Tras el cierre emocional del caso de Eugenia, la calma volvió solo en apariencia.
Pero Fernando comenzó a experimentar algo inusual.
No era un sueño ajeno. Era algo más íntimo, más perturbador: él soñaba con una misma habitación noche tras noche.
Una habitación sin ventanas, con una única puerta de hierro cerrada por fuera. En el centro, una silla vacía. Nada más.
Durante años había tenido este sueño ocasionalmente… pero ahora volvía con fuerza.
Una noche, al quedarse dormido, Eugenia decidió usar su vínculo para entrar con él. Sin decirle nada.
Lo encontró allí, en esa misma habitación. Fernando estaba de pie, observando la puerta.
—No deberías estar aquí —le dijo, con tono sombrío.
—Entonces dime qué hay detrás de esa puerta.
Fernando bajó la mirada.
—No lo sé… Pero cada vez que me acerco, siento que algo va a despertar.
—¿Y si ya despertó?
La tensión en la habitación creció. Las paredes comenzaron a vibrar, y desde el otro lado de la puerta llegó un golpe seco. Luego otro. Luego una voz.
Una voz profunda. Familiar. Pero deformada.
—Fernando… ¿me vas a seguir encerrando?
Fernando dio un paso atrás.
—No puede ser…
—¿Quién es? —preguntó Eugenia.
Fernando tragó saliva. No respondía. Hasta que lo dijo:
—Es… mi hermano.
Eugenia frunció el ceño.
—¿Tienes un hermano?
Fernando asintió, pero su rostro estaba lleno de angustia.
—Tuve. Se llamaba Daniel. Murió cuando yo tenía nueve años. Un accidente. Cayó al río.
—¿Y por qué está aquí? ¿Por qué ahora?
La puerta tembló con fuerza. La voz volvió a escucharse:
—No fue un accidente, Fernando. Diles la verdad.
Fernando cayó de rodillas. Se tapó los oídos.
—¡No! ¡Cállate! ¡Yo era solo un niño!
Eugenia corrió hacia él, lo abrazó con fuerza.
—Lo que sea que haya pasado… no tienes que cargarlo solo.
Y en ese momento, algo en la puerta cedió. Un resquicio se abrió. Solo un instante. Pero suficiente para que ambos vieran algo: un campo, un río, una bicicleta rota. Y una sombra alejándose entre los árboles.
Fernando se despertó de golpe, empapado en sudor. Eugenia estaba a su lado.
—¿Qué fue eso? —susurró.
Él tardó en responder.
—No sé. Pero si el pasado vuelve a través de los sueños… tal vez nunca enterré a mi hermano por completo.
Eugenia lo tomó de la mano.
—Entonces iremos hasta el fondo de ese recuerdo. Juntos.
Fernando asintió, con los ojos nublados.
Y esa noche, por primera vez desde la infancia, escribió en su cuaderno una sola frase:
“Daniel está esperando.”