Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 20: El signo del umbral

Fernando despertó con el corazón latiendo en el pecho como un tambor de guerra. Lo primero que hizo fue dibujar. No podía dejar que el símbolo se desvaneciera como otros sueños. Tomó un cuaderno y lo trazó con tinta negra: un círculo dividido por una línea vertical, en cuyo centro había un ojo cerrado. Alrededor, pequeños signos que parecían letras… pero ninguna pertenecía a un idioma conocido.

Eugenia lo observó en silencio.

—¿Ese era el símbolo sobre la puerta?

Fernando asintió.

—Daniel lo cruzó. Lo seguí, pero cuando toqué la puerta, me desperté.

Se pasaron la mañana comparándolo con símbolos antiguos, religiones, manuscritos esotéricos. Nada coincidía.

Hasta que Eugenia recordó algo.

—En el sueño de Julián, una de las voces decía: “Él es la caja.” Ese símbolo… ¿y si no es solo una marca, sino un sello?

Fernando frunció el ceño.

—¿Un sello como… un candado?

—O una advertencia.

Buscaron en libros viejos, foros ocultistas y diarios de casos pasados. Finalmente encontraron una pista en un tomo antiguo que describía sueños compartidos durante la Edad Media. Allí, un místico de nombre Fray Ambrosio narraba visiones sobre una “puerta de los velados”, marcada por el "Ojo Dormido del Custodio", un símbolo que guardaba las fronteras entre lo humano y lo que habitaba más allá.

—¡Es este! —dijo Eugenia señalando una imagen casi idéntica.

El texto era claro:

“Aquel que atraviese la puerta marcada por el Ojo Dormido, hallará no sólo lo que perdió… sino aquello que nunca debió conocer. Es umbral y espejo, prisión y promesa.”

Fernando tragó saliva.

—Daniel ya la cruzó.

—¿Y si tú también debes cruzarla?

Fernando dudó.

—¿Y si no vuelvo?

—Entonces iré a buscarte —dijo Eugenia con ternura feroz—. Como tú harías por mí.

Esa noche prepararon un ritual, no para forzar la entrada, sino para encontrar la puerta una vez más. Necesitaban volver al sueño.

Mientras dormían, el mundo se desdibujó. El río apareció de nuevo, pero esta vez seco. Las piedras expuestas formaban un camino. Y al final, la puerta. Blanca, sin marco. El símbolo brillaba como tinta viva.

Fernando se acercó, pero algo nuevo surgió.

Un susurro detrás de la puerta.

—¿Estás listo para saber por qué fuiste marcado antes de nacer?

Él no respondió. Solo puso la mano sobre el ojo del símbolo.

Y la puerta comenzó a abrirse.




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