Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 7: Los otros despiertos

Los días siguientes se sumergieron en una búsqueda incansable. Fernando ya no dormía más de dos horas seguidas; cada vez que cerraba los ojos, el mundo de los sueños lo arrastraba con más fuerza. Eugenia, por su parte, comenzó a tener sueños que no eran suyos. Escenarios, rostros y voces que no reconocía… pero que sentía como fragmentos de un mismo rompecabezas.

Sabían que no eran los primeros.

En un rincón olvidado de internet, encontraron un foro inactivo desde hacía años: "Puertas del Umbral". Solo tenía cinco hilos de conversación, pero el contenido era escalofriante. Todos firmados por personas que hablaban de lo mismo: sueños que no eran sueños, entidades que vigilaban, advertencias escritas en el aire o en la piel al despertar.

Uno de los usuarios firmaba como “M.E.”. Su última publicación, de 2009, incluía una carta escaneada escrita a mano. Decía:

> “El don no es un regalo. Es una llave. Y cada llave abre una puerta distinta. Yo abrí la mía. Y lo que vi… no puede describirse. El Custos me permitió seguir, pero me puso una marca. Dijo que algún día me buscarían. Si estás leyendo esto, es porque tú también lo oíste. Huye si puedes. Si no puedes… busca a Elías. Él sabe más.”

Eugenia leyó la carta en voz alta. El nombre quedó flotando en el aire.

—¿Quién es Elías?

Fernando se recostó en el sillón, frotándose las sienes.

—Recuerdo ese nombre. En un libro antiguo que leí cuando era adolescente. Un paciente de un hospital psiquiátrico que aseguraba poder caminar por los sueños de los demás. Decía que el mundo real no era más que una capa… y que el verdadero núcleo de la conciencia estaba en lo que llamaba "La Marea".

Eugenia buscó con rapidez. Dio con una mención en un artículo de 1998. Elías Gamarra. Internado en un hospital psiquiátrico de Ciudad Vieja. Fallecido… no, desaparecido en 2003. Sin registro de salida.

—Puede que aún esté vivo —dijo ella—. O al menos alguien debe saber lo que pasó con él.

—Y si él también tuvo el don —murmuró Fernando—, tal vez sobrevivió a más de una prueba. Tal vez incluso vio lo que hay más allá del Custos.

Esa noche, Eugenia soñó con un mar sin fin.

Fernando también.

Un océano oscuro. Y una figura solitaria de pie sobre una roca, en mitad de la tormenta. Tenía el cabello blanco, una mirada perdida… y los ojos llenos de luz. No dijo nada. Sólo extendió una mano hacia ellos.

Al despertar, ambos dijeron lo mismo, casi al unísono:

—Elías.




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