Somnia: Lazos de sueños

Capítulo 21: El guardián del umbral

La puerta tembló con un zumbido bajo, casi imperceptible. La superficie blanca vibraba como agua espesa, y el símbolo del ojo, antes dormido, comenzó a entreabrirse como si despertara.

Fernando sintió un tirón en el pecho. Algo dentro de él —algo que no era Daniel, ni él mismo— se movía.

Eugenia intentó seguirlo, estirando la mano hacia el marco translúcido, pero en cuanto lo tocó, una onda de choque la lanzó hacia atrás.

—¡Fernando! —gritó, mientras caía en un paisaje desdibujado de sombras líquidas.

Fernando giró, instintivamente queriendo correr hacia ella, pero una figura apareció entre él y la puerta.

Al principio fue solo una silueta. Luego, tomó forma: alta, delgada, envuelta en una capa que no proyectaba sombra, y con el rostro oculto por una máscara sin boca.

El símbolo del ojo estaba marcado en su frente.

—Aún no es tiempo. —La voz no era un sonido, sino un pensamiento impuesto.

Fernando se irguió, desafiante.

—¿Quién eres?

La figura no respondió con un nombre, sino con una imagen que se formó en el aire: una ciudad dormida, torres derrumbadas, y en el centro, la misma puerta, multiplicada en círculos concéntricos.

—Este es el primer umbral. Cruzarlo sin conocer los otros… es invitar la ruptura.
—El Ojo observa, pero no guía. Solo advierte.
—Tres señales más deben cumplirse antes de abrir lo que fue sellado.

Fernando dio un paso hacia él.

—¿Y si igual cruzo?

El Guardián levantó la mano, y la imagen de Daniel apareció detrás de la puerta, inmóvil, con el rostro cubierto por sombras.

—Entonces él pagará. Y tú no regresarás.

Fernando se detuvo.

En ese instante, la puerta comenzó a desvanecerse como humo atrapado por el viento.

Fernando cayó de rodillas. El paisaje se rompió en mil espejos flotantes… y despertó.

También lo hizo Eugenia, agitada, con el corazón acelerado.

—¿Qué viste? —preguntó—. ¿Lograste cruzar?

Fernando negó con la cabeza.

—Hay más. Más puertas. Más símbolos. Más verdades. El Guardián del Umbral no lo permitirá todavía.

Eugenia se cubrió el rostro con las manos.

—Esto va más allá de nosotros, ¿no?

Fernando la miró. Con más claridad que nunca.

—Tal vez siempre lo hizo.




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