Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 19: Voces sin tumba

El plan era riesgoso. Eugenia lo sabía, pero no podían permitir que Julián terminara como los demás. Fernando, a pesar de su cansancio creciente, aceptó sin dudarlo: entrarían en el sueño una vez más, pero esta vez con una intención clara.

—No solo observaremos —dijo Eugenia, mientras preparaba la habitación con velas y símbolos protectores—. Vamos a abrir puertas.

Julián, en un extraño momento de lucidez, accedió a dormir bajo su cuidado.

—Solo prométanme una cosa —pidió—. Si me pierdo adentro… no me dejen ahí.

Fernando lo miró con seriedad.

—No lo haremos.

Cuando Julián cerró los ojos, Eugenia y Fernando se sentaron a su lado, enlazando sus manos sobre su pecho. Ella guió la conexión onírica, atravesando la niebla con la determinación de una médium. Esta vez, llegaron al núcleo de su mente.

Un lugar frío, oscuro, circular.

Las conciencias estaban allí, suspendidas como figuras etéreas atrapadas en cristales flotantes. Algunos susurraban. Otros gritaban. Todos luchaban por recordar quiénes eran.

En el centro, Julián estaba de rodillas. Pero no estaba solo.

Frente a él, una sombra inmensa lo sujetaba con hilos oscuros que se enterraban en su piel.

—Es mío.
—Yo lo guardo.
—Él es la caja.

El Custos.

Fernando dio un paso adelante. No podía ver su rostro, pero lo sentía. Ese frío absoluto que ya había rozado antes.

—¡Déjalos ir!

La sombra rió, y los cristales comenzaron a vibrar, como si fueran a estallar.

—No son tuyos. Fueron ofrecidos. Eran débiles. Quisieron ser escuchados… y yo los escuché primero.

Eugenia, con una mezcla de furia y temblor, se acercó a Julián. Le susurró algo al oído. Y entonces, algo cambió.

Julián alzó la cabeza y gritó:

—¡NO! ¡Ustedes no son míos, pero yo los llevo! ¡Y si puedo cargarlos, puedo liberarlos!

Un fulgor dorado emergió de su pecho.

Los hilos comenzaron a romperse. Los cristales se agrietaron.

Uno a uno, los fragmentos de las conciencias comenzaron a soltar frases, nombres, recuerdos:

—“Mi hija se llamaba Lucía…”
—“Morí en un sueño que no era mío…”
—“Él me prometió que me ayudaría…”

Eugenia canalizó la energía, guiando los espíritus hacia la luz. Fernando, con toda su fuerza mental, contuvo al Custos, resistiendo el embate psíquico como si cada pensamiento le pesara una tonelada.

Y cuando el último cristal se rompió, el Custos gritó. No de dolor, sino de cólera.

—Esto no ha terminado. Él era solo el primero. Muchos más llevan puertas abiertas en su pecho. Y ustedes… ustedes también.

La figura desapareció como una ola que se retira.

Despertaron todos al mismo tiempo.

Julián lloraba.

—Ya no están. Siento… soledad. Pero también… silencio.

Fernando y Eugenia, exhaustos, se abrazaron sin decir nada.

Habían salvado vidas atrapadas en la niebla. Pero el precio fue alto.

Esa noche, Fernando volvió a soñar.

Pero no era él quien caminaba en el sueño.

Era Daniel, de espaldas, entrando por una puerta blanca con un símbolo que Fernando nunca había visto.

Una nueva etapa había comenzado.




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