La noche cayó con una pesadez inusual, como si el cielo mismo advirtiera que algo se avecinaba. Fernando no podía dormir. Se sentía observado. Cada sombra en su apartamento parecía más densa, más consciente. Eugenia, que se había quedado a dormir en el sofá, también se removía inquieta.
A las 3:07 de la madrugada, el silencio se rompió.
Un golpe seco.
Fernando se incorporó de inmediato. Venía de la puerta de entrada. No un toque, no un llamado. Un golpe. Como si algo hubiera chocado contra la madera… desde dentro.
Eugenia ya estaba despierta, con los ojos abiertos y el cuaderno entre las manos.
—Lo soñé —susurró—. Venía del otro lado. No tiene rostro. Sólo ojos. Ojos que ven a través de todo.
Fernando se acercó a la puerta. No la abrió. En su lugar, posó la mano sobre ella… y vio.
Un pasillo largo y oscuro, idéntico al de la casa abandonada. Al final, una figura se alzaba: alta, cubierta con un velo oscuro, los brazos cruzados como una estatua funeraria. No tenía rostro, sólo una cavidad negra con dos círculos brillantes en el lugar de los ojos. Y lo más perturbador: estaba de pie justo detrás de su puerta.
—Está aquí —dijo Fernando, temblando—. No vino a matarnos. Vino a observar.
—¿Por qué ahora? —preguntó Eugenia, levantándose lentamente.
Fernando cerró los ojos, tratando de encontrar una respuesta. Y entonces, como si una voz le hablara desde dentro, lo supo.
—No ayudamos sólo a Sofía. Liberamos una energía… vieja. Dormida. Esta entidad... vigilaba ese equilibrio. Y ahora nos ve como una amenaza. O como una oportunidad.
La luz parpadeó.
La cerradura giró sola.
La puerta se abrió con lentitud.
Al otro lado… nada.
Sólo el pasillo del edificio, desierto.
Pero el aire cambió. Una sombra invisible entró con la brisa. No tenía forma, pero su presencia era indiscutible.
Eugenia gritó y retrocedió. Las hojas del cuaderno comenzaron a moverse sin ser tocadas. Una nueva palabra apareció en la última página, escrita con la misma tinta oscura de antes:
"Prueba."
Fernando sintió un peso sobre el pecho, como si una mano invisible lo oprimiera. Cayó de rodillas. Vio imágenes en su mente: un campo de batalla onírico, personas atrapadas en sus peores miedos, él y Eugenia corriendo entre sueños, perseguidos por criaturas sin nombre.
La presencia habló. No con palabras, sino con una idea, clara y aterradora:
“Demuestren que pueden manejar el don... o serán devorados por él.”
Y luego, desapareció.
El aire volvió a su temperatura normal. El cuaderno se cerró solo. El silencio regresó, pero esta vez cargado de presagio.
Fernando se levantó con dificultad. Miró a Eugenia, que tenía lágrimas en los ojos.
—Esto... ya no es sólo ayudar personas, ¿verdad?
—No —respondió él—. Es sobrevivir al mundo que se esconde detrás de los sueños.