustando el velo de Elizabeth y dándole un abrazo.
—Gracias, mamá —respondió Elizabeth, sintiendo una mezcla de nervios y alegría.
—¡Vamos, una foto más! —exclamó Julia, levantando su teléfono para capturar el momento.
Mientras tanto, en una habitación más alejada, los hombres se preparaban con entusiasmo. Rodrigo, el novio, estaba rodeado por su padre Esteban, su hermano Benjamín y varios amigos cercanos. Aunque intentaba mantenerse relajado, no podía evitar sentir los nervios que lo invadían.
—¿Listo para el gran día, hijo? —preguntó Esteban, colocándole un broche en la solapa del traje.
—Más que listo, papá —respondió Rodrigo con una sonrisa—. No puedo esperar a verla caminar hacia el altar.
—Recuerda, es mala suerte ver a la novia antes de la ceremonia —dijo Benjamín en tono de broma, dándole una palmadita en la espalda.
—Lo sé, lo sé —dijo Rodrigo, riendo—. Solo estoy impaciente.
Los hombres charlaban y se reían mientras terminaban de arreglarse. El ambiente estaba lleno de camaradería y anticipación. Afuera, los invitados comenzaban a llegar, llenando el jardín con murmullos y risas mientras esperaban el comienzo de la ceremonia.
En la habitación de las mujeres, Elizabeth se miró al espejo una última vez, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Sentía mariposas en el estómago, pero también una gran serenidad. Sabía que este era el comienzo de una nueva etapa maravillosa en su vida.
—Es hora —dijo Samantha, asomándose por la puerta—. Están listos para comenzar.
Las mujeres se formaron, preparadas para caminar hacia el altar. Elizabeth tomó un profundo respiro y miró a su madre, quien le dio una sonrisa alentadora.
—Vamos a hacer esto —dijo Elizabeth con determinación, y con ese pensamiento, comenzó a caminar hacia su futuro, sabiendo que en el altar la esperaba el hombre que amaba con todo su corazón.
Con la ceremonia a punto de comenzar, Elizabeth tomó un profundo respiro. En la entrada del jardín, donde la ceremonia tendría lugar, su padre, Diego, la esperaba con una sonrisa llena de orgullo y emoción.
—Estás hermosa, hija —dijo Diego, ofreciéndole su brazo.
—Gracias, papá —respondió Elizabeth, sintiendo sus ojos humedecerse por la emoción. Tomó el brazo de su padre, y juntos comenzaron a caminar hacia el altar.
El sonido suave de la música llenaba el aire, y todos los invitados se pusieron de pie, volteando para ver a la novia. Elizabeth caminaba despacio, sintiendo cada paso como un latido del corazón. Las flores decoraban el camino, y el sol brillaba cálidamente sobre ellos, creando una atmósfera mágica.
Al acercarse al altar, Elizabeth levantó la vista y encontró la mirada de Rodrigo, quien la esperaba con los ojos llenos de amor y admiración. Rodrigo se veía apuesto en su traje, y su sonrisa reflejaba la felicidad de ese momento.
—Cuida bien de mi hija —dijo Diego suavemente, entregando la mano de Elizabeth a Rodrigo.
—Lo haré, señor —respondió Rodrigo, estrechando la mano de Diego y luego tomando suavemente la mano de Elizabeth.
El sacerdote sonrió y comenzó la ceremonia, hablando sobre el amor y el compromiso que unía a la pareja. Elizabeth y Rodrigo se miraban a los ojos, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía, dejándolos solo a ellos y el momento que compartían.
Cuando llegó el momento de los votos, Rodrigo tomó las manos de Elizabeth y comenzó:
—Elizabeth, desde el momento en que te conocí, supe que eras la persona con la que quería pasar el resto de mi vida. Eres mi mejor amiga, mi compañera y el amor de mi vida. Prometo amarte, respetarte y apoyarte en cada paso del camino, en los momentos felices y en los desafíos que podamos enfrentar. Hoy, delante de nuestros seres queridos, te elijo a ti, ahora y siempre.
Elizabeth, con lágrimas de felicidad, respondió con sus propios votos:
—Rodrigo, desde que llegaste a mi vida, me has mostrado lo que significa amar de verdad. Eres mi roca, mi inspiración y mi mayor alegría. Prometo estar a tu lado en cada paso del camino, amarte sin reservas y construir juntos un futuro lleno de amor y esperanza. Hoy, te elijo a ti, ahora y para siempre.
El oficiante sonrió y declaró:
—Por el poder que me ha sido conferido, los declaro marido y mujer. Rodrigo, puedes besar a la novia.
Rodrigo se inclinó y besó a Elizabeth con ternura, sellando su compromiso con un beso lleno de promesas y amor eterno. Los invitados aplaudieron y vitorearon, llenando el aire con alegría y celebración.
Mientras caminaban juntos por el pasillo, como marido y mujer, Elizabeth y Rodrigo sabían que habían comenzado un nuevo capítulo en sus vidas, uno que estarían felices de escribir juntos, rodeados del amor y el apoyo de su familia y amigos.
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Más tarde, entre risas, música y la alegría de la fiesta, Rodrigo y Elizabeth se encontraban en el centro de atención, rodeados de amigos y familiares que celebraban su amor. Las luces suaves y la música creaban un ambiente mágico, mientras todos disfrutaban del banquete y las bebidas.
Rodrigo miraba a su esposa con una mezcla de amor y travesura en sus ojos. Elizabeth, con su vestido de novia resplandeciente y una sonrisa radiante, parecía la encarnación de la felicidad.
—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Rodrigo, acercándose a ella y tomando su mano.