Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 17: El guardián entre los juncos

La revelación de don Horacio quedó retumbando en la mente de Fernando. La figura junto al río… alguien que no debía estar allí. Alguien que pudo haber visto todo. O haber hecho algo más.

Esa mañana, decidieron volver al lugar exacto donde ocurrió todo.

El río no había cambiado demasiado. El mismo sonido del agua contra las piedras, los juncos altos, la pendiente desde donde, según Fernando, su hermano cayó. Pero ahora, algo distinto flotaba en el aire. Como si el tiempo se hubiera detenido, esperándolos.

—Este fue el lugar —dijo Fernando, arrodillándose en la tierra húmeda—. Aquí estábamos jugando.

Eugenia recorrió la orilla lentamente. Notó algo: había restos de madera vieja, semienterrados en el barro, con marcas de cuerdas oxidadas. Como si alguien hubiera instalado un refugio improvisado hace mucho tiempo.

—Mira esto —dijo—. ¿Crees que alguien vivía cerca?

Fernando asintió.

—Había rumores, cuando éramos niños… de un vagabundo, un tipo que dormía por aquí. Nadie sabía su nombre.

Decidieron preguntar en el pueblo, comenzando por la pequeña tienda donde aún atendía Doña Ramona, la mujer que lo sabía todo.

—¿Un hombre en el río? —repitió ella al oírlos—. Claro. Le decían El Ciego. Nadie lo conocía de verdad. Vivía entre los árboles, hablaba poco, pero los niños le tenían miedo. Decían que podía ver cosas aunque no tuviera ojos.

—¿Murió?

—Desapareció. Justo después de la tragedia de tu hermano. Algunos dijeron que se lo llevó el río. Otros, que se fue porque ya había cumplido su propósito.

Fernando sintió un escalofrío.

—¿Qué propósito?

Ramona bajó la voz.

—"Ver lo que nadie debía ver."

Salieron de la tienda con la sensación de que la verdad estaba más cerca. Volvieron al río una vez más al atardecer, y esta vez, se quedaron en silencio. Esperando.

Y entonces, sucedió.

El aire se volvió más frío. Las hojas de los juncos se agitaron aunque no hubiera viento. Y una figura se delineó entre las sombras: alta, delgada, con un rostro cubierto por vendas y una túnica oscura.

Fernando lo reconoció de inmediato. No con la memoria, sino con el alma.

—El Ciego.

La figura no hablaba. Pero su presencia era imponente. Luego levantó un dedo… y señaló directamente a Fernando.

De su boca cerrada salió una voz sin sonido, proyectada directamente en sus mentes:

—Tú no lo empujaste. Él bajó por ti. Para ayudarte. Pero alguien más lo llamó.

Eugenia dio un paso hacia adelante.

—¿Quién?

El Ciego levantó ambas manos, y el aire vibró con una visión: el niño Daniel descendiendo la pendiente… pero no solo. Una segunda figura, más alta, borrosa, lo esperaba junto al agua. La escena se cortó justo antes del contacto.

Y entonces, el Ciego habló una última vez:

—El río no se lo tragó. El Custos lo tomó primero.

Con eso, la figura desapareció entre la neblina.

Fernando cayó de rodillas.

—¿Qué quiso decir? ¿Que Daniel fue… tomado? ¿Por el Custos?

Eugenia lo miró, horrorizada.

—Tal vez tu hermano también tenía un don. Y alguien, o algo, lo reclamó antes de que pudiera entenderlo.

Fernando se quedó mirando el río, como si pudiera ver el reflejo de un pasado distorsionado en sus aguas.

—Entonces no es solo nuestro enemigo… El Custos ha estado eligiendo desde hace mucho.

Y por primera vez, comenzaron a entender que todo lo que habían vivido era apenas una pieza de un rompecabezas mucho más antiguo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.