Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 4: Ecos de lo invisible

La noche posterior a la visita a la casa abandonada fue la primera en meses que Eugenia durmió sin pesadillas. Y sin embargo, al despertar, sintió que algo se había quedado con ella.

Fernando tampoco estaba en calma. Desde aquella luz blanca en la habitación, un zumbido persistente vivía en el fondo de su mente. Como si su don hubiera cambiado, afinado, como una antena captando más de lo que debería.

Estaban en su apartamento, sentados frente a dos tazas de café frío. El silencio entre ellos no era incómodo, sino denso. Lleno de pensamientos no dichos.

—¿Crees que fue real? —preguntó Eugenia al fin—. ¿Sofía existió de verdad?

Fernando asintió lentamente—. Sí. O al menos, su dolor existió. Ese lugar estaba lleno de recuerdos... y culpa. A veces las emociones son tan intensas que se quedan pegadas a los lugares, como manchas invisibles.

—Y nosotros fuimos como... limpiadores de esas manchas.

Él sonrió levemente, pero no con alegría.

—Sí, pero hay algo más. Desde esa noche... escucho cosas. Voces que no son sueños. Susurros incluso cuando estoy despierto.

Eugenia abrió su cuaderno. Había dibujado la sombra de la casa, pero esta vez, algo más aparecía detrás: una silueta blanca, casi humana, observándolos desde lejos.

—Esto lo soñé anoche —dijo—. Y no era la niña. Era otra cosa. Una presencia que nos miraba mientras liberábamos a Sofía.

Fernando la miró, preocupado.

—¿Y si no sólo estamos ayudando a las almas atrapadas? ¿Y si hay algo más allá que también nos está mirando... que nos está siguiendo?

—¿Crees que lo que hicimos... abrió una puerta?

Fernando no respondió. Se puso de pie, caminó hacia la ventana y miró la calle vacía.

Entonces lo sintió: una mirada, intensa, como si algo invisible estuviera al otro lado del vidrio, estudiándolo.

—Eugenia —susurró—, lo que hicimos no pasó desapercibido.

Ella se levantó de golpe.

—¿Crees que viene algo más?

—No —dijo Fernando, girando hacia ella con el rostro pálido—. Creo que ya está aquí.

Y en ese instante, una ráfaga helada cruzó el apartamento, haciendo que las páginas del cuaderno de Eugenia se agitaran violentamente. Cuando se detuvieron, una frase había aparecido escrita con tinta negra entre sus sueños:

"Despertaron lo que dormía."




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