Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 11: Entre sueños y latidos

El caso de Mateo los dejó marcados. No por el miedo, sino por lo que significó: por primera vez, sintieron que su unión era más que una coincidencia. Eran dos piezas de un mismo misterio, dos almas que se buscaban incluso antes de conocerse.

Y cada noche que compartían, dormidos o despiertos, los acercaba más.

Durante las siguientes semanas, atendieron varios casos.

Una mujer que cada noche soñaba que su casa se incendiaba, hasta que descubrieron que en su infancia había sobrevivido a un incendio donde falleció su hermana… y nunca lo había enfrentado.
Un anciano que revivía la misma escena una y otra vez: el momento en que decidió no confesar su amor por la mujer que amó toda su vida.
Una adolescente que no podía dormir por miedo a una sombra que le decía que no era suficiente.
Cada sueño, una puerta.

Cada puerta, una nueva forma de aprender el alma humana.

Y entre esas historias, Fernando y Eugenia comenzaron a encontrarse en los espacios intermedios: caminatas silenciosas al amanecer, café compartido después de una noche difícil, abrazos que duraban un segundo más de lo necesario.

Una noche, tras salir del sueño de una mujer que revivía la muerte de su hijo, Fernando y Eugenia se sentaron en un parque bajo las estrellas. Ella estaba temblando.

—No importa cuántas veces lo veamos —dijo—. Cada pérdida me duele como si fuera mía.

Fernando le ofreció su abrigo. Pero no solo eso. Le tomó la mano, y por primera vez, no como compañero de viaje… sino como alguien que ya no podía evitar sentir.

—Tal vez por eso estamos aquí —dijo él—. Porque cuando uno cae, el otro sostiene. Y porque juntos… podemos soportarlo.

Eugenia lo miró, y en sus ojos no había miedo. Había verdad.

—Nunca soñé con alguien como tú —susurró—. Y eso que he vivido más sueños que realidades.

Fernando sonrió.

—Entonces soñemos despiertos.

Y se besaron. No fue grandioso ni perfecto. Fue sincero. Y en medio de un mundo lleno de oscuridad, fue luz.

Esa noche, soñaron juntos. No con puertas ni criaturas, sino con un campo lleno de luciérnagas, y el viento susurrándoles que aún quedaban muchos caminos por recorrer.

Pero también, desde lejos, una figura los observaba.

El Custos.

Inmóvil, silencioso… y por primera vez, preocupado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.